SEGUNDA PARTE
POR ESO TENEMOS QUE CRECER....
CAPITULO
I
-El viernes hay
movilización. Convoca la FEUU. Se sale de la Universidad.
Sara se
sorprendió. Tenía el gabán verde sobre las rodillas para vencer ese frío de
ciudad, que se
instalaba en ella,
cuando llegaba a Montevideo. La lapicera
quedó a medio camino en el cuaderno,
-¿Qué decís?-
-¿No leíste? Hay
manifestación el viernes y es el cumpleaños de papá. Si no estoy en la fiesta
me desheredan: si
me voy, mis compañeros me tacharán de camera. Decime, ¿qué hago?-
-Silvia, el profe
me está mirando. Déjalo para el recreo, ¿querés?-
Apretaba la voz y
acortaba distancia entre el rostro y el cuaderno. La lapicera seguía sola su
inspiración de
papel mientras la mente de la joven hacía suyo el dilema de la amiga,
Por fin sonó el
timbre, Cerró el cuaderno, se puso el gabán e inmediatamente se te aparejó
Silvia.
-Sara, ¿qué hago?
Estoy muerta. Por qué no se podrá estar en dos lados a la vez.-
-No seas estúpida
ni digas pavadas. Por favor Silvia, es serio. Hay mucho en juego-.
-Bueno, no te
pongas así.-
-Es que parece que
hablaras de un vestido o una fiesta y es un asunto de conciencia.-
-Lo sé.-
-¿De qué hablan,
che?-
EL tonito
montevideano de la compañera, siempre
conseguía irritar a Sara. Era Adriana. Estaba segura. Sin verla podía
retratarla: vaquero Lee comprado en el puerto. Americano legítimo, cartera de
cuero rústico de la boutique
de moda, cigarrillo entre el mayor y el índice, el estudiado modo de soltar el
humo.
Insoportable.
Silvia contestó ante el silencio de su amiga.
-No sabemos qué
hacer el viernes-.
Adriana aspiró el
cigarrillo, tomando su tiempo,
- Yo, digo, ni me
lo pienso, formamos un frente, digo. Claro, ustedes es distinto, como
son de
afuera...-
Sara abrió la boca
solo un minuto para romper el voto de silencio impuesto a la intrusa,
-Afuera de qué,
che. o te crees que nos caímos del país porque no vivimos en Montevideo. Mirá
que si cruzás el puente del Santa Lucía te puede sorprender. Pero claro para
los de la capi es distinto-
-No es para que te
pongas asi Fue un comentario sin intención-
- Pues despertate,
tenés cada cosas.
-Puede que me
quede, Silvia, ya veré, al fin de cuentas lo que haga es asunto mío.-
La mirada partió en
dos la pretendida militancia de la pituca.
.-Por supuesto, digo, cada uno sabe-
Se fue descargando
ceniza hacia un grupo más acogedor a sus genialidades,
-Sara,
ésta vez te pasaste.
-Me tiene harta,
con sus aires de grandeza. A mí que no me hable de compañerismo y
de revolución.
¿Qué sabe de hambre con la mucama sirviéndole el desayuno en la cama? ¿Qué
sabe de frío con la estufita a
leña y la calefacción central de la casa de papi en Carrasco? Esas
militantes a la
moda, me revientan.-
-Bueno, cálmate,
cómo te pones. ¿Al final qué hacemos?-
-Creo que me quedo, aunque mamá se me va a
poner de punta. Sabes cómo es-
. -Tu viejo es distinto, ¿no?-
-Es callado a veces
no sabes qué piensa de verdad. Pero tiene las tiene claras. Dice que las cosas
se van aponer más feas. Tiene miedo.
Pero nos respeta, sobre todo a Santia.-
-Mis padres ni se sueñan que ando en estas cosas. Se tragan los
cuentos que les digo.-
-Pero no está bien.-
-Qué vas a hacer,
es cómodo, hay tantas cosas al revés, que una más no va a perder el mundo. -Las clases se suspendieron temprano por la asamblea.
Sara y Silvia se ubicaron prudentes en la última fila. Adriana, por supuesto, ocupaba los primeros lugares con
el eterno cigarrillo, jugando palabras.
-Es insoportable.
Mírala.-
-Sabes... ¡Me consiguen un Lee!. Estoy chocha. --Silvia. ¡Por Dios!-
-Bueno.-
Se inició el
debate. Sara anotaba, concentraba las opiniones pero no se animó a hablar. Ya discutiría después con Santia. Si lo encuentro, aquel últimamente es una sombra en casa. Por
fin el último, un joven de saco con coderas, “Marcha” abajo del brazo y los
infaltables Lee, terminó de hablar. Se hizo un pequeño debate banco a banco que
abortó con la urgencia de la votación.
El humo extendía
una cortina gris. Voto afirmativo.
-Ya está, salió la
moción y hay que acatarla. Me quedo, decidido. --Vamos.-
Silvia la codeaba
señalándole con un gesto a sus supuestos
estudiantes.
. - Tiras.
-Infaltables, nunca
se cansan y lo peor es que siempre se los reconoce, pese a sus esfuerzos --Acompáñame a reservar el pasaje. –
-¿Te vas, nomás?
-Y si, contra el
cumpleaños del viejo no hay cuento que valga, no puedo-
. Se rió despacio, corriendo la cortina a su
vergüenza. Escurriendo despacito las ideas mojadas, para mañana Fueron juntas hasta la agencia. Luego cada una a su casa.
Sara llegó molesta.
Santia no estaba y el apartamento patas arriba. Los platos sucios, la ropa sobre la cama y la cama sin hacer.
-"Tu hermano
era tan ordenado. Daba gusto", parecía oírse el eco de Celia. -Era. Dijo
para sí, mientras recogió los championes.
-Uf, qué olor! Al
balcón!-
Lavó los platos y le ordenó la
cama. Cada día pasaban por lo mismo…"hacela, yo no te la tiendo más"
y cada día terminaba ventilando sábanas y mantas; rabiosa.
-No puede ser.-
-Hace una hora que
Santia salió de clase. No me comentó que iría a la biblioteca. Qué raro que no llegue.... en qué andará éste.-
El invierno la
entristeció. Sus tardes cortas, cerradas a las seis, esa estufita de mecha languideciendo una llamita azul que no acompaña
nada; las eternas cuatro paredes... el edificio de enfrente encuadrado en la ventana.
-Siempre huele a
encierro.-
Celia se afanaba juntando retoños de eucaliptos para la calderita de
la estufa.
-Mirá
que estas estufas a kerosén queman oxígeno.
-Que no se seque el
ambiente. Pone la caldera en cuanto la prendas.-
Pero el resultado
era el mismo.
-Para qué, si aquí
no se respira. Te dan el cielo en rectangulitos como figuritas; cuando te lo
dan . • •
-Sarita, tenes cada manías... Con lo lindo
que es todo. Tenés cerca las tiendas, cines. Te aburrís?
En la calle te esperan un montón de vidrieras. Si no
fuera por tu padre me quedaba aquí para
siempre, pero a aquel quién lo trae.
Todavía me reprocha que nos fuimos del campo cuando tenías
seis años...
Pero a quién le cuento, si sos igualita. Parece
mentira como heredaste su carácter.
-Cuestión
genética, mamá, amo el campo, los eucaliptos verdes, un cielo abierto de
horizonte a
horizonte y sus
estrellas aunque sean frías y me anuncien la muerte.-
Cuando Celia no
estaba, Sara adivinaba sus frases y le contestaba igual.
Hoy la opresión era
mayor. Pensar en quedarse... otro día...
Voy
a hacer el bolso, tal vez tengo suerte y engancho el último pero no creo. Y
Santia que no
viene… Y las milanesas humedecidas en la heladera
con ese tufillo tan particular...
Es que hace muchas. Pero quién le hace entender.
"¡Pobrecitos no vayan a pasar hambre!" Al
final son un asco y terminan en la basura. Si aquel no las come, las tiro.
Voy a hacer arroz a la cubana.
Desde la cocina
sintió el ruidito de la llave.
-Por fin.-
Se dio vuelta y
estaba en el comedor. Trayecto corto.
El apartamento se
recorría en cuatro zancadas. Dos dormitorios, un living-comedor,
cocina, baño y el
balconcito. Cuando venía visita o los padres se quedaban a dormir, se
habilitaba, el sofá-cama. Las
paredes estaban decoradas con dibujos de la
infancia, una foto de Capitán, la de la coca caliente y un retrato del Che.
-Hola-.
-Santia, ¿te pasó
algo?
-No, estábamos discutiendo con Guille la movilización.-
-Ah. En el Instituto
también hubo asamblea. Se votó afirmativo. Me quedo. ¿Te parece bien?-
-No sé, Sara, la
Metro cada vez carga más pesada.-
-Pero vos vas.-
-Yo... es
distinto.-
-¿Por qué? No me
salgas con machismos.-
-Yo los conozco,
si veo la cosa fea me esfumo pero vos sos muy tiernita, muy inocente y podés
Embromarla; estos
no se andan con cortitas-.
-No me vengas con
las pavadas de mamá.-
-Es cierto-.
- Y yo que te
esperaba para discutir en serio... En la cocina tenés arroz.-
-Sarita, no te
enojes.-
El portazo de la
habitación de la hermana fue la única respuesta que obtuvo.
-Mujeres. Debe
estar por mestruar-
Se sentó a comer el
arroz.
Solo y todavía recocido.
capitulo
II
El viernes cuando
Sarita se levantó, Santia ya se había marchado y Silvia la esperaba con los
libros bajo el
brazo. Se arrepintió de su actitud de la
noche anterior.
-Pobre, me la agarré
con él Es que cuando adapta ese tonito" de papá protector de la
nena",
me saca de quicio.-
-Vamos, Sara.
Tenemos clase a las nueve, si perdemos el ómnibus, llegamos tarde y la cuatro
ojos no perdona
minutos.-
-Ya. Fíjate, por
favor, si apagué el gas mientras yo busco los libros.-
La mañana fue
normal. Silvia estuvo callada. Se sentía mal y cosa rara, apenas habló. A las
diez se suspendieron las clases.
Silvia dejó un chau
pálido y se fue sola a casa.
Sara regresó al
apartamento. Pasó los apuntes. Tenía un parcial y debía organizar el tiempo.
Después arregló la
casa. Ya en la cocina transformó el arroz recocido en buñuelos. En eso llegó
Santia y por
supuesto le robó uno.
-Tenés la
habilidad de mamá para disfrazar las cosas que salieron mal Pero la verdad,
están
riquísimos-.
-Hoy te tocan los
platos.-
-Dalo por hecho,
pero los lavo luego, porque tengo clase extra.-
-Yo no entiendo
nunca tus horarios tan convenientes. Cuando te toca algo en casa, zas, justo te
coincide con algo.-
La comida se fue
entre risas y bromas como antes.
-La vida de tu
hermano es puro sacrificio. ¿Qué hora es? Me voy que llego tarde. Chau, te
quiero.-
-Yo te voy a dar
cariños.-
Ya se iba apurado
por la escalera con la campera a medio brazo cuando se volvió.
-¿De qué te
olvidaste? ¿O te arrepentís y te quedas a cumplir con tu deber?-
-No. Sara, en
serio. Si vas, cuídate mucho. En el primer lío te largas. Prométeme. Sé por qué
te
lo digo y no te
enojes.-
-Bueno.-
Le tiró otro beso,
disparado por el mayor y el anular y se perdió en el hueco de la escalera.
-Pone la cadena en
la puerta. ¡Ojo, eh!-
-Santia. Ya tengo
19 añitos.-
-Sí, pero te haces
pichi en la cama.-
-Santia que te van
a oír.-
Se volvió
sonriendo. Cerró la puerta. Por supuesto puso la cadena y lavó los platos. Poco
a poco
la sonrisa se fue
cambiando en un gesto de preocupación.
-Es que lo conozco.
Si el lunes cuando vengo con todo el extrañe, los veo sucios, reviento. Qué
pasará esta tarde, qué le digo a mamá. Necesito los apuntes para el
parcial, ¿por qué los habré prestado?
Ay, mi Dios. Un baño, eso, un
buen baño relajante.-
Puso el tapón,
abrió la canilla, le tiró un chorro de champú a la bañera.
-Que mamá no se
entere, y se quedó mirando la espuma prometedora. Cuando el nivel
alcanzaba poco más de un cuarto, el agua se enfrió.
-Ahora sí que la
embromé.-
Se metió pero no
había forma de que el agua le cubriera todo el cuerpo, a los cinco minutos
estaba helada.
-Y sin ducha
caliente. Estos calentadores son una mierda.
Se friccionó con la
toalla y entró en calor.
Se vistió y por las dudas, se hizo una cocoa bien caliente. Entonces
se le ocurrió hacer el bolso y dejarlo en la agencia antes de ir a la
Universidad, por si llegaba al último turno. De ser posible eliminaba varios
problemas.
Cuando salió rumbo a la manifestación, tenía las mejillas encendidas y
una estufa encima.
-Me pasé-
En el camino fue repasando sus problemas. Cuando llegó, la gente ya
estaba preparada.
En las paredes
descansaban las pancartas, gritando reclamos, apoyados sobre letreros
despintados con
reivindicaciones también desoídas antes.
-Sí, pero hay que
seguir.-
Buscó a Santia pero
no lo encontró.
-Este volado se concentró en el
estudio y se olvidó.-
-Vamos.-
La codearon y ahí se
organizó la marcha. A medida que avanzaban se sumaban compañeros
retrasados o de
otras Facultades.
La movilización se
iba mansa bajo la vigilancia de la metropolitana y la mirada atenta de los
"tiras"
dentro.
Sara, anónima entre
muchos, se sentía satisfecha.
Había hecho lo
correcto. Hay que defender lo que pensamos no solo con palabras, que es fácil,
sino con hechos.
-Lastima Santia y
Silvia. Ellos se lo pierden.-
En eso, como hormigas cuando se pisa un
inadvertido hormiguero, las chanchitas empiezan a
Aparecer por todos
lados. Ruidos de sirenas, confusión, los tiras alborotando desde las filas de
los manifestantes.
Unos disparos en la
delantera. Los jóvenes convivientes de dos muertes de compañeros,
responden con
piedras. Ya no se avanza y las laterales se llenan de milicos pidiendo
documentos. En Dieciocho,
los de a caballo reparten golpes con porras a diestro y siniestro.
Sara sintió como el
escalofrío la iba ganando de a poco, desde la nuca a las piernas. Las
"Adrianas"
se esfumaron con el primer uniforme, pero la mayoría se quedó porfiando sus
reclamos. No era
fácil detenerlos. Los dirigentes captaron el peligro y soltaron la orden.
-A dispersarse que
viene la pesada. Fue pasando de uno
en uno. Cuando llegó a Sara estaba
sola, sin nadie
conocido o confiable cerca. Intentó escabullirse pero la calle estaba bloqueada
por
un cordón policial
que venía avanzando.
-Demasiado tarde.-
La quedé. Logró doblar la esquina pero el
miedo la inmovilizó, sabía que
tenía que irse, se
ordenó hacerlo, pero no lo conseguía.
Junto a la calle
muchos esperaban el "121" que había cambiado el recorrido habitual
por la
manifestación: señoras
asustadas, empleados y algunos estudiantes entreverados.
Era su única
salida, tenía que llegar, tenía que subir. Nada. No podía mover ni un solo
músculo.
-Dale! Vamos! Subí
de una vez!-
Respondió a la
orden. Sin saber cómo, subía. Tal vez la empujaron.
El chofer, rápido,
cerró las puertas tratando de salvar la situación y los milicos cansados de dar
palos lo dejaron hacer. El
coche arrancó. El guarda se movió inmediatamente buscando la
normalidad.
-Boletos. Boletos,
por favor.
Sara extendió el
rollo de boletos, el guarda cortó y devolvió.
-Gracias.- dijo la joven volviéndose a ver quién la empujó. Encontró unos ojos
negros profundos, la campera marrón de pana
rayada con el cierre hasta el cuello y un mechón lacio en la frente.
Los ojos negros
recogieron los suyos, se hamacaron en aguas mansas de miel y calaron en sus
abismos. Allí se
perdieron.
-Gracias.-repitió sintiéndose terriblemente tonta.
-Por hoy zafaste,
pero estás muy verde para estas cosas, si querés seguir en esto, abrí bien los
ojos,
porque la jefatura
no tiene camas blandas ¿sabes?-
-Me asusté. ...la
verdad estoy preparada... me llamo Sara.
En eso la
empujaron para bajar y cuando se volvió nuevamente, ya no encontró, ni ojos, ni
campera, ni adiós, nada.
