PARTE II POR ESO TENEMOS QUE CRECER

SEGUNDA PARTE
POR ESO TENEMOS QUE CRECER....
CAPITULO I
-El viernes hay movilización. Convoca la FEUU. Se sale de la Universidad.
Sara se sorprendió. Tenía el gabán verde sobre las rodillas para vencer ese frío de ciudad, que se
instalaba en ella, cuando llegaba a Montevideo. La lapicera  quedó a medio camino en el cuaderno,
-¿Qué decís?-
-¿No leíste? Hay manifestación el viernes y es el cumpleaños de papá. Si no estoy en la fiesta
me desheredan: si me voy, mis compañeros me tacharán de camera. Decime, ¿qué hago?-
-Silvia, el profe me está mirando. Déjalo para el recreo, ¿querés?-
Apretaba la voz y acortaba distancia entre el rostro y el cuaderno. La lapicera seguía sola su
inspiración de papel mientras la mente de la joven hacía suyo el dilema de la amiga,
Por fin sonó el timbre, Cerró el cuaderno, se puso el gabán e inmediatamente se te aparejó Silvia.
-Sara, ¿qué hago? Estoy muerta. Por qué no se podrá estar en dos lados a la vez.-
-No seas estúpida ni digas pavadas. Por favor Silvia, es serio. Hay mucho en juego-.
-Bueno, no te pongas así.-
-Es que parece que hablaras de un vestido o una fiesta y es un asunto de conciencia.-
-Lo sé.-
-¿De qué hablan, che?-
EL tonito montevideano de la compañera,  siempre conseguía irritar a Sara. Era Adriana. Estaba segura. Sin verla podía retratarla: vaquero Lee comprado en el puerto. Americano legítimo, cartera de cuero rústico de la boutique de moda, cigarrillo entre el mayor y el índice, el estudiado modo de soltar el humo.
Insoportable. Silvia contestó ante el silencio de su amiga.
-No sabemos qué hacer el viernes-.
Adriana aspiró el cigarrillo, tomando su tiempo,
- Yo, digo, ni me lo pienso, formamos un frente, digo. Claro, ustedes es distinto, como son de
afuera...-
Sara abrió la boca solo un minuto para romper el voto de silencio impuesto a la intrusa,
-Afuera de qué, che. o te crees que nos caímos del país porque no vivimos en Montevideo. Mirá que si cruzás el puente del Santa Lucía te puede sorprender. Pero claro para los de la capi es distinto-
-No es para que te pongas asi Fue un comentario sin intención-
- Pues despertate, tenés cada cosas.
-Puede que me quede, Silvia, ya veré, al fin de cuentas lo que haga es asunto mío.-
La mirada partió en dos la pretendida militancia de la pituca.
.-Por supuesto, digo, cada uno sabe-
Se fue descargando ceniza hacia un grupo más acogedor a sus genialidades,
-Sara, ésta vez te pasaste.
-Me tiene harta, con sus aires de grandeza. A mí que no me hable de compañerismo y
de revolución. ¿Qué sabe de hambre con la mucama sirviéndole el desayuno en la cama? ¿Qué
sabe de frío con la estufita a leña y la calefacción central de la casa de papi en Carrasco? Esas
militantes a la moda, me revientan.-


-Bueno, cálmate, cómo te pones. ¿Al final qué hacemos?-
 -Creo que me quedo, aunque mamá se me va a poner de punta. Sabes cómo es-
. -Tu viejo es distinto, ¿no?-
-Es callado a veces no sabes qué piensa de verdad. Pero tiene las tiene claras. Dice que las cosas se van aponer más feas. Tiene miedo. Pero nos respeta, sobre todo a Santia.-
 -Mis padres ni se sueñan que ando en estas cosas. Se tragan los cuentos que les digo.-
 -Pero no está bien.-
-Qué vas a hacer, es cómodo, hay tantas cosas al revés, que una más no va a perder el mundo. -Las clases se suspendieron temprano por la asamblea. Sara y Silvia se ubicaron prudentes en la última fila. Adriana, por supuesto, ocupaba los primeros lugares con el eterno cigarrillo, jugando palabras.