-Te das cuenta, no
me contestó, qué antipático. Y maleducado además. “Abrí bien los ojos”, claro,
el
señor sabía mucho,
tendrá tanta experiencia...
La verdad de no ser por él, quién sabe dónde
andaría.-
Revivía el momento con Ester.
-Así que seguiste
cuatro paradas más.-
-Sí, me quedé idiota del todo. Y con la palabra en la boca.-
-¿Cómo se
llamaba?-
-Pero no escuchaste lo que
dije.-
-Sí, está bien,
tranquilízate. Menos mal que te dio tiempo para venir. Por lo menos te vas hoy
y
zafás el rezongo de
tu madre. En esas cosas hay que tener cuidado Qué querés que te diga, tiene
razón-.
-No empezarás con
tus cuentos de brujas. Pero… qué antipático...-
Estaban en CITA y seguía martilleando el tema. Ester la escuchaba
paciente.
-Che, ¿no te
habrás enamorado? Estás tan obsesionada...-
-Sí, seguro, de
Mister Fantasma y en un segundo. Che, que esto no es una película.-
- Vamos, que sube
el guarda.-
-Sí.-
Acomodaron los
bolsos, se sentaron, Sara en la ventanilla. El clima de pueblo ganó el ómnibus.
Respiró más tranquila.
-El viernes que
viene hay otra.-
-¿Vas?-
-Sí, ahora que
vencí las trabas.-
-A mí me coincide
con un parcial de química. Lo tengo el lunes y el viernes pensaba con unos compañeros estudiar.
No sé.-
-Yo tengo el de
pedagogía el martes. Pero es fácil, además creo que la causa habilita el
sacrificio. No vi
a Santia, ¿y vos?-
-No, pero yo
andaba con los compañeros de mi Facultad y entre tanto alboroto. ¿El domingo
vas a lo de Mama?-
-Sí.-
-Yo también-
El coche arrancó
sumiendo a cada una en sus pensamientos.
Sara no podía
librarse del suyo.
-Pero qué se habrá
pensado...
capitulo III
-Hoy liquidamos el
programa del parcial Si le metemos fuerte, creo que lo logramos-
Dentro de las
cuatro paredes de la pieza de pensión los muchachos compartían la mesa, la
escasa
luz de la lámpara
y los apuntes.
-Si mamá supiera que estudio con esta luz me mata.- ,
-No se acostumbran
a que pase el tiempo.-
-A mi me pasa con
Sara. Por eso… entiendo. Fíjate, algo
tan sencillo como que vaya a la manifestación ya la retupo de
consejos. El viernes pasado llamé a casa para ver si llegó bien.
Casi me mata... Por
suerte no pasó nada, zafó por el ómnibus, pero me reconoció que quedó
paralizada cuando llegó la pesada-
-Hoy hay otra,
vamos,¿no?-
-Por supuesto. Le
pedí a Sara que no fuera. Intuyo que se va a poner feo. Espero me escuche. ¿me
das un segundo que la llamo, ya debe haber llegado. No contesta Reservó para el
último turno es tan porfiada a veces-
- Tranquilo desde
que la conozco siempre te hizo caso. Che ¿Estuviste con el Ñato Díaz?-.
- No. Después
quiero charlar algo contigo-
-¿Apronto el mate?-
-Fíjate si queda
yerba..-.
La tarde se iba tranquila, mate, apuntes y entre uno y otro, compartir
inquietudes.-
Así, de a poco, pero
por sí mismos, iban llegando a verdades viejas que rejuvenecían con la
sangre de nuevas
generaciones.
-Che...¿cuándo lo
ves?-
-Aún no lo sé.
Tengo que concertar la cita.-
-Y cuando lo hagas
no me lo vas a decir.-
-Perdóname, viejo.-
-Yo tengo miedo
che, soy flojo, si me agarran largo todo y en lugar de contribuir voy a joder
la
causa-.
-Hay muchas formas
de lucha.-
-En eso tenés
razón. Hay que buscar la horma del zapato, nada más-.
-Ay! la
manifestación! fíjate la hora.-
-Casi las seis.-
-Apúrate.-
-Vamos.-
A toda prisa
cerraron la puerta. Abandonaron la pensión y echaron a andar. Quedó atrás ese
olor
tan especial, las
paredes oscuras y la comida guardada en la mesa de luz.
-Hoy la cosa pinta
fea.-
-Sí, ya los
adiestraron contra las manifestaciones. Hay que andar con cuidado. Los
muchachos
se modernizan.-
-Nunca te conté el
susto que me di en la tapera del campo. Hoy siento lo mismo. Son
presentimientos.-
-No hay tiempo de
historias. Ya llegamos.-
- "Obreros y
estudiantes Unidos y Adelante".-
-"Obreros y
estudiantes Unidos y Adelante". Che, viejo si ves a Sara, avísame-.
-Quédate
tranquilo.-
-¡Ojo que viene la
pesada! ¡Corran a la Universidad!-
-Vamos, Santia!-
-Si, ¿no ves a mi
hermana?-
-¡Santia que se
vienen!-
-¡Los perdigones! ¡Cambiaron
los perdigones! ¡Hijos de puta! ¡Son de plomo!
-¡Metete
abombado!-
En un momento
estuvieron en la azotea, desde allí las cosas se veían en un clima de
irrealidad
que asustaba más.
-Creo que le dieron
a uno. Mirá a ver qué pasa.
-Un montón de gente.
Parece que hay algo en el suelo pero no distingo.-
-Aquí llega
alguien de la calle. ¿Che qué pasó ?-
-Le dieron a un
estudiante, sangra mucho-
-Creo que lo
metieron en la Universidad. Bajá a averiguar.-
-Tira piedras. Hay
que frenarlos.-
-Vamos.¡ Dios mío!¡
Esto son balas!-
-Cuídate.-
-Lo metieron, si,
es de Económicas. Lo cuida uno de Medicina. Dice que la cosa es fea. Pierde
mucha sangre y no
pueden parar la hemorragia.-
Van a hablar con el
rector. El problema es que no lo dejan salir y si no recibe atención, muere.
-No lo dejan,
¡hijos de puta!. ¡Tira piedras! ¡Dale!-
-No, ¡¡frenen, che! que sale el rector.-
-¡Espera!,
¡carajo!-
Los minutos se
hicieron eternos, luego el silencio mezclando miedo y dolor fue ganando a los
estudiantes agazapados en la azotea.
El rector habló,
levantó derechos, reclamó, exigió. El tiempo se iba contando en las gotas que
como hormigas
llevaban la vida del estudiante, poco a
poco.
Idas, venidas, el
rector volvió a exigir, pedir, rogar, y después de un rato llegó la
ambulancia. La sirena dispersó por un instante a los
policías y erizó la piel de los muchachos.
Las piedras caían
de las manos, las caras descomponían gestos, aniñaban amarguras.
Un rato de tregua.
-¿Hay noticias?-
-Si. No llegó al
hospital.-
-¡No! ¡No puede ser!-
-Se murió, viejo.-
-Si tenia mi edad, estaba en mi
clase.-.
-Tenia tu edad pero ahora ya no tiene nada. ¡Nada!
Está muerto, ¡Muerto!-
-¡La puta!-
-Loco, no te olvidaremos. No
será en vano. Te lo juro.-
- Va por vos, hermano.-
-¿Alguien vio al Ñato Díaz?-
-¿Quién pregunta?
-Santiago
Urquiza. Decile que quiero hablar con él-
CAPITULO IV
En la jefatura, en la mañana se cocinaron otros caldos Las
habitaciones abiertas o cerradas a la vista del público guardaban inquietudes
nuevas. Las paredes seguían adornadas con cuadros de Artigas, los archivos eran los de siempre pero los aires recibían
brisas del norte.
-El jefe estuvo de junta con los grandes. Se comenta que vienen nuevas
directivas.- -Vamos a ver-.
-Estos guachos,
comunistas, vende-patria me tienen hasta las pelotas.-
-Parece que cuando más palos das, más
aparecen. Salen de cualquier lado. –
-Al flaco Estévez
lo reventaron con una piedra. Son unos salvajes, así los adiestran en Moscú.-
-Ni los gases funcionan.-
-Che, estos
perdigones que nos dieron para las anti-disturbios no son de goma, son de
plomo. Esto es peligroso.-
-Callate gil, querés que te arresten.-
En San José y Yí,
las opiniones se levantaban o se silenciaban según pasara el jefe cerca; o la conciencia estuviera más o menos dormida.
-Esto no me
gusta.-
-¿Te pagan por
gustarte o por cumplir con tu trabajo? ¿Qué querés? que los comunistas de
mierda se queden con el país. La fuerza es el único camino con esos hijos de
puta.-
-Pero son solo estudiantes...-
-Callate, qué sabes
vos. A ver, ¿Fuiste al liceo? Estoy seguro que no. Entonces a qué te metes. Ya
vas a ver a los "guapitos" cagarse en los calzoncillos. Los jefazos
saben lo que hacen. Yo sé por qué te
lo digo. Nosotros obedecemos, ellos piensan. –
-¿Y estas fotos?-
-Ah, a estos hay
que traerlos y sobarles un poquito. Capaz que nos dejan usar la picana.-
Una voz del rincón nubló la cosa enseguida.
-Callate, boludo,
que eso no es para todos.-
El milico Martínez no habló más. Algo le empezó a molestar.
-Justito aquí,
vieja. Como si tuviera un "fierro" quemando en las entrañas. –
Porque resulta que
el milico Martínez sí fue al liceo, le gusta pensar y analizar lo que ve y escuchar.
-Y cuando el
bicho muerde es que algo anda mal. Fui, no me quedaba otra que obedecer, cumplir las obligaciones, porque órdenes son órdenes,
pero cuando vi al muchacho caer agarrándose
la panza; el chorro de sangre, Dios o el Diablo se me cruzaron. Te juro, vieja,
vi al Federico. Si, al Federico, cayendo ahí nomás, cerquita mío. Miré
mi escopeta, limpita, gracias a Dios yo no
había sido, pero mi hijo estaba en el suelo y yo estaba en el bando contrario. Se me vinieron relámpagos de memoria.
Cuando nació. Vos lavando pilones de ropa
para que estudiara.-
-El nene será doctor.-
- Yo tirándome noches enteras de sereno para agregar pesitos. Y todo
ahí, quietito, con cara se sorpresa. No, no tenia cara de dolor, sólo de
sorpresa y el hilo de sangre joven que hacia su camino.-
Disimulando me
quedé. Vi cómo lo entraron. Lo curarán,
me dije. Cuando pidieron la ambulancia respiré. En el Clínicas son capos.
Lo dejan como
nuevo. Pero, no la dejaban pasar, vieja. Serán hijos de puta. Se reían y vuelta
aquí, vuelta
allá.-
-Son
"vendepatria" dijeron. ¿Te das cuenta? No son más que gurisitos como
el Fede. Capaz que él andaba por ahí El no era, quédate tranquila, pero
podía haber sido.-
Con cada suspiro se le iba la vida y se le fue nomás
delante de todos. Yo soy duro. He visto
Mucho pero esto era demasiado.-
Una lágrima gruesa,
como gotón de aguacero en verano, atravesó el rostro curtido de Martínez.
-¡Qué jodido es
todo, vieja.
¡Hijos de unas
siete mil putas!-
Pero me largo, sí señor, me voy, yo no sigo en esa
mierda.-
CAPITULO V
Federico Martínez
se quedó junto al escalón un buen rato. Se fueron yendo de a uno, de a dos, un
grupo y él allí
estaqueado. No era que tuviera miedo, el miedo se le fue hacía rato, era el
frío, el
frío que le subía
de las manos.
Esas manos que
cruzaron torrentes con pinzas, que ordenaron, que corrieron, ahora colgaban
hacia abajo,
manchadas, inservibles. Quietas como él. Frías.
-Vamos, viejo. No
te quedes así. Hiciste todo lo posible.-
-Pero se me murió
igual-
-No seas boludo.
Vamos, es peligroso que te pesquen aquí.-
-Ya voy.-
-Che, Fede... que te van a fichar... que te llevan...-
-Me voy a lavar.
Esperá.-
El cuerpo se levantó pero las manos seguían mirando el
suelo, las piernas caminaban y ellas
contaban las
gotitas de sangre, la espalda empujó la puerta y se encontraron con la
palangana.
Allí se movieron,
querían agua, agua que corriera todo, que limpiara...
Hasta el espejo le
devolvió la imagen de la derrota. Su primera derrota frente a la huesuda que
sonreía detrás.
-¡Hijos de unas
siete mil putas! ¡Carajo!-
La papelera se
desparramó con la patada.
-Che, ¿estás
bien?-
-Si, ya salgo.-
-¿Tranquilo?-
-Si, vamos.-
El silencio los
ganó en oscuridad y espacio. Habían visto, oído y sentido demasiado. Había que
dejar que se
asentara. Era pronto para sacarlo.
Lo caminaron hasta
la parada, lo llevaron en el ómnibus y los siguió separados sin darse cuenta.
Cada uno por su
lado.
Todavía iba con
Federico cuando se topó con la normalidad en la cocina de la vieja. El olor a
ajo
y a cebolla
saltados, la salsita de la polenta le susurró que para los otros podía ser un
día normal.
Y ahí estaban...
-Buenas.-
-Buenas, m'hijito.
Qué cara traes. ¿Qué pasó?-
Con la vieja no se
podía; adivinaba lo que le pasaba hasta las horas y días atrás.
¡Qué jodido es
todo!-
Las manos recién
secas en el delantal, curtidas con las uñas comidas de pileta, fregar pisos y lavar
supieron devolver
la calma a las del hijo. Le enseñaron cosas viejas, le hablaron a su silencio,
le
acercaron
paciencia.
Al Fede le gustó ser niño de
nuevo en esos increíbles instantes en que la madre le mecía. Fue un
respiro. Solo un respiro y se
fue el frío.
El padre también
presintió.
-¿Estabas allí?-
-¿Dónde?-
-Donde mataron al
muchacho.-
-Si.-
-Lo sabía, se lo
dije a tu madre.-
Dentro del claustro
se acartonó, pensó que se venía el chaparrón, el viejo entendía poco y si lo
mandan, se piensa
que está bien y obedece. Es milico.
La madre sintió el
crecer del hijo y lo dejó nacer de nuevo.
-¿Un mate?-
Recién ahí, cuando
alzó la vista, le vio los ojos. Estaban como sus manos, cansados inservibles,
inmersos en un silencio
nuevo, solos. Desde los quince, cuando rompió el cascarón supo por
intuición que hay cosas que el viejo no comprende. Entonces mejor, no
hablarlas. ¿Para qué? Se ha roto el lomo para que yo estudie. El y la vieja. Por qué voy a
hacerlos sufrir, me hago el bobo. Soy como quieren y todo el mundo
tranquilo.
Se había equivocado
y feo. Ahora en este larguísimo segundo lo entendió.
Los ojos del viejo
se entendieron con sus manos vencidas por la huesuda, conversó un rato con
ellas hasta que las
manos de la madre los detuvieron. Traían olor a cocina, a casa, a familia.
-A comer, la mesa
está puesta. Acerquen las sillas.-
-Viejo, yo...-
-No hables, m'hijo,
yo también estaba.-
-Me llamaron porque
era el más avanzado de Medicina que andaba por ahí. No pude hacer
nada. ¡ Nada.!
-Yo tampoco; estaba
atado por las mismas piolas.-
-Tenía en mis manos
su vida y... fallé, te das cuenta, viejo, me ganó la muerte.-
-Pero cómo ibas a
ganarle sin nada, vi cómo no dejaban
pasar la ambulancia. No entendés, vos
también estabas atado.-
-Me siento mal.-
-No hijo, ahí te
equivocas. No cargues bultos ajenos.-
El silencio tuvo
que irse. No tenía qué hacer allí donde un ex-milico y un futuro médico, un
padre y un hijo
descubrieron que la palabra iba más allá, del buen día de cada mañana.
-Ah, Fede, toma. Los
andan buscando. Si los conoces avísales.-
Alargó un papel
arrugado con cuatro rostros.
-Gracias viejo,
gracias por esto y por lo otro.-
-Vamos que se
enfría. ¡A comer!-
El bolsillo tragó
el papel, los comensales se sentaron a comer en un gesto automático con el
pensamiento fuera de los limites concretos de la mesa
CAPÍTULO VI
Cuando llegó Sara, el viernes, Celia la
esperaba impaciente en la agencia. Nunca llegaba en el último turno, ya iban
dos viernes seguidos, quién sabe en lo que anda. Ya se había enlazado en un
entramado que le robó del todo la tranquilidad. Se calzó la cartera al hombro,
desoyó las palabras tranquilizantes del esposo y salió.
-Lo que pasa que vos tenés
sangre de pato-
Cuando la divisó en el pasillo del ómnibus con Ester, respiró tranquila
y cargó la metralleta de reproches. Sin embargo al enfrentar a su hija, algo en
su expresión la detuvo. Era otra Sara.
-Mamá ¿Qué estás haciendo
aquí?-
- Quise venir a esperarte.
¿Cómo ha ido?-
Llegó el beso y abrazo de siempre y se
alegró de haber silenciado su malestar. Caminaron juntas a la casa.
La madre fue a la cocina a servir la cena y
Sara quedó frente a su padre que acomodaba el fuego. Bastó una mirada para que
comprendiera el porqué dejó ir el lunes una joven y ahora estaba frente a una mujer.
Había escuchado las noticias. La muerte del
joven le había sacudido todos los miedos, le atacaron en el campo pero luchó con ellos,
como un día con la tierra.
Sin preámbulos le preguntó:
-¿Estabas
allí?-
-No, soy una cobarde, fui
a la anterior, pero Santia me dio la lata y no me animé. Papá … murió…-
El padre la abrazó con fuerza, la acunó y
solo logró decir antes que Celia llegara:
-No
todos tienen que caer para probar la injusticia. Hay muchas formas de estar-
-Comemos aquí junto al
fuego- normalizó
la voz de la madre el momento trascendente.
-Como quieras-
El ruido de los platos frente a la mesita y
el olor de la sopa caliente se adueñó del momento.
Cada uno volvió a sus cosas.
-Yo
lavo los platos y me voy a la cama estoy rendida-
-Dejá hija yo ordeno-
-No, mami. Hoy tenés
ayudante-
Y huyó a la cocina.
-Mañana
sería otro día.-
El otro día les deparó la sorpresa de la
llegada de Santia. No lo esperaban pero, como Sara, necesitaba acomodar sus sentimientos
y nada mejor que el campo, la ida a la tapera, y el mate con el viejo.
Llegaron juntos por la tarde.
Nadie habló pero los sucesos llamaban a cada
uno a pensamientos distintos.
La cena reunió a la familia como siempre en
lugar y sentimientos.
Cuando los padres se fueron a dormir, los
muchachos iniciaron una charla que quemó varios leños en la estufa.
CAPITULO VII
Ese lunes hacía
frío, a pesar de ser setiembre. El viento Sur soplaba escarchas en
"18". Es un viento con carácter; se le ocurre frío y no hace
caso del almanaque.
La gente sale de
oficinas, de tiendas, de trabajo y se evapora en las paradas de ómnibus,
desaparece en los estacionamientos o escapa en los taxis.
Los estudiantes y
los pobres lo tranquean, para ahorrarse unos pesitos.
-Me lo juego a la
quiniela, capaz que cambia la suerte ¿vio?-
- Caminar es
bueno, y lo que ahorro lo gasto en tabaco-
Y así iban pasando
las calles.
En realidad el
motivo de Sara era otro. Siempre caminó. En
el campo no hay ómnibus y las distancias se miden de otra manera. Además odio
los amontonamientos…me asfixio.
Este viento frío me recuerda a las caminatas en el
campo.
Ahora caminaba
despacio, sin ver luces ni vidrieras, ni gente. Hacia adentro, como buen
Urquiza
Apretando palabras y
tristeza.
-Algo cambió. Las cosas que antes salían
fresquitas y claras como agua del pozo, ahora
están
turbias,
difíciles de entender. "Tiempos de parto", dijo Santiago, a él también se lo ve distinto.
-Es epidemia colectiva, se nos caen las cosas de
antes y no sabemos qué hacer con las nuevas.
"La verdad me hizo bien la charla del sábado,
no me trató como una enana molesta. Me
escuchó, como
hacía bastante tiempo no lo hacía. Discutimos mucho, lo sé, pero al final nos
entendimos.
Me explicó cosas que se me habían pasado. Terminamos cansados frente al
fuego,
removiendo
las brasas. Igual que 10 años atrás jugando a encontrar la llama.
¡Qué horrible
! Nos vaciamos una botella y liquidamos el queso .Todavía
me rondan las palabras".
Hermanita,
necesito que entiendas muchas cosas; tenés que hacerlo sin ver, sin oír.
Podrás?
-¿Cómo
lo del viejito de la tapera?
-Igual
-Nunca
lo vi.
-Pero estaba,
podés creerme. No lo viste, no lo oíste, pero estaba y estará cada atardecer.
-Algún día iremos
¿me lo presentarás?¿ vendrás conmigo?-
-No seas boba. Confía
en mí.-
-Vos
también. No veo, no oigo pero entiendo.-
-Hasta mañana,
gracias por ayudarme.-
-¿Yo?... si no
hice nada, ayudarte a bajar el vino y el queso.-
-Hasta
mañana.-
-Ya
es mañana-
-Así nos despedimos y no lo he vuelto a ver.
En el apartamento es la sombra de una sombra,
porque si antes no iba, ahora menos que menos...
El viento la
empujaba; entre cerrar la campera, apretar los libros y revisar los recuerdos,
no
miraba y así, dio
con los ojos que la abismaban.
-Decime te alquilaste
la luna.-
El choque fue suave, casi un encuentro,
como si estuviera esperándola. La mirada disolvía la
ironía de las palabras.
-Iba
distraída, perdóname.
-Eso es muy
tuyo, ¿no?
En un segundo Sara
revisó su aspecto, el pelo alborotado en rulos, la campera a lo paisana
cruzada más allá de los botones. Un desastre.
Varias veces imaginó un
encuentro con él. Ideó frases bonitas, gestos estudiados, respuestas
inteligentes que la descubrieran única. Y ahí estaba en la
luna del lunes y él riéndose en sus
narices. Bueno, no podía
quedarse empacada como niño en penitencia.
Vamos a salir del paso.
Levantó hacia él,
la mirada dulce, de miel de eucaliptus iba a contestar pero calló.
Fue un instante
mágico. No hubo una sola palabra. El se perdió en el aire fresco, abierto en un
cielo sin
horizontes. Ella se zambulló en sus aguas mansas, oscuras y salió más mujer.
Más
hermosa.
-Te
acompaño.
-Si
querés.
Como una pareja
que hace mucho que caminan juntos, ella le tendió la mano y él la acercó a su
brazo. El escalofrío
pasó de uno a otro cuando los cuerpos se reconocieron.
Y se fueron
abrazados, desafiando el viento Sur que escarcha cuando quiere, desafiando el
mundo, solamente con ese fueguito, que acababan de descubrir en sus almas,
eterno y recién nacido.
CAPITULO VIII
-Asi que vos sos
Santiago Urquiza.-
-Y
vos el famoso Ñato Díaz.-
El bar estaba
repleto de gente joven. Las conversaciones entrecruzaban política, estudios,
militancia, amores,
formando un raro entramado, mientras el humo campeaba la escena.
Unas levantaban
vuelo rápido hacia la luz para morir achicharradas en el artefacto. Otras
alfombraban las
mesas y las limpiaban con un paño para recibir un nuevo cliente. Pero algunas
se quedaban en
sacos, cuadernos y de ahí seguían andando con los jóvenes.
El Ñato empezó la
siembra después que el mozo limpió la mesa y dejó el café.
Quedaron frente a
frente." ¿Cómo iría esta vez?
Aquellos son vivos. A vos te toca reclutar.
Como si fuera tan fácil. Cuántas veces dar la cara
con miedo a que te salgan con un jueves siete
o te deje mudo el carné de policía, debajo de la cándida
mirada de un rubio inocentón que
conocés de toda la vida. Sé que un día me lo voy a
encontrar . ¿Será hoy?"
Mientras pensaba,
estudiaba los rasgos del futuro compañero o futuro nada. Vaya uno a saber
cómo saldrá la
cosa.
Del otro lado,
Santiago se concentraba en lo mismo. Buscaba la mirada.
Hombre que mira
directo, no tiene nada que ocultar, dijo el abuelo, y si te aprieta la mano,
entonces métele, que es de ley.
Pero ahora las cosas
no eran tan simples y se jugaba mucho. La mirada era franca, no cabía duda, aunque sabía que sería cualquier cosa menos el Ñato Díaz.
Ese era otro
problema, seguridad.
-Ahora pensamos
que,,.
Las palabras
calzaban perfectamente con sus ideas. Era, con pequeños ajustes, lo que
pensaba.
Le dejó hablar un
buen rato, callado como buen Urquiza, el otro empezaba a descorazonarse de a
poco. Las últimas
"entrevistas" habían fallado y tanto silencio... no anunciaba
victoria.
-Bueno. Ya entendí,
conéctame, nomás.
Las palabras le
caminaban por un lado y los pensamientos por otro cuando lo escuchó. Ni una
pregunta, ni una justificación, el
necesario sí, nada más. La mirada del Ñato se iluminó. Este
sería de los
buenos. Pasó las indicaciones y enlaces.
Santiago se
levantó.
-Seguro no te veo
más, por si acaso, gracias. Extendió la mano franca.
-Seguro,
y si me ves, no me conoces-
La estrechó contento.
-Bien.
Adiós, entonces.-
-Adiós, ah, andá
pensándote un nombre.-
-Si, eso es fácil-
No hubo tiempo para
más y nunca más se vieron.
Atravesó el bar,
con una nueva responsabilidad, estaba tranquilo, hacía lo correcto.
Pensó que se
pondría nervioso pero fue al revés. Una enorme paz junto a una
despersonalización
le aparejaron el
paso.
Cuando llegó al
apartamento encontró a Sara despierta. Estaba esperándolo.
-Hola.-
-Buenas-.
Los hermanos
cambiaron miradas y de inmediato adivinaron algo importante en el otro.
-Y, ¿qué tal?-
-Hoy conocí a alguien, bueno, hoy no, el día
de la manifestación, pero hoy lo volvi a ver. Creo
que me estaba esperando y que yo lo he estado
esperando toda mi vida.-
-Sarita...-
Intentó por un
momento los remilgos de hermano celoso de otras veces, pero algo le alertó de
que
la cosa había
cambiado.
-¿Cómo se llama?-
-Rubén, Rubén
Ferrari. ¿Y a vos qué tal?-
-Normal un día
normal. Estuve charlando con un compañero...-
-Entiendo,"
sin oír ni ver".-
-Sí. Cuídate Sara
son tiempos malos para el amor.-
Pero no logró dispersar a la
hermana que le contestó con un guiño.
-Cuídate vos,
también lo son para la lucha.-
capitulo IX
El portón, el
living-comedor, todo estaba a oscuras
pero Federico sabía el camino. Además
quién necesitaba la luz, adentro llevaba de sobra.
-Fede, m'hijo,
esperá que te prendo. Es que está tan cara... como yo ando por la cocina, tengo todo apagado para ahorrar, sabes.
-No te preocupes,
vieja. Hum, qué olorcito, tengo un hambre! ¿Papá no llegó todavía?-
-No, hoy empieza el
despegue. Dio parte de enfermo y se fue a hablar con su antiguo jefe. A él le tiene confianza. ¿Crees que hace bien?-
-Seguro, es
demasiado honesto para andar con esa gente. La cosa se pone fea. Mejor saca una licencia por enfermedad, después se jubila y listo.
Bastante hizo.-
-¿Qué te pasa hoy?-
-¿Por qué?-
-No sé, te veo
distinto. Un duende te baila en los ojos.-
-Mamá, tenés cada
cosa, duendes, con mis añitos. Acordate. Cumplí veintisiete.-
-Sí, que lo
sé. Pero hacía mucho que no veía duendes
por casa, hoy lo siento. Por mi, no va a ser.-
-¡Mamá!-
-¿Estás enamorado?-
-No, vieja, estás
loca.-
-Cómo loca, a tu
edad es lo normal Siempre entre libros, siempre entre reuniones, esa no es la vida de un joven.-
-Qué vas a hacer,
no hay tiempo. Estoy en mi cuarto estudiando. Avísame cuando venga el viejo.
Quiero ver cómo le
fue.-
£1 cuarto lo
recibió con su tranquila normalidad. Libros, apuntes y aquello, escondido bajo
los archivadores. Nada había cambiado. El globo terminó
de desinflarse.
-Soy un boludo. No
puedo, no puedo…-
Pobre Sara, ni siquiera le di mi verdadero nombre.
El alias. Abombado. Sabías que no podías.
Tenías que hablarle. Tenías que esperarla.
Venía preciosa. Es tan... especial.
Una vez más el
duende le campeó la mirada, le ordenó los momentos, se los pasó nuevamente y lo dejó boca arriba soñando.
-Nene, vení que
llegó papá.-
-Voy.-
Discretamente el
duende hizo un huequito y se escondió en el corazón del muchacho. Estos
jóvenes de hoy, tan comprometidos. Me dan lástima, pero qué le vas a hacer, le
tocaba. Suerte que vine yo, tengo
experiencia en esta época, si viene uno nuevito, lo da vuelta como una media. A mi me gusta el XX, es una levadura que cuece muchos panes a la vez. El
problema es el horno, a veces, quema.
Bueno, por hoy hice
bastante, me voy a echar una siestita. Al fin y al cabo tiene que pensar.
-Hola, papá ¿qué
tal te fue?-
-Bien, estuvimos
charlando mucho. Yo no sabía pero él hombre anda por otros rumbos. Me explicó varias cosas. Pero no
sé. Por lo pronto sigo con licencia.-
-Quizás sea lo
mejor.-
-Bueno, vamos a
comer.
-Cómo, ¿hoy no se toma
mate?-
-No, viejo. Es tarde y Fede tiene hambre-
-Bueno, qué le vamos a hacer. A estas mujeres no hay quién les toque
al "nene
capitulo X
La decisión lo llevó de nuevo al campo. Para Santia
era como armonizar su mundo a su lucha. Llegó justo antes de ordeñar, se cambió
y fue al galpón junto a su padre.
La noche iba cayendo mansita sobre las estrellas,
cada cosa se daba su media vuelta y se iba a las sombras. A lo lejos la tapera, una mancha oscura en el misterio.
¿Estará todavía el abuelito?
Santia traía olor a bosta en las botas, las manos húmedas y la espalda
doblada del ordeñe. Había perdido la costumbre y el cuerpo acostumbrado a
doblarse solo ante los libros, resintió
la tarea.
Miraba el campo, su campo, el campo de los Urquiza y en este momento, se sentía
feliz, sin pensar en reformas agrarias, ni en cambios. Es que le gustaba así, enterito, con ese olor y las estrellas y el sabor de la leche recién ordeñada. Su niño lo llevaba de la mano a fumar barba de choclo, escalar las parvas o conversar con el viejito de la tapera. En esos instantes se esfumaban su compromiso, su trabajo y buscaba a la enana para jugar un partido a la pelota.
-Ah, qué bien se está aquí Parece que nada cambia si hasta encontré el palo de las caminatas
junto al galpón-
Miraba el campo, su campo, el campo de los Urquiza y en este momento, se sentía
feliz, sin pensar en reformas agrarias, ni en cambios. Es que le gustaba así, enterito, con ese olor y las estrellas y el sabor de la leche recién ordeñada. Su niño lo llevaba de la mano a fumar barba de choclo, escalar las parvas o conversar con el viejito de la tapera. En esos instantes se esfumaban su compromiso, su trabajo y buscaba a la enana para jugar un partido a la pelota.
-Ah, qué bien se está aquí Parece que nada cambia si hasta encontré el palo de las caminatas
junto al galpón-
-Es que Juan lo
guarda y cuando sabe que vas a venir o
te otea por el camino, lo pone. –
-Mentira. No te
puedo creer.-
-Pues es verdad, m'hijo.-
-Ese Juan es único.
Dónde anda que no lo he visto.-
-Ah, está viejo.
Se jubiló pero con una miseria. Así que me pidió para quedarse-
. -Ese Juan.-
-Ahí viene. Hoy
fue al pueblo a cobrar.
-Mire Juan quién
tenemos por aquí-
El rostro curtido
esconde arruga dentro de arruga y la boca pasita, sin dientes, ensaya la
sonrisa. Santia, ¿cómo andás?-
Estira la mano curtida y el muchacho, el gurí de
siempre pero más sensiblón le abraza.
-Juan, ¿cómo está?
Igualito que siempre. Para usted no pasa el tiempo.-
-Te parece, tengo menos dientes y menos fuerza.-
-Me contaron que viene con el cinturón lleno.-
-Dos vintenes, Santia, trabajas
toda la vida rompiéndote el lomo por dos vintenes. Si no juera por el patrón no sé qué seria de mí-.
-¡Epa!, hermano, yo no le regalo nada. Usted sigue trabajando aquí,
nada más.-
-No se preocupe, Juan, pronto van a cambiar las cosas. Ya va a ver.