-Es insoportable. Mírala.-
 -Sabes... ¡Me consiguen un Lee!. Estoy chocha. --Silvia. ¡Por Dios!-
 -Bueno.-
Se inició el debate. Sara anotaba, concentraba las opiniones pero no se animó a hablar. Ya discutiría después con Santia. Si lo encuentro, aquel últimamente es una sombra en casa. Por fin el último, un joven de saco con coderas, “Marcha” abajo del brazo y los infaltables Lee, terminó de hablar. Se hizo un pequeño debate banco a banco que abortó con la urgencia de la votación.
El humo extendía una cortina gris. Voto afirmativo.
-Ya está, salió la moción y hay que acatarla. Me quedo, decidido. --Vamos.-
Silvia la codeaba señalándole con un gesto a sus supuestos
estudiantes.
. - Tiras.
-Infaltables, nunca se cansan y lo peor es que siempre se los reconoce,  pese a sus esfuerzos --Acompáñame a reservar el pasaje.
-¿Te vas, nomás?
-Y si, contra el cumpleaños del viejo no hay cuento que valga, no puedo-
. Se rió despacio, corriendo la cortina a su vergüenza. Escurriendo despacito las ideas mojadas, para mañana Fueron juntas hasta la agencia. Luego cada una a su casa.
Sara llegó molesta. Santia no estaba y el apartamento patas arriba. Los platos sucios, la ropa sobre la cama y la cama sin hacer.
-"Tu hermano era tan ordenado. Daba gusto", parecía oírse el eco de Celia. -Era. Dijo para sí, mientras recogió los championes.
-Uf, qué olor! Al balcón!-
Lavó los platos y le ordenó la cama. Cada día pasaban por lo mismo…"hacela, yo no te la tiendo más" y cada día terminaba ventilando sábanas y mantas; rabiosa.
-No puede ser.-
-Hace una hora que Santia salió de clase. No me comentó que iría a la biblioteca. Qué raro que no llegue.... en qué andará éste.-
El invierno la entristeció. Sus tardes cortas, cerradas a las seis, esa estufita de mecha languideciendo una llamita azul que no acompaña nada; las eternas cuatro paredes... el edificio de enfrente encuadrado en la ventana.
-Siempre huele a encierro.-
 Celia se afanaba juntando retoños de eucaliptos para la calderita de la estufa.
 -Mirá que estas estufas a kerosén queman oxígeno.



-Que no se seque el ambiente. Pone la caldera en cuanto la prendas.-
Pero el resultado era el mismo.
-Para qué, si aquí no se respira. Te dan el cielo en rectangulitos como figuritas; cuando te lo
dan .                             •                                                                                      •
-Sarita, tenes cada manías... Con lo lindo que es todo. Tenés cerca las tiendas, cines. Te aburrís?
En la calle te esperan un montón de vidrieras. Si no fuera por tu padre me quedaba aquí para
siempre, pero a aquel quién lo trae.
Todavía me reprocha que nos fuimos del campo cuando tenías seis años...
Pero a quién le cuento, si sos igualita. Parece mentira como heredaste su carácter.
-Cuestión genética, mamá, amo el campo, los eucaliptos verdes, un cielo abierto de horizonte a
horizonte y sus estrellas aunque sean frías y me anuncien la muerte.-
Cuando Celia no estaba, Sara adivinaba sus frases y le contestaba igual.
Hoy la opresión era mayor. Pensar en quedarse... otro día...
Voy a hacer el bolso, tal vez tengo suerte y engancho el último pero no creo. Y Santia que no
viene… Y las milanesas humedecidas en la heladera con ese tufillo tan particular...
Es que hace muchas. Pero quién  le hace entender.
"¡Pobrecitos no vayan a pasar hambre!" Al final son un asco y terminan en la basura. Si aquel no las come, las tiro.