Los tiempos…-
Juan entreceró los
ojos, aspiró el humo del Cerrito y estudió desde allí al muchacho. Sorbió el
mate que le
tendieron hasta el ruídito y recién ahí contestó.
-Mira, muchacho,
desde que el mundo es mundo las cosas están así, las quieren cambiar pero
siguen igualitas. Así que pa qué.-
-Por la justicia,
Juan, por el mundo, por los compañeros, por usted, por mí...-
El peón abrió un
poquito los ojos, lo volvió a mirar ahora a través de las palabras.
No era el mismo. Lo sabía, esas son las ciudades,
les llenan la cabeza de viento con cosas
nuevas. Pá qué. Apuesto que se olvidó de ensillar un
matungo, de curar una bichera, de orejear el
cielo y saber
si llueve.
Yo creiba que el Santia era de campo pero me lo
cambiaron. La puta ¿y todo lo que le enseñé?
Pá qué...
El muchacho seguía
el discurso y Juan cansado frente al desconocido se volvió al patrón.
-Asi que mañana
viene la Sarita.-
-Si, mañana.-
-Bueno, entonces me
voy a d'ir durmiendo porque ya es tarde.-
-Juan ¿no cena?-
-Hoy no tengo
hambre, patrón. Comí unas porquerías en el pueblo.-
-Como quiera,
hasta mañana.-
-Buenas noches.-
-Buenas noches,
Juan.-
Los Urquiza
quedaron frente a frente. Uno cebando tranquilo, el otro preocupado, algo
andaba mal…
La noche ganó el
campo y el espacio se hizo chiquito abajo y grande arriba,
-Viejo. Juan anda
raro, ¿no? No me contestó, prácticamente me dejó con la palabra en la
boca.¿Le pasa algo? ¿Lo ofendí?-
-No, m'hijo, está
un poco chocho, nada más.-
-Pero no hace
tanto que vine.-
-Pero viniste el mismo
Santia de siempre. Hoy le saliste con problemas económicos y justicia
social y la mar en
coche. Esto es el campo, m'hijo, aquí las cosas deben entrar despacio porque
el invierno sigue
siendo invierno, aunque se suelten al vuelo las ideas del materialismo
dialético. Si Marx
no sabe ordeñar, por ahora, no sirve.-
-¿Me apuré?-
-O te equivocaste
de planteo. A la vaca vieja acostumbrada a la pradera no la pongas en el
establo. Aunque le
des alfalfa, se te muere.-
-Creo que me falta
aprender bastante.-
-Algo, tenés
tiempo.-
-Antes nunca
hablábamos de estas cosas. Yo no sabia de tus ideas pensé que estabas del otro
lado...-
- Estás loco
muchacho Es que buey viejo se acostumbra al yugo y va despacito.-
-Me hace bien
hablar con vos.-
-Me alegro. Siempre
voy a estar aquí.-
-Sarita anda medio
tristona. Creo que fue buena idea reunimos este fin de semana.-
-Sí, pero viene la
amiga que es una cotorra alborotada.-
-Viejo, sos
chucaro.-
-Y... ya estay
viejo para cambiar. Me voy a dormir.-
-Hasta mañana.
Llámame cuando te levantes.
-Como quieras. Me
levanto a las cinco.-
-No importa. Quiero devolverle
a Juan su gurí.-
CAPITULO XI
La mañana se
sacudía la noche cuando Sara subió al ómnibus. Cargaba el bolso y a Silvia que
no
conseguía desprenderse del sueño.
Los primeros
quince minutos pudo contemplar el paisaje a gusto, resguardada por el silencio
de
la amiga, vio las
carreras de las palmeras, las casitas con sus jardines que se espaciaban para
ceder paso al
verde, resplandeciente de rocío.
Cuando iba a
saludar al sol empezó el parloteo y se volvió al interior.
-Asi que nada, che.
Te dijo que estudiaba Medicina pero por lo que averigüé nadie lo conoce.
¿Estas segura del nombre?-
-Ay, Silvia, a
esta altura no estoy segura de nada. Fue un momento maravilloso pero no lo vi
más. No me llamó, no fue a buscarme... Nada. Se lo
tragó la tierra.-
-No te ofendas
pero no será un caradura....vos sos tan inocente, a veces se avivan.-
-Boba, querrás
decir. Tal vez tengas razón pero...-
-Pará.- Silvia bajó la voz y
agrandó los ojos - y si está metido.
Igual es un inconsciente.-
-Vos sabes que lo
he pensado pero no sé. Parecía ajeno a todo eso.-
-Mejor lo olvidas.
Todo esto es demasiada complicación.-
-Tenia que
tocarme.-
-Che, ¿cuánto
falta?-
-Ya estamos cerca.
Déjame pasar que bajo el bolso.-
-Ay, papá lo puso
en el maletero.-
-Acordate de
avisarle al guarda. Si no, va a Montevideo.-
-No, hoy no, que es
sábado.-
-Vamos.-
El molino de
viento, junto a la casa, marcaba el camino hacia el campo de los Urquiza. A la
entrada, Santia en
el carro, esperaba a las viajeras. Se había levantado temprano, hizo las pases
con Juan
demostrándole que todavía sabía ordeñar y ensillar. Estaba tan contento que,
cosa rara
en él, cuando vino
el ómnibus, se puso a hacer señas con los brazos.
-¡Eh, eh, dejen a
mi hermana aquí!-
Silvia bajó
colorada y Sara muerta de risa.
-Te voy a matar.-
-Vamos ,
haraganas, que ya es tarde.-
El caballo empezó a
trotar despacio. Para qué apurarse, todo es conocido. Sara por un momento
vio a Capitán
moviendo la cola a su lado.
-¿Te acordás de
las florcitas?-
-Ufa, Santia, no
empezarás con el cuento.-
-Silvia no lo
sabe.-
-Dale, contálo, por
favor.-
El
muchacho soltó la carcajada al ver que la amiga picaba el anzuelo.
-Un dio a la
mocita se le ocurrió andar a caballo. Estuvo dale que te dale hasta que la
llevé a
dar la vueltita.
En el camino se enamoró de una florcita, quiso arrancarla pero no pudo. La
cosa es que no la
soltó y como el caballo seguía, terminamos los dos planchados en el suelo.-
-Pero, Sara- murmuró Silvia muerta de risa, mientras de soslayo
se guardaba la figura del
muchacho.
-Ah,
estarás contento, ¿verdad?-
-Desde chica fue
así, pobrecita, le falta algo.-
-Seguila, nomás. Mira que tengo muchos
tuyos archivados.-
-Bueno,
señoritas, llegamos. Si gustan descender.-
Se acercó a
ayudarlas pero Sara ya estaba en el suelo. Silvia, en cambio, esperó gustosa la
ayuda. Luego
siguió solo con carro y caballo
al potrero para desenganchar.
-Che,
Sara, tu hermano no parece el mismo. Aquí hasta habla y no está nada mal-
-Mira
que cuento.-
-Te
mato.-
El padre las
esperaba junto a la ventana. Sara corrió a abrazarlo. En ese instante era para
ella y
para él, la niña de
siempre.
-Papá,
¿y mamá?-
-Adentro
limpiando.-
Se quedó un ratito
acostumbrando los recuerdos al presente y fue a saludar a la madre.
Detrás del galpón,
como a una cuadra del rancho, Juan seguía la escena haciéndose el
desentendido.
La vio llegar, ir
a las casas, abrazar a su padre y quedarse quietita, entonces entró en la
pieza,
con cuidado sacó debajo del catre, el palo que hacía un tiempo
descansaba, y lo dejó junto al de
Santia, por si
querían caminar. Luego buscó algo para hacer, no se fuera a dar cuenta que la
estaba esperando.
-Juan,
Juancito, ya no venís a saludarme. Tanto sin verme y esta desabridez.-
El viejo fue abriendo despacio
la sonrisa sin dientes: era la misma.
Los gurises siguen igual. La ciudad no puede con ellos, son de buena
madera.
-¿Cómo
andas, Sarita?-
CAPITULO XII
Después del fin de
semana de pan casero y piel con olor a eucaliptos, los muchachos volvieron a
zambullirse en sus
cosas. Corto respiro, pero la levadura fermentaba cada vez más aprisa.
Federico se
disciplinó y durante veinte días se mantuvo alejado, iba con los muchachos,
hacia
algunos
"encargos" y proseguía cuando
podía, con las clases.
-Pensar que falta
un año, sólo un año, pero qué año.-
Así iba haciendo
lo que podía.
El duende lo
acompañó en todo, se había divertido de lo lindo en la Facultad. Eso de
investigar
pulmones o
intestinos mirándolos como simples tejidos, le fascinaba. Pasaba horas enteras
escuchando cómo los
muchachos querían enderezar el mundo. ¡Pobrecitos!
Siempre estuvo
igual, solo nosotros le ponemos un poquito de
pimienta.
Tanto ir de aquí
para allá, se olvidó de su trabajo. Bueno, la verdad, le daba lástima el
muchacho.
Ya tenía bastante.
Pero volvió el aviso, o él u otro. Así que con un poco de pereza se puso a
trabajar.
Federico se despertó
con la imagen de Sara, su horizonte de campo, su sonrisa abierta, sus ojos
de miel.... Se
quedó un ratito con ellos pero volvió a ordenarse.
Tengo que
disciplinarme. No puedo, no hay lugar para el amor.
No,
por ella. La pongo en peligro. Lo sabes, no seas boludo.
Ahora vas a ir a clase. Luego al Clínicas, más tarde
a la reunión y después... Voy a verla.
No, en qué
quedamos.
Yo... tengo un
compromiso. Sé lo que hago y por qué. Todo está claro. Pero... yo la quiero.
Una vez más. Después, el adiós definitivo, lo
prometo. Además debe estar pensando que soy un
imbécil o un hijo de puta. Eso. Le debo una
explicación. Pobre amor mío. Sólo una vez más, la
última. No pido tanto al fin y al cabo.
Como un autómata
tomó la guitarra. Sus manos recorrieron caminos conocidos buscando la
canción.
"Quiero el
instante
aquel único, intenso
para enseñarte
cómo te quiero"
-No me gusta, muy
cursi A ver.:-.
"Sin palabras
quiero hablarte...
Se abrió la puerta
de la habitación
-Fede, estás
cantando. ¡Cuánto hacia! Qué canción más bonita. Pero m'hijo.... ¡estás
llorando!\-
Los brazos se
abrieron al cobijo del niño-hombre.
-Vieja ¿por qué es
tan dificil?-
-Y m'hijo es la
vida... Yo te puedo asegurar que no se regala nada... Pero
¿Por qué no te quedas hoy,
tenés alguna clase importante? Si no, seguís con la guitarra. Yo te
hago tortas fritas y tomamos mate dulce. Te
acordás cómo te gustaba...-
-No, vieja, esto no se arregla
con tortas fritas. Además no puedo quedarme, ya me voy. Haceme
el favor, no me hagas caso, querés.-
-¡Qué lástima!-
Y se fue secándose las manos
en el delantal.
-Te hubiera hecho bien.-
Sara en cambio era
un remolino. Un tornado la engullía en aguas peligrosas. Sentía que nada
estaba
firme. Ya no podía concentrarse, no respiraba en ningún lado. No podía
hablar con nadie.
Todos estaban de acuerdo que era una idiota. Todos
menos Santia. Pero Santia no estaba
y ya
casi ni lo veía.
Tengo que
concentrarme. Mañana tengo un parcial Si fallo pierdo la exoneración. Sara
Concéntrate.
Pero el esquema
seguía en la misma línea y por más que los ojos devoraran páginas, ahí se
quedaban, en la pupila, sin pasar para
adentro.
-Ya sé. Me apronto
un mate. Seguro que me concentro.
Se levantó feliz de la excusa y fue rumbo a la
cocina. Dos pasos. Encendió el gas y se puso a
mirar por la ventanita,
La vecina lavó hoy
las sábanas. Hay algunas nubes, tal vez llueve.
El mate se daba un
remojón cuando escuchó la llave de la puerta.
- Gracias a Dios.
¡Benditos los ojos que te ven! Hermanito, ¡cuanto hacía que no venías!-
-Sara, la cosa se complicó. Por favor, no juegues,
tengo que hablarte Esto es grave, la verdad. No tengo ganas de juegos y necesito desesperadamente alguien que me entienda. ¿Te acordás de lo
que hablamos en casa?-
-¿Cuando fuimos al rancho?-
-No, en casa, Sarita,
junto a la estufa.-
-Ah, si, cuando lo
del vino, mamá casi me mata al otro día.-
-Sí, ahí-
-¿Aquello de...?- .
-Sí, aquello. Se
dio. Tengo que irme. Si pasa algo y estoy aquí vendrán por vos y yo no podría
aguantarlo.- .
-Pero, Santia, por
favor...-
-No, hermanita. Ya
no hay discusión. La decisión está tomada. No hay vuelta atrás. Pero quiero
explicarte para que sepas qué decir, por si
acaso.-
-Santia, no hables
así, ¡por favor!-
-Sarita, tengo que
irme.-
-¿Por qué vos?-
-¿Por qué todos?,
querrás decir.-
-Te vas, nomás. Va
a ser peor. Sospecharán que has estado aquí. Quédate.-
-No, ya tengo
organizado todo. Al poco tiempo de entrar, me dejé ver con una muchacha, una
compañera.
En la Facultad todos piensan que somos novios, nos mostramos muy
acaramelados.
Me voy a un apartamento con ella.-
-Y yo sin saber
nada...-
-Pero, no querés
entender, no es mi novia, es mi cobertura.-
-Entonces ya no te
veré.-
-Menos. Vendré
algún día como vendría se me hubiera casado. No hay que despertar sospechas.-
-Te voy a
extrañar.-
-Y yo a ti. No te
olvides. Me fui a vivir con Claudia, mi novia. En mi cuarto dejo su foto. No sabes nada más, ¿está claro?-
-Sí.-
-Tengo el bolso hecho.-
-Quédate a cenar, por lo
menos.-
-No puedo, Sara,
por favor, ayúdame, no lo hagas más difícil-
-Está bien.-
Frente al retrato del Che se abrazaron y no hubo más palabras. Eran
Urquiza. Luego los pasos en la escalera cada vez más apagados y su figura con
la mano en alto en la ventana que miraba a la calle. Nada más.
CAPITULO XIII
El apartamento
estaba oscuro, a excepción del comedor que iluminaba la mesa llena de
cuadernos y libros
abiertos constantemente en la misma página,
-Uf, odio las casa
con una sola luz. Son casas solas.
Con rabia fue
encendiendo las luces de todos los ambientes. En el cuarto de Santia se quedó
buscando la
compañía de antes. No estaba, pero el cuarto era él. La amistad los unió
siempre
desde pequeños, brindaba desde la foto
con una Coca caliente en una tormenta de verano. Su
"machismo"
o haraganería se acostaba en la cama sin hacer. Su desorden ordenado marcaba el
escritorio.
Hasta último momento.- con cuidado, fue sacando
mantas, sábanas, las dejó en una silla y la fue
rehaciendo de a
poco. Al doblar la sábana de arriba, en la vuelta, justo sobre el bordado de
Celia
cayó la primera
lágrima. Se limpió la nariz y siguió.
En el ropero
quedaba algo de ropa. Sacó el saco, tenía aún el perfume, se lo puso y se
sintió
más tranquila.
En la mesa de luz
estaba la foto.
¿Cómo la llamó?...
Claudia... su cobertura.
Ay, hermanito, si te hubieras enamorado de verdad,
tendría menos miedo. Sin curiosidad, pero
con atención, se fijó en el retrato, pelo lacio,
¡quién pudiera!, ojos grandes delineados y sonrisa
tierna. Parece de mi edad. Tal vez yo también
deba... Pero, no sueñes, no tenés pasta. Cómo fue
que me llamó Carlos, "burguesita precoz".
Abombado. Pero de verdad no creo que sirva.
La frustración
sumada a la tristeza hicieron un cóctel en su alma. El resultado...
-Mañana me voy, no
aguanto más esta soledad. Una a una fue apagando las luces. De pasada
pescó la cartera, la colgó en el hombro, agarró los boletos, las
llaves y salió disparando.
Voy a
reservar el pasaje. En la vereda, la ventana del apartamento fue un
cuadro negro al
adiós.-
-Santia,
cuídate, por favor.-
En la esquina la
sorprendió una fisonomía desconocida. Tenía más o menos fichado el barrio,
hecha en el
interior, guardaba los rostros de cada día.
-Pero este tipo...
¿no será un tira? Ay, ¡no, por Dios! ya me entró la sicosis. Santia tuvo razón
en
irse. En cualquier
momento le metía la pata. Ni para eso sirvo.
Subió al ómnibus y
se diluyó entre muchos. Ya en “18”, rumbo a la agencia, la ciudad se aceleró,
más gente, más
vidrieras, coches, ómnibus.