Voy a hacer arroz a la cubana.
Desde la cocina sintió el ruidito de la llave.
-Por fin.-
Se dio vuelta y estaba en el comedor. Trayecto corto.
El apartamento se recorría en cuatro zancadas. Dos dormitorios, un living-comedor,
cocina, baño y el balconcito. Cuando venía visita o los padres se quedaban a dormir, se habilitaba, el sofá-cama. Las paredes estaban decoradas con dibujos de la infancia, una foto de Capitán, la de la coca caliente y un retrato del Che.
-Hola-.
-Santia, ¿te pasó algo?
-No, estábamos discutiendo con Guille la movilización.-                                                                   
-Ah. En el Instituto también hubo asamblea. Se votó afirmativo. Me quedo. ¿Te parece bien?-
-No sé, Sara, la Metro cada vez carga más pesada.-
-Pero vos vas.-
-Yo... es distinto.-
-¿Por qué? No me salgas con machismos.-
-Yo los conozco, si veo la cosa fea me esfumo pero vos sos muy tiernita, muy inocente y podés
Embromarla; estos no se andan con cortitas-.
-No me vengas con las pavadas de mamá.-
-Es cierto-.
- Y yo que te esperaba para discutir en serio... En la cocina tenés arroz.-
-Sarita, no te enojes.-
El portazo de la habitación de la hermana fue la única respuesta que obtuvo.
-Mujeres. Debe estar por mestruar-
Se sentó a comer el arroz.
Solo y todavía recocido.
capitulo II
El viernes cuando Sarita se levantó, Santia ya se había marchado y Silvia la esperaba con los
libros bajo el brazo.  Se arrepintió de su actitud de la noche anterior.
-Pobre, me la agarré con él Es que cuando adapta ese tonito" de papá protector de la nena",
me saca de quicio.-
-Vamos, Sara. Tenemos clase a las nueve, si perdemos el ómnibus, llegamos tarde y la cuatro
ojos no perdona minutos.-
-Ya. Fíjate, por favor, si apagué el gas mientras yo busco los libros.-
La mañana fue normal. Silvia estuvo callada. Se sentía mal y cosa rara, apenas habló. A las diez se suspendieron las clases.
Silvia dejó un chau pálido y se fue sola a casa.
Sara regresó al apartamento. Pasó los apuntes. Tenía un parcial y debía organizar el tiempo.
Después arregló la casa. Ya en la cocina transformó el arroz recocido en buñuelos. En eso llegó
Santia y por supuesto le robó uno.
-Tenés la habilidad de mamá para disfrazar las cosas que salieron mal Pero la verdad, están
riquísimos-.
-Hoy te tocan los platos.-
-Dalo por hecho, pero los lavo luego, porque tengo clase extra.-
-Yo no entiendo nunca tus horarios tan convenientes. Cuando te toca algo en casa, zas, justo te
coincide  con algo.-
La comida se fue entre risas y bromas como antes.
-La vida de tu hermano es puro sacrificio. ¿Qué hora es? Me voy que llego tarde. Chau, te
quiero.-
-Yo te voy a dar cariños.-
Ya se iba apurado por la escalera con la campera a medio brazo cuando se volvió.
-¿De qué te olvidaste? ¿O te arrepentís y te quedas a cumplir con tu deber?-
-No. Sara, en serio. Si vas, cuídate mucho. En el primer lío te largas. Prométeme. Sé por qué te
lo digo y no te enojes.-
-Bueno.-
Le tiró otro beso, disparado por el mayor y el anular y se perdió en el hueco de la escalera.
-Pone la cadena en la puerta. ¡Ojo, eh!-
-Santia. Ya tengo 19 añitos.-
-Sí, pero te haces pichi en la cama.-
-Santia que te van a oír.-
Se volvió sonriendo. Cerró la puerta. Por supuesto puso la cadena y lavó los platos. Poco a poco
la sonrisa se fue cambiando en un gesto de preocupación.