Era menos que nada,
sola, caminando entre la gente, soñando con tres años más, con Santia en el
campo, con hijos,
con paz, con justicia... con...
Si no pienso en el mañana, me muero. Quizás en tres
años hayan cambiado las cosas. ¡Qué
ilusa!
La distinguió
entre muchos. Ya de lejos se notaba ese gesto de absoluta abstracción, de no
estar
aquí. Era única,
llevaba el campo consigo. La había buscado ayer en todas las salidas de los
turnos del
Instituto. Se había caminado toda la avenida. La urgencia de verla y la
necesidad de
saber donde estaba, desacompasaron su día y se
volvió a las tortas fritas frías de la madre, más triste que nunca.
Hoy ya más
rehecho, organizó sus actividades y justo al final, cuando menos lo pensaba,
estaba
ahí.
Hoy ya más
rehecho, organizó sus actividades y justo al final, cuando menos lo pensaba,
estaba
ahí. Y ahí se iba con su infinitud de campo,
absolutamente fuera de todo. Será por eso que a los del interior le dicen los "de
afuera".
-¡Hola!, ¡Sara!
¡Eh, Sara!
El instante la
detuvo, la plantó en la vereda y el corazón comenzó su ronroneo.
-¡Vos!
-Si, yo. ¿Cómo
estás?
-Bien. Bueno, la
verdad, no estoy bien. Estoy furiosa; te esperé todos los días a todas las
horas y
minutos. Manejé todas las hipótesis posibles.
Todos me tomaron por imbécil y ahora....
-Sara...
yo...escúchame....
Las palabras se
cruzaban pero eran los ojos quienes realmente hablaban. Así la muchacha supo
de una nueva
despedida antes del saludo y el corazón perdió su ronroneo en otra lágrima
-Vos también...-
-Sara, encuentro y
despedida. No puedo explicarte nada. No me conoces. No te di mi nombre.
En realidad no te
di nada. Tendría que mentirte, desengañarte, ser menos egoísta,... pero no
puedo.
-No digas nada, ya
aprendí el libreto.-
-Bueno, entonces
adiós.-
-No, adiós no.
Bueno, no esta noche, no todavía. Acompáñame como el otro día. No pasará
nada. Unas cuadras solo. Es tan poquito-.
El abrió sus
brazos y ella buscó cobijo en ellos. Ella abrió sus labios y él buscó la vida
en ellos.
Se fueron
caminando juntos. Juntos como si nada, juntos de siempre por una ciudad que
sacudía convulsa, bocanadas de esperanza, de
cambios y de tristeza en cada parada de ómnibus.
El duende no pudo
más, era demasiado. Que se encarguen otros, si quieren. Yo renuncio, los
muchachos a veces salen demasiado grandes para
nosotros. Y se diluyó avergonzado. Ya no le
encontraba ningún sentido a su juego.
CAPITULO XIV
El día del parcial, Sara llegó
a la hora de siempre, saludó a sus compañeros, calmó los nervios de
Silvia, en fin, las
rutinas.
Pero estaba distinta, igual pero distinta, como si
su cuerpo de muchacha guardara una mujer madura. El reloj aceleró sin verlo y en unas horas
creció. Los ojos de miel ahondaron abismos y los
"horrores" de antes se transformaron en tonterías. Ya no se iba la
vida en un examen y el profesor podía mirarla sin que le temblaran los
huesos. Hasta había perdido un poco su frío ciudadano. Entró en
el salón y la saludaron los rostros conocidos de los próceres, inventados por Blanes, retazos de verdades y mentiras moteados por las moscas. Tomó
una hoja del escritorio y fue a sentarse.
Vacía la hoja
sobre la carpeta, la mesa del banco vacía. Nombre, grupo, fecha, la mano no
temblaba.
Escuchó los temas,
eligió y comenzó el trabajo.
Silvia sentada
atrás empezó a golpearle la espalda.
-Sara, ¿qué vas a
hacer?-
-El segundo.-
-Ahí Yo de ese no
sé nada.-
-Entonces hace el
primero.-
-Ah, si, y si no
me acuerdo a quién le pregunto...-
La voz del profesor
cruzó la clase.
-Señoritas, ya están puestos los temas.
Silencio, por favor.-
-Sara...-
-¡Callate!-
Las mejillas se
iban encendiendo y la lapicera corría sus trazos por las hojas.
La mesa del banco
las recogía.
-Faltan cinco
minutos. Corrijan y entreguen.-
El pelo se escapaba
del broche, el concepto iba a mitad de camino entre palabra y tinta.
-¡La pucha, me
falta mucho!- la
lapicera disparó letras.
-Señorita, por favor,
entregue. Me voy.-
-Un momentito que
firmo.-
-Gracias.-
Se fue con su
parcial. Una cosa menos para ella y más para él.
Se sentó un segundo
a respirar, luego comenzó a juntar las cosas. A la salida, Silvia la estaba
esperando.
-¡Ay, Saral Me fue
horrible. Quedé en blanco, te juro.-
-Silvia, no
empecemos, no ando para pavadas.-
-Disculpame, no
quise aburrirte con mis pavadas. Nada menos que la exoneración y otro año
podrido aquí.-
-No, perdoname,
vos. No estoy bien.
-Se nota. ¿Qué
pasa? Últimamente no me contás nada.-
-No pasa nada...
bueno si. (empecemos la comedia) Santía se fue a vivir con su novia. Quedé
sola y extraño
más.-
-Y desde cuándo
tiene novia... de haberme enterado...-
-Parece
que bastante, yo no sabía, aquel es tan callado.-
•Che, Sara, no andará
en otros bailes, hoy los muchachos están muy alborotados. No piensan
en otra cosa que en
política.
-No,
Santia, no. Lo conozco. Vos ves fantasmas por todos lados, además tiene un
metejón que ni
te
cuento.-
-Qué
desperdicio, capaz que podría haberlo enganchado.-
-¿Y
tu Carlitos?...¡ Infiel! Claro que mi hermano es más lindo. Vamos... me
acompañas a la agencia.-
-Estás
boba, el escrito te aceleró las neuronas, hoy es miércoles... MIÉR.CO...LES...-
--Sí,
pero me voy. ME.. VOY.. Me olvidé de comentarte pero ando medio engripada.-
-Ay,
quien pudiera,¡ culona!-
-Vamos,
no seas envidiosa. Apúrate que no quiero perder el ómnibus.-
Al doblar Río Negro ya los saludó la fila de coches
atracados junto al cordón como un tren que
pronto descarrilaría.
-Todavía faltan
quince minutos.
-EL tiempo para
recoger el bolso.
-¿Cómo
voy a aguantar a la cuatrojos, mañana?
-Problema
tuyo. Subo. Nos vemos el viernes, llámame cuando llegues.-
-Bueno,
chau.-
-Adiós.-
Se sentó en el
momento que subían el chofer y el guarda.
La puerta se cerró
y el adiós de Silvia se fue naciendo cada vez más pequeño hasta perderse.
Luego rodaron
edificios, calles y casas hasta desembocar en un azul y un verde abiertos por
completo.
Sara seguía el
paisaje desde la ventanilla mientras los pensamientos se cruzaban con árboles y
vacas.
-Y si me bajo en el
campo...se me va la excusa de la enfermedad... pero qué bien me haría... Iría
a la tapera a
desenmascarar al viejito... mamá me mata. Santia. Rubén, por qué... tengo miedo
¿y
si les pasa algo?
Sin saber tiempos
el ómnibus entró en aires conocidos, la curva, la rueda del molino.
-Me
bajo.
-Disculpe,
¿me permite? Gracias.
El
hombre se levantó y dio paso a la determinación.
-Ahí,
junto al molino, por favor.
-¿La
entrada de los Urquiza?
-Sí, gracias.
Cruzó la carretera
y ya en el camino le salieron al paso los conocidos de antaño, Capitán, los
transparentes, el
amigo mágico.
-Sí,
me siento mejor. Puede que haya una salida después de todo.
Y empezó a caminar
rumbo a casa.
Juan estaba sentado
en la mesa de la cocina, la galleta medio desmigajada sobre la taza de leche.
El perro salió
corriendo rumbo a la tranquera.
-Eh,
patrón, creo que viene alguien. Seguro que de a pie. No oigo carro ni motor.
Amigo ha de
ser porque el Tarzán se fue moviendo la cola.
-No
se moleste, Juan, voy yo.
Santiago dejó el
escritorio en el momento que Sarita llegaba. Encontró el beso de la muchacha
antes que sus
ojos.
-Buenas,
papá.-
-Sarita, hija,
¿qué haces?-
-Me vine.-
-Eso está claro.-
Al llegar a los
ojos supo que algo no andaba, los Urquiza son bichitos de soledad cuando las
cosas no funcionan.
Inútil preguntar. Para qué. Ya sabía la respuesta: Nada.
-¿Querés algo?-
-Un café. Te
invito, yo lo preparo.-
Despacio, casi sin
despegar los pies, Juan dejó la merienda.
-Juan, ¿cómo está?-
-No tan bien como
quisiera pero aquí me tenés.-
-Igual que siempre,
para usted los años no pasan.-
Decidida entró en
la cocina.
-Papá ¿donde
guardaste la cafetera?-
En un momento
estuvieron las tacitas frente a frente.
Se escucharon las
cucharitas. Nada más. Con el último trago vino la pregunta.
-Sarita, querés
quedarte o nos vamos con tu madre.-
-Aunque te parezca
mentira, no sé. Voy a caminar un rato.-
-Como quieras.-
-Después nos
vamos, si no, mamá nos mata.-
Limpiándose la boca
con la manga, Juan cruzó la tranquera y enderezó para la pieza. Con
cuidado se agachó junto al catre.
-Los huesos me
tiene loco. De fija viene tormenta.
Levantó el palo de
Sarita, lo dejó junto a la pared del galpón y se metió a vigilar el ordeñe.
-El nuevo es medio
avispao, no me vaya a bichar a la gurisa, con estos mocitos, uno nunca sabe.
Sara se cambió en
un instante y fue a buscar lo que ni ella misma sabía. Tal vez buscaba la clave
de todo lo que les pasaba en el secreto que compartía con su hermano.
-Hasta ahora,
m'hija.-
Cuando empezó a
caminar el sol patinaba en el horizonte.
-Hoy nos vemos, ya
no soy una niña, no me orino en las bombachas.-
Necesito
desentrañar esto. Apuró el paso. Los teros le rozaban la cabeza, el campo
bostezaba y
la tapera se
recortaba en la sombra. Por fin llegó; las mejillas sonrosadas, la respiración
agitada y
un poquitín de
miedo. Aparentemente aquello no tenía ningún sentido pero ahí estaba como si
resolver aquello
fuera el centro del enigma
-¡Eh! Señor... Eh,
José Urquiza.. Ábuelito..... quiero hablarle. Por favor venga sólo un instante,
Santia dice que
está, que siempre estuvo, por favor quiero hablar con usted.-
La
tapera le devolvió el eco de su voz y le enseñó sus tristezas. Ahora el viejo se fue, se
quedó sin nada. Nadie conocía el secreto de sus árboles, ni de sus
piedras.
Se acabó. Era el
destino. Terminar y esperar, quién sabe cuanto, para empezar de nuevo. La
muchacha percibió el vacío.
-Lo sabia, aquí no
hay nada.-
Dio media vuelta y
al girar le pareció, quizás fuera su imaginación, que algo se iluminó. Sólo un
instante y una voz:
-Juana viniste.-
-Pero no, eran
cosas mías. Adiós don José Urquiza no lo molestaré más. Descanse en paz.
Sara se volvió al
rancho con los mismos nudos dentro, sin resolver una sola duda.
Le había abierto la puerta al
viejito de la tapera, para dar el salto. Pero ella seguía en las mismas.
-¡Pucha que es difícil vivir!-
-Sarita, ¿qué hacías en la
tapera? Sabía que era el escondite de Santia pero vos...-
-Miraba la noche.-
-Está llenita de estrellas.-
-Si, pero son frías.-Frente al retrato del Che se dieron un abrazo fuerte
y no hubo más palabras. Eran Urquiza. Luego los pasos en la escalera cada vez más apagados. Y su figura con la
mano en alto en la ventana de la calle. Nada más.
CAPITULO XIII
El apartamento estaba
oscuro, a excepción del comedor que iluminaba la mesa llena de
cuadernos y libros
abiertos constantemente en la misma página,
-Uf, odio las casa
con una sola luz. Son casas solas.
Con rabia fue
encendiendo las luces de todos los ambientes. En el cuarto de Santia se quedó
buscando la
compañía de antes. No estaba, pero el cuarto era él. La amistad los unió
siempre
desde pequeños, brindaba desde la foto
con una Coca caliente en una tormenta de verano. Su
"machismo"
o haraganería se acostaba en la cama sin hacer. Su desorden ordenado marcaba el
escritorio.
Hasta último momento.- con cuidado, fue sacando
mantas, sábanas, las dejó en una silla y la fue
rehaciendo de a
poco. Al doblar la sábana de arriba, en la vuelta, justo sobre el bordado de
Celia
cayó la primera
lágrima. Se limpió la nariz y siguió.
En el ropero quedaba
algo de ropa. Sacó el saco, tenía aún el perfume, se lo puso y se sintió
más tranquila.
En la mesa de luz
estaba la foto.
¿Cómo la llamó?...
Claudia... su cobertura.
Ay, hermanito, si te hubieras enamorado de verdad,
tendría menos miedo. Sin curiosidad, pero
con atención, se fijó en el retrato, pelo lacio,
¡quién pudiera!, ojos grandes delineados y sonrisa
tierna. Parece de mi edad. Tal vez yo también
deba... Pero, no sueñes, no tenés pasta. Cómo fue
que me llamó Carlos, "burguesita precoz".
Abombado. Pero de verdad no creo que sirva.
La frustración
sumada a la tristeza hicieron un cóctel en su alma. El resultado...
-Mañana me voy, no
aguanto más esta soledad. Una a una fue apagando las luces. De pasada
pescó la cartera, la colgó en el hombro,
agarró los boletos, las llaves y salió disparando.
Voy a
reservar el pasaje.
En la vereda, la ventana
del apartamento fue un cuadro negro al adiós.-
-Santia,
cuídate, por favor.-
En la esquina la
sorprendió una fisonomía desconocida. Tenía más o menos fichado el barrio,
hecha en el
interior, guardaba los rostros de cada día.
-Pero este tipo...
¿no será un tira? Ay, ¡no, por Dios! ya me entró la sicosis. Santia tuvo razón
en
irse. En cualquier
momento le metía la pata. Ni para eso sirvo.
Subió al ómnibus y
se diluyó entre muchos. Ya en “18”, rumbo a la agencia, la ciudad se aceleró,
más gente, más
vidrieras, coches, ómnibus.
Era menos que nada,
sola, caminando entre la gente, soñando con tres años más, con Santia en el
campo, con hijos,
con paz, con justicia... con...
Si no pienso en el mañana, me muero. Quizás en tres
años hayan cambiado las cosas. ¡Qué
ilusa!
La distinguió
entre muchos. Ya de lejos se notaba ese gesto de absoluta abstracción, de no
estar
aquí. Era única,
llevaba el campo consigo. La había buscado ayer en todas las salidas de los
turnos del
Instituto. Se había caminado toda la avenida. La urgencia de verla y la
necesidad de
saber donde estaba, desacompasaron su día y se
volvió a las tortas fritas frías de la madre, más triste que nunca.
Hoy ya más
rehecho, organizó sus actividades y justo al final, cuando menos lo pensaba,
estaba
ahí. Y ahí se iba con su infinitud de campo,
absolutamente fuera de todo. Será por eso
que a los del
interior le dicen los "de afuera".
-¡Hola!, ¡Sara!
¡Eh, Sara!-
El instante la
detuvo, la plantó en la vereda y el corazón comenzó su ronroneo.
-¡Vos!-
-Si, yo. ¿Cómo
estás?-
-Bien. Bueno, la
verdad, no estoy bien. Estoy furiosa; te esperé todos los días a todas las
horas y todos los
minutos. Manejé todas las hipótesis posibles.
Todos me tomaron por imbécil y ahora te presentás así como si nada.-
-Sara...
yo...escúchame...-.
Las palabras se
cruzaban pero eran los ojos quienes realmente hablaban. Así la muchacha supo
de una nueva
despedida antes del saludo y el corazón perdió su ronroneo en otra lágrima.
-Vos también...-
-Sara, encuentro y
despedida. No puedo explicarte nada. No me conoces. No te di mi nombre.
En realidad no te
di nada. Tendría que mentirte, desengañarte, ser menos egoísta,... pero no
puedo.-
-No digas nada, ya
aprendí el libreto.-
-Bueno, entonces
adiós.
-No, adiós no.
Bueno, no esta noche, no todavía. Acompáñame como el otro día. No pasará
nada. Unas cuadras soto. Es tan poquito.-
El abrió sus
brazos y ella buscó cobijo en ellos. Ella abrió sus labios y él buscó la vida
en ellos.
Y se fueron
caminando juntos. Juntos como si nada, juntos de siempre por una ciudad que
sacudía convulsa, bocanadas de esperanza, de
cambios y de tristeza en cada parada de ómnibus.
El duende no pudo
más, era demasiado. Que se encarguen otros, si quieren. Yo renuncio, los
muchachos a veces salen demasiado grandes para
nosotros. Y se diluyó avergonzado. Ya no le
encontraba ningún sentido a su juego.
CAPÍTULO
XIV
El día del parcial, Sara llegó
a la hora de siempre, saludó a sus compañeros, calmó los nervios de
Silvia, en fín, las
rutinas.
Pero estaba distinta, igual pero distinta, como si
su cuerpo de muchacha guardara una mujer madura. El reloj
aceleró sin verlo y en unas horas creció. Los ojos de miel ahondaron abismos y
los
"horrores" de antes se transformaron en tonterías. Ya no se le iba la
vida en un examen y el
profesor podía
mirarla sin que le temblaran los huesos. Hasta había perdido un poco su frío
ciudadano.
Entró en el salón y la saludaron los rostros
conocidos de los próceres, inventados por
Blanes, retazos de
verdades y mentiras moteados por las moscas. Tomó unas hojas del escritorio y fue a sentarse.
Vacía la hoja
sobre la carpeta, la mesa del banco vacía. Nombre, grupo, fecha, la mano no
temblaba.
Escuchó los temas,
eligió y comenzó el trabajo.
Silvia sentada
atrás empezó a golpearle la espalda.
-Sara, ¿qué vas a
hacer?-
-El segundo.-
-Ahí Yo de ese no
sé nada.-
-Entonces hace el
primero.-
-Ah, si, y si no
me acuerdo a quién le pregunto...-
La voz del profesor
cruzó la clase.
-Señoritas, ya están puestos los temas.
Silencio, por favor.-
-Sara...-
-¡Callate!-
Las mejillas se
iban encendiendo y la lapicera corría sus trazos por las hojas.
La mesa del banco
las recogía.
-Faltan cinco
minutos. Corrijan y entreguen.-
El pelo se escapaba
del broche, el concepto iba a mitad de camino entre palabra y tinta.
-¡La pucha, me
falta mucho!- la lapicera
disparó letras.
-Señorita, por
favor, entregue. Me voy.-
-Un momentito que
firmo.-
-Gracias.-
Se fue con su
parcial. Una cosa menos para ella y más para él.
Se sentó un segundo
a respirar, luego comenzó a juntar las cosas. A la salida, Silvia la estaba
esperando.
-¡Ay, Saral Me fue
horrible. Quedé en blanco, te juro.-
-Silvia, no
empecemos, no ando para pavadas.-
-Disculpame, no
quise aburrirte con mis pavadas. Nada menos que la exoneración y otro año
podrido aquí.-
-No, perdoname,
vos. No estoy bien.
-Se nota. ¿Qué
pasa? Últimamente no me contás nada.-
-No pasa nada...
bueno si. (empecemos la comedia) Santía se fue a vivir con su novia. Quedé
sola y extraño
más.-
-Y desde cuándo
tiene novia... de haberme enterado...-
-Parece
que bastante, yo no sabía, aquel es tan callado.-
•Che, Sara, no
andará en otros bailes, hoy los muchachos están muy alborotados. No piensan
en otra cosa que en
política.
-No,
Santia, no. Lo conozco. Vos ves fantasmas por todos lados, además tiene un
metejón que ni
te
cuento.-
-Qué
desperdicio, capaz que podría haberlo enganchado.-
-¿Y
tu Carlitos?...¡ Infiel! Claro que mi hermano es más lindo. Vamos... me
acompañas a la agencia.-
-Estás
boba, el escrito te aceleró las neuronas, hoy es miércoles... MIÉR.CO...LES...-
-Sí,
pero me voy. ¡ME.. VOY! Me olvidé de comentarte pero ando media engripada.-
-Ay,
quien pudiera,¡ culona!-
-Vamos,
no seas envidiosa. Apúrate que no quiero perder el ómnibus.-
Al
doblar Río Negro ya los saludó la fila de coches atracados junto al cordón como
un tren que
pronto
descarrilaría.-
-Todavía faltan
quince minutos.-
-EL tiempo para
recoger el bolso.-
-¿Cómo voy a aguantar a la
cuatro-ojos, mañana?-
-Problema tuyo. Subo. Nos vemos
el viernes, llámame cuando llegues.-
-Bueno, chau.-
-Adiós.-
Se sentó en el
momento que subían el chofer y el guarda.
La puerta se cerró
y el adiós de Silvia se fue haciendo cada vez más pequeño hasta perderse.
Luego rodaron
edificios, calles y casas hasta desembocar en un azul y un verde abiertos por
completo.
Sara seguía el
paisaje desde la ventanilla mientras los pensamientos se cruzaban con árboles y
vacas.
-Y si me bajo en el campo...se me va la
excusa de la enfermedad... pero qué bien me haría... Iría
a la tapera a desenmascarar al viejito ... mamá me
mata. Santia, Rubén, por qué... tengo
miedo ¿y si les pasa algo?
Sin saber tiempos
el ómnibus entró en aires conocidos, la curva, la rueda del molino.
-Me
bajo. Disculpe,
¿me permite? Gracias.-
El hombre se levantó y dio paso a la determinación.
-Ahí,
junto al molino, por favor.
-¿La
entrada de los Urquiza?
-Sí, gracias.
Cruzó la carretera
y ya en el camino le salieron al paso los conocidos de antaño, Capitán, los
transparentes, el
amigo mágico.
-Sí, me
siento mejor. Puede que haya una salida después de todo.
Y empezó a caminar
rumbo a casa.
Juan estaba sentado
en la mesa de la cocina, la galleta medio desmigajada sobre la taza de leche.
El perro salió
corriendo rumbo a la tranquera.
-Eh, patrón, creo que viene
alguien. Seguro que de a pie. No oigo carro ni motor. Amigo ha de
ser porque el Tarzán se fue moviendo la cola.-
-No se moleste, Juan, voy yo-.
Santiago dejó el
escritorio en el momento que Sarita llegaba. Encontró el beso de la muchacha
antes que sus
ojos.
-Buenas,
papá.-
-Sarita, hija,
¿qué hacés?-
-Me vine.-
-Eso está claro.-
Al llegar a los
ojos supo que algo no andaba, los Urquiza son bichitos de soledad cuando las
cosas no funcionan.
Inútil preguntar. Para qué. Ya sabía la respuesta: Nada.
-¿Querés algo?-
-Un café. Te
invito, yo lo preparo.-
Despacio, casi sin
despegar los pies, Juan dejó la merienda.
-Juan, ¿cómo está?-
-No tan bien como
quisiera pero aquí me tenés.-
-Igual que siempre,
para usted los años no pasan.-
Decidida entró en
la cocina.
-Papá ¿donde
guardaste la cafetera?-
En un momento
estuvieron las tacitas frente a frente.
Se escucharon las
cucharitas. Nada más. Con el último trago vino la pregunta.
-Sarita, querés
quedarte o nos vamos con tu madre.-
-Aunque te parezca
mentira, no sé. Voy a caminar un rato.-
-Como quieras.-
-Después nos
vamos, si no, mamá nos mata.-
Limpiándose la boca
con la manga, Juan cruzó la tranquera y enderezó para la pieza. Con
cuidado, la artrosis se había adueñado de sus
articulaciones, se agachó junto al catre.
-Los huesos me
tiene loco. De fija viene tormenta.-
Levantó el palo de
Sarita, lo dejó junto a la pared del galpón y se metió a vigilar el ordeñe.
-El nuevo es medio
avispao, no me vaya a bichar a la gurisa, con estos mocitos, uno nunca sabe.-
Sara se cambió en
un instante y fue a buscar algo que ni ella misma sabía. Tal vez buscaba la
clave en el secreto que compartía con su hermano.
-Hasta ahora,
m'hija.-
Cuando empezó a
caminar el sol patinaba en el horizonte.
-Hoy nos vemos, ya
no soy una niña, no me orino en las bombachas.-
Necesito
desentrañar esto. Apuró el paso. Los teros le rozaban la cabeza, el campo
bostezaba y
la tapera se
recortaba en la sombra. Por fin llegó; las mejillas sonrosadas, la respiración
agitada y
un poquitín de
miedo. Aparentemente aquello no tenía ningún sentido pero ahí estaba como si
resolverlo fuera
el centro del enigma-
-¡Eh! Señor... Eh,
José Urquiza.. Ábuelito..... quiero hablarle. Por favor venga sólo un instante,
Santia dice que
está, que siempre estuvo, por favor quiero hablar con usted.
La
tapera le devolvió el eco de su voz y le enseñó sus tristezas. Ahora el viejo
se fue, se
quedó sin nada. Nadie conocía el secreto de sus árboles, ni de sus
piedras.
Se acabó. Era el
destino. Terminar y esperar, quién sabe cuanto, para empezar de nuevo. La
muchacha percibió el vacío.
-Lo sabia, aquí no
hay nada.-
Dio media vuelta y
al girar le pareció, quizás fuera su imaginación, que algo se iluminó. Sólo un
instante y una voz
desde otro espacio:
-Juana.¿La ves?-
-Pero no, estoy
soñando, cosas mías. Adiós don José Urquiza no lo molestaré. Descanse en paz.-
Sara se volvió al
rancho con los mismos nudos dentro, sin resolver una sola duda.
Le había abierto la puerta al
viejito de la tapera, para dar el salto. Pero ella seguía en las mismas.
-¡Pucha que es difícil vivir!-
-Sarita, ¿qué hacías en la
tapera? Sabía que era el escondite de Santia pero vos...-
-Miraba la noche.-
-Está llenita de estrellas.-
-Si, pero son frías.-
-¿Todavía sigue la niña miedosa
del misterio?
-Por siempre-
CAPÍTULO XV
La carretera fue un juego de
luces y sombras. Padre e hija viajaban callados, unidos por el
mismo pensamiento
sin hablarlo.
Al llegar Sara bajó
el bolso, Santiago el tarro de la leche y el canasto de los huevos.
La casa estaba a
oscuras. Cada cosa en su sitio en un orden cercano a la soledad.
Celia sentada en el
sofá, miraba el televisor. Al ruido del pestillo se levantó para saludar al
esposo.
-Limpíate los pies,
ayer me llenaste el corredor de... ¡Sarita! ¿qué estás haciendo? ¿por qué
venís con tu
padre? ¿Pasó algo?... ¿Estás bien mi niña?...
-Un beso.-
Sara besó a la
madre. Le hacia bien llegar a casa. Le devolvía la normalidad.
-Para no sigas
porque ya me perdí entre tantas preguntas.-
-¿Qué paso?
-Nada, no me
sentía bien. Mañana no va el profesor y por una sola clase... además tengo
pocas
faltas. Aquí estoy, ¿contenta?-
-Chocha. ¿Cómo te
fue en el parcial?-
-Creo que bien.-
-Y Santía cómo
está. Hace mucho que no viene. Estudia demasiado. Estoy deseando que
terminen los dos y se acaben los viajes y las
separaciones. Tenerlos a los dos en casa.-
-Eso va a ser
difícil, Santía pasa siempre con Claudia. A casa ya casi no va.-
-Ah, estos
modernismos.. Yo no sé la madre de ella. Lo que es yo, ni loca. Vos ni te lo
sueñes.-
-No te preocupes,
yo me quedaré a vestir Santos.-
-No seas boba, ya
te va a tocar también a vos.-
Sara tragó saliva, estaba en aguas peligrosas.
No le gustaba
mentir y no podía decir la verdad.
-Veremos. Papá, ¿te
vas a bañar?-
-No, hija. Primero
voy a picar un poco de queso y salchichón. Te corto-
- No gracias.
Entonces voy yo. Me doy un bañito y luego hablamos, ¿Estamos?-
-Bueno, te caliento un poco de sopa,
mientras tanto. ¿O una tortilla?, ¿qué querés? Tendrás
hambre, supongo.-
-Nada, mamá, tal
vez después. No te preocupes. Ahora un buen baño.-
Se perdió tras la
puerta y enseguida se sintió el gotear de la ducha.
-No sé,
Santiago... la veo rara. Mira que bajarse en el campo. Lo peor es que no habla,
se
guarda todo. ¡Bendito sea Dios, qué cruz!-
-Celia, no te
preocupes. No ganas nada, deja a la muchacha. Ya saldrá. Son tiempos malos.-
CAPITULO XVI
La única luz que
recibió a Federico, como siempre, estaba en la cocina. Entró tanteando muebles como cuando era chico y cerraba los ojos para ver si
llegaba sin caerse. El camino era conocido, no falló. Venía preocupado. Hoy le
habían avisado.
-Parece que el flaco cantó. Esfúmate.-
Debía pasar a la clandestinidad y debía "pintárselo" a los
viejos. Mamá será fácil pero papá tiene olfato para
estas cosas. Debo ir con cuidado. Las voces familiares le salieron al paso.
-¿Te das cuenta? Ni
en el informativo se puede confiar. Yo lo vi con mis propios ojos…- Se dio un respiro. Puedo conseguirlo. En eso se le
apareció Sara. ¿Y Y si la vieron conmigo? Eso no... Ya sería
demasiado.
-Fede, ¿sos vos
querido?-
-Si, mamá-
. Hizo el esfuerzo
y apareció un poco encandilado en la cocina. Era el lugar y era el tiempo de gurí. Salvo el televisor, nada había
cambiado, el hule del mismo color, los muebles, la cortinita de la ventana
y ese olor a comida. Todo era igual. Lástima que afuera. siguiera el mundo,
dando sus vueltas, sumando años para
empujarlo.
-Buenas-.
-¿Cómo te fue? M'hijo, que pálido estás!-
-Complicaciones,
vieja, cuando crees que todo se arregla, te dan vuelta como una media. - - -Bueno, no será para tanto. A ver ¿qué
pasa?-
-Pasa que no puedo hacer el cursillo del Clínicas, no hay cupo.-
-Pero hijo, es injusto.-
-Ya lo creo. Me
ofrecen otro en Buenos Aires.-
-¿En Buenos Aires?
¿Tan lejos?-
-El tipo es un
capo, sabe los kilos. ¿A vos qué te parece, viejo? - -Vamos a ver. La semana
pasada dijiste que te admitieron. -
-Si, pero dieron mi
lugar al sobrino de un Ministro.-
-Pero ¿y el dinero?-
-Eso no es
problema, me becan. Además puedo conseguir algo o rebuscarme dando inyecciones.
No te preocupes.-
-Cuánto
sacrificios, hijo. Yo le decía a la vecina... Qué le vamos a hacer, ya falta
poco. Si es por tu bien...-
-Sí, vieja, ya
falta poco. Voy a hacer el bolso. - - - -¡Cómo! ¿Cuándo te vas?-
-Mañana. Ya me
sacaron el pasaje en la lancha de Carmelo que es más barata. –
El gesto de
preocupación ganó el rostro de Martínez.
-Pero Federico, escúchame, aquí hay algo
que no entiendo...-
-Papá, mejor no. Por favor. –
El rostro del hijo
confirmó el pensamiento que giraba en la cabeza del padre.
-Mamá traje una cerveza, ponela en el
congelador,¿ querés?, Está caliente. Así
distinguimos la cena-despedida.-
La madre se alejó
un poco rumbo a la heladera.
-No te preocupes,
papá, confia en mí, ¿sí? Bueno. ¿Comemos? Me muero de hambre.
-Lávate
las manos.-
-Mamá,
voy a recibirme de médico... ya no soy un niño.-
-Para mí, el
chiquilín de siempre.-
-Ah,
mi viejita linda... cómo te voy a extrañar... y a tus comidas, ni te cuento...-
-Adulón.-
La abrazó, con
fuerza y miedo, y se fue al baño a enjuagarse la cara.
La cena fue
tranquila. Brindaron con la cerveza a medio enfriar y recogieron los cuentos de
la
infancia que
guardaban las paredes de la cocina.
A la mañana Federico se fue.
CAPITULO XVII
Un mes más tarde,
el ex-milico Martínez en trámites de jubilación, recibió las ropas desgarradas
y manchadas de
sangre del hijo.
La semana
anterior, cuando iba a tomar el ómnibus una voz se le corrió al oído sin su
permiso. Él no quería oír, ver y menos saber nada.
-Cuidado, el Fede
cayó, puede que vayan a visitarlo. Revise todo.-
Al principio no entendió o no quiso
entender. Su vida pendía de su ignorancia. Cuando quiso
preguntar, la voz sin rostro se
silenció en miles de caras.
En ese instante le asomaron todas las
sospechas, todas las preguntas y la verdad que no quiso
asumir antes.
-Eh, ¿Sube o no
sube?-
-Perdón.-
Se subió, ya no
recordaba adonde iba. Sí, a preguntar si en la Facultad tenían la dirección del
hospital de Buenos Aires porque el hijo se había olvidado de
dársela. ¡Qué iluso! No quiso ver lo que el muchacho, su muchacho le decía.
Ahora el miedo le subía por las tripas hasta la garganta.
Si yo sabía por qué lo dejé. ¿Por qué, Dios mío?
¿Qué le digo ahora a la madre?
Entonces empezó a
peregrinar, primero a Jefatura a ver si algún antiguo compañero... pero
quedaban pocos y
los que quedaban ¡mudos! Nadie sabía nada. "No se puede informar.
"Puede
que haya tenido un
accidente, hoy día los jóvenes..." "Escuche los comunicados de las
Fuerzas
Conjuntas..."
Un muro.
Cuando ya se iba
vencido, alguien le dijo entre dientes " lo deben de tener los verdes,
averiguá
en los
cuarteles".
Esa noche salió el
comunicado de la detención del sedicioso Federico Martínez. La madre quedó
muda, quieta, muy
quieta y agarró la mano del esposo.
-Tenés que
buscarlo, viejo. Tus años de servicio te tienen que ayudar.-
El siguió de
cuartel en cuartel hasta que al final en tantas idas y venidas, en Mercedes, le
pidieron que
esperara. Lo tuvieron toda la mañana parado al sol, luego entró a una oficina
fría donde Artigas se escondía en el marco del retrato.
-¿Así que usted es el padre del sedicioso Federico
Martínez?-
-Sí, señor.-
-Está incomunicado.-
-No podría hacer una excepción. Quiero verlo-
-No escuchó
INCOMUNICADO. Ah esta es su ropa-
Le dieron un
paquete. Ya le avisarían. Y se fue con los treinta años de
servicio atrás, con el alma atrás y en las manos el
envoltorio.
En la plaza se
sentó en un banco a esperar el ómnibus. Estaba vacío, transparente. Por allí
cruzó
una idea. Y si en el paquete viene una
carta. El Fede conoce a la madre... Lo desató con rabia
rompiendo el papel. Ahí estaban
la camisa y los pantalones del hijo, desgarrados, como si lo
hubieran mordido los perros.
La sangre seca acartonaba la tela. Nada más. Solo el decir de esa
sangre.
-¡Hijos de puta I
¡Me cago en la putísima madre que los parió!-
Las gotas
resbalaban escasas, suaves sobre el rostro impotente. Un agua mansa que iba
abriendo
arrugas sobre una
cara cansada. Los años lo aplastaron.
En el primer
contenedor tiró el paquete. La madre no merecía otro dolor más. Le diría que lo
encontró, que en unos días ya lo podían visitar, quizás le dejaban llevarle
pasteles…ya se apañaría
CAPITULO XVIII
Sentada frente a la
taza de café con leche, con el refuerzo de chorizo seco en la mano, Sara leía
el diario. Hacia
más de veinte días que no sabía de Santia. Estaba nerviosa porque nunca había
pasado tanto tiempo
sin avisar. Siempre una vueltita, un llamado por teléfono…
A la madre la
arregló con un curso en Salto, pero ella iba en picada, hacia el fondo.
No se perdía
informativo y repasaba los comunicados de los diarios, por las dudas. Así lo
vio. La
imagen dura de la
foto, la golpeó. Era él, el mechón en la frente, los ojos. ¡Oh, Dios mío!
-Rubén...-
"El sedicioso
Federico Martínez fue capturado por las Fuerzas en un operativo..."
Un dolor de carne
le fue ganando el alma, se desparramó por su cuerpo y desbordó en los ojos
secos. Santia no
estaba pero también caería.
Están dando muy duro a la máquina y muchos cantan.
Pobres, no se pueden aguantar... No
quiero pensar. Ay, Dios.
En eso el ruido de
la cerradura. Celia volvía del supermercado.
Desde que supo que
Santia estaba en "Salto" se iba con ella los lunes hasta el jueves.
Hay que
repartirse le dijo
al padre y se instaló con la hija,
-La nena no puede
estar sola. Menos en estos días que pasa cualquier cosa.-
Dejó el diario y
tomó el libro.
•Tengo que
serenarme. Tengo que salir de esto...pero adentro sonaba el vacío.-
-Ya estoy de
vuelta. Demoré porque en el Supermercado había una cola que ni te cuento.
Sarita,
¿estás ahí?-
-Sí, mamá,
estudiando.-
-Ah, perdóname. Voy
a guardar esto. Ya vengo.-
Ahí la vio.
-M'hija, ¿qué
tiene? ¡Qué cara! Sara, habla, por Dios, ¿pasó algo?-
Entonces se le
saltaron las lágrimas y corrió a refugiarse en el regazo de la madre.
-Mamá, ay, mamá.-
-Tu hermano. ¿Un
accidente? ¿Tu padre? Sara, Decime...
-No, ellos, no. Ay,
mamá. ¿Por qué, por qué?... Un compañero... lo agarraron los milicos...-
-Cálmate, vamos, ya
pasa, espera que te preparo un
tilo. Tal vez no sea tan grave.
Tranquilízate. Ya
lo traigo. ¿Lo conocías mucho?-
Mientras la madre
apuraba la cocina, repasó las caminatas juntos. Dos veces. ¿Lo conocía?
Quizás no. Pero todo fue tan especial...
-Aquí está el tilo,
tómalo despacito, eh. Tenés que
acostumbrarte a estas cosas. Vos sos muy
sensible. Estos tiempos,
querida, son difíciles. Ya está. Bueno, ¿mejor?-
-Sí, mamá,
gracias.-
Acariciaba la cabeza de la
hija y paseaba la mirada por las paredes de la habitación.
-Sara, ¿el cuadro
que estaba colgado ahí?-
-El del Che, lo
sacamos por los allanamientos, los milicos no entienden. Por las dudas, ¡qué
necesidad.-
-Tenés razón, es peligroso.
¿Estás mejor? Bueno, entonces voy a guardar las
compras, con el susto dejé todo tirado.-
Le había prometido
a Santia que si pasaba estaría a la altura. Era la hora de demostrar que para
algo servía. Volvió al
refuerzo. Le supo a corcho. Lo terminó y levantó el libro en un supuesto
estudio. De la cocina llegaba Celia.
-Es
que estudias mucho, estás débil, por qué no dejás por hoy y nos vamos al cine. Dan una película preciosa en
el CENSA.-
-La verdad, no puedo y no tengo muchas ganas. Te
importa ir sola.-
-No, yo era para
sacarte. ¿Querés que me quede y nos vamos juntas el viernes? –
-No mamá, ya estoy bien, te lo prometo.-
-Te preparo algo para cenar.-
-No
recién me comí un refuerzo. Me
voy a la cama. El tilo me
dopó.
Tengo sueño. Un beso. Hasta mañana.-
En el cuarto se
aflojó.
- Tengo q u e
s al i r d e es t o.
El reloj completó
todas sus vueltas ante los ojos de la
muchacha
que no se cerraron
en toda la noche.
Al otro
día se impuso cumplir con las rutinas. Fue a clase, por suerte
quedaba
poco para que
terminaran. Tomó apuntes» Sacó libros de biblioteca. Pero el cuchillo seguía en
su pecho Cuando se iba algo la molestó.
Esa cara...es la del otro día… no, ya me entró la
sicosis. Tengo que controlarme.
En el apartamento
encontró a la madre lista.
-¿Estás segura? Todavía puedo quedarme.-
-No,
mamá, v a m o s q u e I o
v a s a p e r
d e r .-
En el trayecto a la agencia,
el tipo otra vez.
Demasiada casualidad. Tengo que serenarme, me están
investigando.
Santia dijo "total normalidad", No he
hecho nada, así que tranquila.
-Vamos, el coche está allá. A
ver, mostrame el boleto,, Tenés el asiento .17.-
Dio el bolso al
guarda, besó a la madre y se quedó haciendo adiós hasta, que el ómnibus se perdió. Como siempre. Desanduvo el camino.
Llegó al apartamento y cuando
iba subiendo las
escaleras sintió el escalofrío previo a las fatalidades.
La llave, dónde tengo la llave. El corazón
golpeaba. Ah, sí, aquí. La puso en la cerradura pero fue inútil, pues la puerta se abrió con
el empujón.
En ese momento cayó al vacío, oía, veía pero como un
actor ve y siente los
sufrimientos del personaje.
No era ella, no. Ella
no veía sus cosas desparramadas por el suelo, los libros jugando a la pasarela de hojas.
La foto de Santia y ella en el suelo con el vidrio
roto. Se inclinó para recogerla.
Entonces los vio
salir del cuarto. Eran dos. ¡Dios mío!
-¿Sara Urquiza?-
-Sí.-
.-Documentos.-
Pálida, vacía,
buscó en la cartera y alargó la cédula.
- Bien-
(Sara actúa normalmente. Si, supuestamente,
no sabés nada y te dan vuelta la casa, ¿te quedarías quieta? No, ¿Entonces?)
-¿Qué pasa aquí? ¿Quiénes son ustedes? ¿Cómo
justifican el allanamiento de mi casa?-
-Te conviene callarte y no
hacerte la gallita ...-
- ¿Conoces a Federico
Martínez?-
Volvió a escuchar su voz del último día.
"Sara no me conocés, nunca
me viste, simplemente no existo para vos"
-No,.-
-¿Segura? A ver mirá esta foto
capaz que te refresca la memoria-
•-No, nunca lo vi.-
. Ah no, eh, y esto
qué es.-
Sacó
otra foto, Federico y ella paseando abrazados, por
Dieciocho de Julio, aquella tarde.
-¿Qué es esto?
-Me lo vas a decir vos, tu
amorcito tiene un lindo prontuario.-
-Yo no he hecho nada.-
-Eso lo decidimos nosotros-
A los
empujones la hicieron bajar las
escaleras; abrieron la
puerta
de la chanchita y la tiraron dentro.
Tenía
miedo, mucho miedo,, se acurrucó en el suelo,, Ellos subieron
tranquilos.
-Che, ¿qué hizo?-
-No
sé bien, parece que andaba con el tipo de la foto. A él lo tienen en el cuartel
de Mercedes.
- Está buena y si nos damos una fiestita antes de
entregarla.-
— Espera que es Urquiza. Creo
que es pariente de uno de arriba, uno de los jefazos. No vayas a meter la pata-
El montoncito tirado atrás, suspiró
bajo.
-Ay, Dios mió.-
CAPITULO XIX
Parada,
de piernas abiertas, en un patio, vaya a saber dónde, Sara sintió frío. Ese que
viene de adentro y va sumando
temores, incertidumbres, ausencias hasta que llega a la piel y la eriza.
Tiempo y lugar se habían escapado de sus manos. Era sólo un minúsculo
punto gravitando en el
espacio de una capucha.
Nunca estuvo tan escondida y nunca más expuesta.
El aire le llegaba por el entramado de la tela, escaso en cada soplo de
pulmón.
-Debe ser de noche.
Siento frío y humedad. Al aire libre qué ironía. ¿La hora? Vamos a ver, a las
cuatro dejé a mamá
en el ómnibus. Media hora para regresar, en casa otro tanto, ah, la
camioneta, la
entrada. Me ficharon, la foto, después la camioneta de nuevo.
Intentó concentrarse en el cálculo pero las piernas acalambradas se
negaban a sostenerla. Aguzó
el oído para ver si captaba algo que delatara otra presencia. Nada.
-(Es evidente. Me
dejaron sola. (Otra de sus técnicas supongo.)
Se descansó en una pierna y vino el culatazo del rifle.
-De piernas abiertas
. Había alguien. Probó.
-¿Puedo ir al baño? Es urgente. ¡Por favor!-
-Soñá que es gratis. Si te movés
te fajo.-
Quedó quieta dando vueltas en su claustro particular y de nuevo, el
silencio. Poco a poco el
cansancio la esterilizó. Ya no dolía, ya no pesaba, estaba cansada, muy
cansada.
Un líquido tibio que invadía su intimidad, mojó la bombacha e hizo un laguito
en el suelo, la
sacó del vacío.
Una sensación de culpa no ganada la derrotó.
Arriba
de todo la humillación.
Si me viera mamá. “Las
princesas no se hacen pichí”. Creo que
acabo de conocer
al viejo de la bolsa y la bruja y todos los diablos juntos.
¡Qué hago! ¡Cómo salgo de esto!
CAPÍTULO XX
Puso el tarro de leche en el escalón de mármol y ya supo que algo
pasaba. El escalofrío le
recorrió en ida y vuelta
toda la columna.
Abrió el zaguán y prácticamente dio de bruces con Celia que venía
llorando.
-Por fin llegaste. Revolvieron todo. Sara no
aparece. ¡Ay, Dios mío! Me avisó la portera, estaba
todo
abierto. Llamo y el teléfono no contesta. Santiago quiero a mi hija. Dios sabe
adonde la
tienen y qué le están haciendo. La culpa es mía por
venirme. Sabía que algo no funcionaba,
estaba tan triste. Me dijo que no pasaba nada pero
yo algo intuía y estúpida de mi, igual me
vine. Fueron dos milicos. Ay, ¿Por qué no me habré
quedado?-
-Por favor, Celia, por favor, tranquilizate, ¿qué
pasó? Decime.-
La mujer deshecha se prendió al abrazo y desde allí desató un llanto
suavecito y hondo. El
esposo acarició la cabeza, el frío le ganaba junto con la
desesperación. Cuando iban a desbordar
llegó Estela de la cocina con una taza de tilo.
-Santiago, gracias a Dios! Celia, tranquilizate.
Ves, ya llegó. Toma este tecito. Estoy segura que
está bien. Mañana la tenés aquí. ¿Estás mejor?
Santiago vení.-.
El hombre se sentó amparado en la calma de la hermana; se dejó llevar
en busca de la
explicación que había esperado
desde que llegó.
-¿Qué pasó?-
-La llamó la portera del apartamento. Una vecina
encontró todo revuelto y la puerta abierta.
Sara no aparece. En el quiosco dicen que la llevaron
en un coche de la policía chanchitas como le dicen los muchachos. Seguramente
eran tiras...-
Estela seguía hablando, el hermano sentado de piernas abiertas apoyaba
la cabeza en las manos y
los codos en las piernas.
-¿Por qué crecieron? Yó pensé
en Santia, pero en ti no... ¿qué hago ahora, cómo te saco?-
-Yo creo que tendrías que hablar con Héctor, él
tiene influencias. Claro que vos te llevas
como el diablo con él ¿No te hablas desde la última
trifulca? Solamente vos discutís de política
con un cerrado, encima milico, aunque sea nuestro
hermano. Si querés te acompaño.
No, mejor mamá, a ése la que lo maneja es mamá. Ándate con ella a
Montevideo. El te la saca en un momento. Ah y mordete el maldito orgullo, que
es tu hija, eh. ¡Ojo con lo que decís!
¿Querés
que te prepare un tilo?-
-No, gracias Estela. Me baño y me voy. ¿Me haces un
favor, te quedás con Celia?-
-Si por supuesto, no te preocupes.-
Salió del baño, las
gotas de sudor prendidas en la frente y en la mano el pañuelo con colonia.
-Bueno, me voy.-
-Santiago...-
-No te preocupés, Celia, todo se va a arreglar.
Gracias Estela.-
-Que te vaya bien.-
-Gracias-
La voz se perdió en el corredor y se encerró tras el zaguán. Ellas
quedaron en silencio y él sintió que el niño le brotaba del alma. De su mano
llegó al cuarto de la madre, la encontró sentada en el sillón rezando el
rosario.
-¿Vos por aquí? ¿Qué pasó?-
Santiago sabia que
su madre era fuerte no era mujer de vueltas. La había visto enterrar al padre,
al hermano. Cuando
éste murió, fue ella la que acomodó mordiendo un Ave María aquella cosa exprimida que un día fue su orgullo. No, no era
mujer de vueltas.
-A Sarita la
llevaron los milicos. Si vos podes acompañarme voy a hablar con Héctor a ver si
puede hacer algo.-
-Ay, mi Dios y la
Virgen Santísima. Sarita... Esto ya no tiene nombre. Pero por qué...-
-Llamé a jefatura.
Primero no sabían nada Cuando di mi
nombre me dijeron que está incomunicada en un cuartel, no sé más. Mamá... tengo
miedo.-
-Vamos, m'hijo,
todo se va a arreglar. Esperá, me cambio y te acompaño.
-SL Mientras, voy a
echar nafta. Enseguida vuelvo.
-Bueno. Ay, Dios!-
Se levanto con
esfuerzo. Cambió el batón por el traje de chaqueta, acomodó el pañuelo de seda
al cuello
sujetándolo con la plaqueta de diamantes.
Sarita me regaló este pañuelo cuando yo me quejaba de estos colgajos.
"-Mira, Mama,
que te lo compré gris-perla, como a vos te gusta".
-Pobrecita, quién
sabe lo que estará pasando. Revisó las cosas de la cartera, pañuelo, abanico,
documentos, monedero. El ruido
de la puerta la llamó.
-Ya estoy pronta, vamos.-
Santiago la ayudó
a bajar los escalones, a subir al auto y allí quedaron dos silencios fijos
marchando tras una
misma imagen.
CAPÍTULO XXI
El ascensor los
dejó en el pasillo.
-Aquí, mamá, la
puerta de la derecha.-
Sonó el timbre, se
escuchó un taconeo, un "Ya va", mientras atisbaba por la mirilla.
-Doña Ángela, usted
por aquí, ¡qué sorpresa! Santiago, ¿Cómo estás? Qué alegría se va a
llevar Héctor. Ni se lo sueña. Pasen, pasen.-
La puerta se abrió
por completo.
-¿Qué tal, Adela?-
-¿Cómo estás,
cuñada?-
-Pasen, tomen
asiento. ¡Héctor, Héctor! a qué no adivinas quienes están aquí... No me siente.
Debe andar por el
escritorio. ¡Tiene tanto trabajo! Lo llamo y les preparo un tecito.-
-No te molestes,
Adela. Es solo un momento.-
-Pero no, esperen,
ya vengo.-
-Adela... se
llevaron a Sara.-
-Ah.....-la sonrisa
se congeló- Héctor vení, por favor.-
Los tacos se
alejaron por el pasillo, madre e hijo quedaron sentados con su preocupación. El
living rebosaba
pulcritud y buen gusto. Cada cuadro, cada adorno ocupaba el lugar adecuado pero
olía a casa muerta.
Los tacos volvieron
trayendo a una Adela que no estaba preparada para esta situación.
-Pero qué cosa...
qué cosa.- repetía y se le acababan las
palabras.
La cara de la
abuela se encendió. Olía que algo no funcionaba en la tardanza del primogénito.
Sacó el abanico.
-Ah, estos calores,
cuando se me irán.-
Los ojos celestes
recorrían inquietos las cosas. Santiago callaba.
-Adela, ¿la nena?-
-En la Academia. La
pobre no se lleva bien con las matemáticas, necesita clases particulares.
Sarita, en cambio,
es una lumbrera... qué cosa…, pero qué cosa...
No sé qué hace
aquel, que demora tanto, después hablan de las mujeres.-
La puerta se abrió.
-Héctor, al fin,
cómo te hiciste rogar, querido.-
Alto, engominado en
cuerpo y alma, el militar entró oliendo feo. Aquí se cocía un caldo gordo y
no era de su agrado.
-Buenas, mamá.-
Besó a la madre y
extendió la mano al hermano.
-Santiago. Bien,
¿qué pasa? Me dijo Adela que Sara está presa.-
-Si, se la llevaron
del apartamento. Vengo a ver si podes sacarla.-
-¡Yo! ¿Cómo? Ahora
te volvieron los cariños... Podías haber vigilado mejor a tus nenes, sus
compañías. Pero no, vos el arribista, el de la
educación, ¿cómo fue que dijiste? educación de
personas. Mira lo que sacaste con tus inclinaciones a
la izquierda. Claro, ahora es muy fácil
que el tío dé la
cara...-
Santiago le miró
desde el fondo de su pena como a un extraño, un extraño, milico, hijo de puta.
-No hay caso, sos
más milico que todos. No te importa nada.
Pensás que Sara... mira yo conozco a mi hija... No
me explico cómo podes dormir cargando con
lo que le están haciendo a la juventud, a este país:
cárcel, muerte. ¡Dios! Vamos mamá, nos
equivocamos, tu hijito no puede hacer nada...
intentaremos por otro lado. Mientras aquí pierdo el
tiempo quién sabe cómo está Sara!-
Una corriente
helada de rabia y dolor veló los ojos celestes.
-¡A callar! ¡No
quiero discusiones, quiero a mi nieta!-
La fuerza de la voz
venía de tiempos viejos, de penitencias y zapatilla en mano. Quedaron
quietos esperando
la nueva orden.
-Santiago, al auto,
ni una palabra más, despedite de Adela y me esperás allá.-
- Héctor, me sacás
a Sara. ¿Me escuchaste? Yo sé que podés, no soy boba.
La muchacha no ha hecho nada. Si no vas vos, voy yo, me
planto en la puerta y que me saquen. Ah, pero antes voy a gritar a los cuatro vientos que soy tu madre, ¿me entendiste?-
Cuando llegó Adela
con su té en el servicio de porcelana inglesa, Santiago se iba al auto y detrás
de la puerta se
escuchaba sólo la voz de la abuela.
-Santiago... ¿y el
té? ¿te vas?-
-Sí, chau, Adela, gracias
y perdóname, ¿eh?-
-¿Y Héctor?-
Se fue y la mujer cruzó la puerta con la
sonrisa compuesta.
-Bueno, doña
Angela, aquí tiene su tecito.-
Puso la bandeja de
plata sobre la mesita. La abuela tomó la taza ausente por completo. No
parecía la misma persona que un momento atrás
se había impuesto a dos hombres.
-Héctor fue a hablar por teléfono al
escritorio.-
-¿Solucionaron?
-Si, creo que si.
Vamos a ver qué dicen.
Los pasos fuertes
revelaron que el hombre había perdido al niño en el trayecto.
-Bien, mamá, ya
arreglé. La sacan pero con la condición de que se vaya del país. Yo me
comprometí. Vos elegís.-
-Está bien. Héctor
te has puesto a pensar...-
-Mamá. Se acabó. Sé
lo que hago, ya soy bastante grandecito.-
-Bueno, entonces
podemos sacarla.-
-Con esa condición.
En diez días fuera.-
-Adiós, dejale un
beso a Susana. Chau, Adela, gracias por el té.-
-Adiós mamá.-
-Adiós, hijo.-
El
hombre cerró la puerta. Derecha, la mujer quedó sola en el pasillo.
¡-Oh, Dios mío!,
¿no son ya bastante las pruebas que me pones?
Detrás otro era el
eco.
-La puta que la
parió, gurisa de mierda, mancharme así el apellido.
CAPITULO XXI
Del cansancio pasó a la angustia y de la
angustia otra vez al cansancio, siempre asfixiándose
dentro de los dos,
en la capucha.
El estómago sonaba
hueco y ya había perdido la cuenta de las veces que humedeció la
bombacha.
De esta no salgo. Este encierro es eterno. ¿Puede
haber algo peor?
-¿Sara Urquíza?-
Sí, hay algo peor y ahora empieza.
-¿Sara Urquiza?-
Quiso responder
pero no pudo, asintió con la cabeza.
-Preparate.-
Dos manos
impersonales tiraron la capucha y mientras aspiraba todo el aire que pudo
encontró
la cara de un
miliquito bueno.
-Sígame, por
favor.-
Quiso caminar pero
la combinación de miedo y calambre es obstinada y la dejó en el plantón. Se
esforzó, todavía
sentía el culatazo de la noche anterior, no había por que renovarlo.
El soldado liberó
las manos.
-Tal vez si prueba
con un masaje.-
-Si.-
Primero trató de
activar las manos friccionando una con otra, pero tampoco respondían .
Luego las piernas.
El músculo estaba resentido. Si hubiera estado en casa no camina. Pero aquí
la situación la
obligaba.
-¿Y? ¿Mejor?-
-Algo.-
-Puede caminar.-
-Creo que si.-
-Bueno entonces
acompáñeme, por favor.-
Lo siguió,
sintiendo los tirones en las piernas, la bombacha mojada, el estómago vacío y
mucho
frío.-
Los corredores
limpios y helados-se abrían a sus pasos. Por fin entraron en una puerta y dio
de
narices con su tío.
Serio, hermético,
fumando sentado. Al verla se levantó.
-Tío Héctor, por
fin, ¿qué pasa? ¿es por la foto? yo...-
La agarró del brazo
y se la llevó por los mismos corredores más helados que antes. Las
preguntas que Sara
soltaba entre dientes, morían en los zócalos. Pasada la puerta, la muchacha se
detuvo a respirar
libertad.
-Vamos.- el tío seguía duro como la vereda. Por fin vio el
auto del padre. De la ventanilla
asomaba el rostro
de Mama, su moño, sus ojos.
Sara se largó a
correr a abrazarlos, a llenarse de familia.
Héctor Urquiza
llegó unos segundos después del abrazo.
-Aquí la tienen,
cumplan su parte. Di mi palabra. Adiós, mamá.-
-Adiós, hijo.
Gracias.-
Héctor Urquiza subía a su coche
en el momento en que Sara pedía.
-Llévenme a casa,
por favor.-
CAPITULO XXII
En el centro de la
ciudad, donde había más gente, estaba el apartamento. El mejor escondite, uno
vive a dos pasos
del otro sin conocerse. Muchos pisos, cuatro paredes y esa asfixia de cárcel
cerrando el cuello.
-Che,
quédate un poco quieto. Estás de aquí para allá. La cosa no está tan mal Aviva
esa cara.-
-Perdóname,
estoy preocupado, hay una pieza que no encaja.-
-¿Querés
un amargo?-
-Bueno.-
-¿Esa
"pieza" tiene relación con nosotros o es asunto personal?-
-Personal-
-Ah.-
Era Sara, cuando
regresó, lo primero que hizo fue llamarla. Por suerte no habían terminado las
clases. Nada. Era
extraño. ¿Habría salido? Intentó de nuevo tres o cuatro veces. Nada. Probaré
en casa. Nada. Esto
me huele mal, muy mal.
Empezó a caminar
rumbo a ninguna parte, aquí no hay espacio, te das con la nariz en la pared
de la primera.
-¿Estás calentando
el mate a mano?-
-No,
ando distraído, nomas. Tomá.-
-Che
vos seguís preocupado. Ahora no hay nada previsto ¿por qué no te das una
vuelta, a ver si
arreglás el asunto?-
-Tenés razón.
Gracias viejo-
-Seguí
las normas.-
-Por
supuesto. Llevo tu pantalón.-
-Está
bien. Cuídate-
-Sí.-
Sobre la cama
quedó el "insacable" vaquero y el espejo reflejó un joven pulcro de
pantalón con
rayas bien
planchadas.
-Bueno,
me voy.-
-Suerte,
ojo, que andan bravos.-
-Sí, tranquilo.-
Ya en la calle,
rumbo a la parada corrió para alcanzar el ómnibus. Estaba casi vacío. Cómo se
nota que recién sale. Se sentó
en la ventanilla y se puso a repasar todo buscando un error.
Cuando quiso
acordar...
Mirá
si todavía me paso de mi propia casa.
-Permiso.-
En el pasillo,
esperando detrás de otros, que se detuviera el coche, los vio. Eran
inconfundibles. Sí, algo
pasó y feo. Conozco esas guardias.
-Perdón,
¿Baja?.- lo empujaron.
-No me
equivoqué, bajo en la siguiente. Pase usted. El gusano empezó a morder.-
No, Sara, no, por favor. Tengo
que calmarme, tengo que pensar.
Descendió y esperó otro ómnibus
para regresar. Llamó, dos timbre largos, uno corto.
-¿Quién es?-
-Eusebio.
Le abrieron. Subió al
ascensor. Encontró la puerta abierta y al flaco esperándolo.
-¿Y la
"pieza"?-
-Te dije que algo
no andaba. Montaron guardia en casa.-
-Esto se pone feo.
Mejor nos mudamos. ¿La cosa vendrá por vos o hay otro metido que pueda
saltar?-
-No sé. Todavía
tenés el contacto en jefatura. Me podrás averiguar...-
-Si, pero como
están las cosas mejor no des nombres. Vamos a escurrirnos ya, por las dudas.
Me llevo el
material Vos espera a Claudia y se esfuman de acuerdo a lo planeado. Nos
encontramos allá y
te averiguo lo que quieras.-
-Si-
El gusano se
hartaba de él, pero cumplía las órdenes.
A la media hora
llegó Claudia, pintada, con lentes y peluca.
-Hola, ¿hoy no hay
mate? Vengo con un hambre...-
-Nos tenemos que
ir. Cambíate.-
-Voy a sacarme
estas porquerías. ¿Vos estás pronto? Después me contás qué pasó. En un
minuto estoy pronta.-
Santia sacó el
revólver del abuelo, los apuntes de Facultad, algo de ropa, lo demás quedaba.
Echó un vistazo
final. Normalmente le dolía dejar sus cosas pero hoy no le importaba, el gusano
lo estaba vaciando.
-Estoy lista. Bajo
a dejar la llave en el 303 y nos vamos.-
-Yo, qué hago con
la mía.-
-No te preocupes,
dejando una y una excusa ya está bien.-
En eso sonó el
timbre.
-Quién.-
-¡Abran!-
-Ya están,
esfúmate. Yo los entretengo.-
-Pero no.-
-Dale que no hay
tiempo.-
Claudia descendía
por un ascensor y el teniente y Suárez subían por el otro.
Era una simple
investigación de rutina, un hilo suelto para templar al nuevo. Era un
recomendado, había que
despabilarlo pero con cortesía. Fueron sólo cuatro. Dos quedaron en la
entrada vigilando
por si acaso.
El timbre azuzó al
gusano a dar otra mordida.
-Ya va. ¿Quién es?-
-Abrí. Investigación.-
-¿Qué pasa, capitán?-
-Teniente, y la boquita cerrada, eh. Documentos.
Suárez, revisa a ver si encentras algo.-
-Sí, mi teniente.-
Suárez se perdió en
el cuarto de Claudia, revolvió el del flaco y cuando llegó al de Santia.
-¡Aquí hay algo,
un arma!-
Santia tembló, pero
si había revisado...
En eso apareció con
el revólver de Tata.
Santia sonrió y el
teniente desahogó su frustración.
-Eso no es nada, solo una porquería. ¡Despabilate!-
-Entonces, no sé, no veo nada...-
-Me da la espina de que éste anda “perdidito”, mejor
lo llevamos a interrogar... a mí no me
engañan-.
-Bueno, aquí hay unos papeles.-
-Esos son apuntes.¿ Es que ya no se puede estudiar?
-Callate te dije. Llévalo. Yo echo la última
ojeadita y bajo.-
Suárez agarró al
muchacho por el brazo y se perdió en el pasillo.
Una vez solo, el
teniente sacó al cuervo y sobrevoló el apartamento buscando algo valioso.
-Mierda, estos estudiantes pobretones.-
Suárez a solas con
el muchacho sacó al hombre.
"La verdad que esto no me gusta nada, si no
fuera por el sueldo. Hay que tener alma de milico pero yo
soy carpintero... Sí, tengo que pensar en aquella, dentro de dos
meses, el bebé. Pobre muchacho, por qué no lo dejarán tranquilo si no había
nada..."
Santia pensaba
planes imposibles, peligrosos, en segundos. Una salida por la puerta de atrás.
La
Ley fuga, mejor me quedo en el molde. La llegada
al ascensor los sacó de sus pensamientos.
-Ya viene. Vamos. No te preocupes todo saldrá
bien si no estás metido.- aseguró el carpintero.
La puerta se abrió
ante Suárez dejándolo indefenso. Claudia con una mini diminuta lo miraba
con aire inocente.
-¡Ay! ¡Qué susto.!
Me aterrorizan las armas. ¡Ay, que me desmayo.!
La muchacha empezó
a resbalarse y Suárez que hacía dos meses guardaba abstinencia.
"-Quién se
anima con esa panza, el médico dijo hasta los seis meses."-
Se afanó en
sostenerla. Dejó el arma en el piso.
-Yo la ayudo, espere señorita.-
En ese instante
Santiago se largó por la escalera. Cuando el milico gritó:
-¡Alto!
-ya no estaba ni su sombra.
-La muchacha que se
caía, el ascensor abierto... el otro corriendo, se me escapó.-
-¡Imbécil! Vaya a buscarlo. Yo tenía una
corazonada...-
La puerta, la
calle, oscuridad. Las piernas como locas, el gusano mordiendo el estómago, la
muerte atrás.
Unos tiros, pasos, corridas.
Claudia temblando, se esfumó
en un taxi.
Después silencio.