-Es que lo conozco. Si el lunes cuando vengo con todo el extrañe, los veo sucios, reviento. Qué
pasará esta tarde, qué le digo a mamá. Necesito los apuntes para el parcial, ¿por qué los habré prestado?
Ay, mi Dios. Un baño, eso, un buen baño relajante.-
Puso el tapón, abrió la canilla, le tiró un chorro de champú a la bañera.
-Que mamá no se entere, y se quedó mirando la espuma prometedora. Cuando el nivel
alcanzaba  poco más de un cuarto, el agua se enfrió.
-Ahora sí que la embromé.-
Se metió pero no había forma de que el agua le cubriera todo el cuerpo, a los cinco minutos
estaba helada.                    
-Y sin ducha caliente. Estos calentadores son una mierda.
Se friccionó con la toalla y entró en calor.
Se vistió y por las dudas, se hizo una cocoa bien caliente. Entonces se le ocurrió hacer el bolso y dejarlo en la agencia antes de ir a la Universidad, por si llegaba al último turno. De ser posible eliminaba varios problemas.        
Cuando salió rumbo a la manifestación, tenía las mejillas encendidas y una estufa encima.
-Me pasé-
En el camino fue repasando sus problemas. Cuando llegó, la gente ya estaba preparada.
En las paredes descansaban las pancartas, gritando reclamos, apoyados sobre letreros
despintados con reivindicaciones también desoídas antes.
-Sí, pero hay que seguir.-
Buscó a Santia pero no lo encontró.
-Este volado se concentró en el estudio y se olvidó.-
-Vamos.-                                                                                                
La codearon y ahí se organizó la marcha. A medida que avanzaban se sumaban compañeros
retrasados o de otras Facultades.
La movilización se iba mansa bajo la vigilancia de la metropolitana y la mirada atenta de los
"tiras" dentro.
Sara, anónima entre muchos, se sentía satisfecha.
Había hecho lo correcto. Hay que defender lo que pensamos no solo con palabras, que es fácil,
sino con  hechos.
-Lastima Santia y Silvia. Ellos se lo pierden.-
En eso, como hormigas cuando se pisa un inadvertido hormiguero, las chanchitas empiezan a
Aparecer por todos lados. Ruidos de sirenas, confusión, los tiras alborotando desde las filas de los manifestantes.
Unos disparos en la delantera. Los jóvenes convivientes de dos muertes de compañeros,
responden con piedras. Ya no se avanza y las laterales se llenan de milicos pidiendo
documentos. En Dieciocho, los de a caballo reparten golpes con porras a diestro y siniestro.
Sara sintió como el escalofrío la iba ganando de a poco, desde la nuca a las piernas. Las
"Adrianas" se esfumaron con el primer uniforme, pero la mayoría se quedó porfiando sus
reclamos. No era fácil detenerlos. Los dirigentes captaron el peligro y soltaron la orden.
-A dispersarse que viene la pesada. Fue pasando de uno en uno. Cuando llegó a Sara estaba
sola, sin nadie conocido o confiable cerca. Intentó escabullirse pero la calle estaba bloqueada por
un cordón policial que venía avanzando.
-Demasiado tarde.-
 La quedé. Logró doblar la esquina pero el miedo la inmovilizó, sabía que
tenía que irse, se ordenó hacerlo, pero no lo conseguía.
Junto a la calle muchos esperaban el "121" que había cambiado el recorrido habitual por la
manifestación: señoras asustadas, empleados y algunos estudiantes entreverados.
Era su única salida, tenía que llegar, tenía que subir. Nada. No podía mover ni un solo músculo.
-Dale! Vamos! Subí de una vez!-
Respondió a la orden. Sin saber cómo, subía. Tal vez la empujaron.
El chofer, rápido, cerró las puertas tratando de salvar la situación y los milicos cansados de dar
palos lo dejaron hacer. El coche arrancó. El guarda se movió inmediatamente buscando la
normalidad.
-Boletos. Boletos, por favor.
Sara extendió el rollo de boletos, el guarda cortó y devolvió.
-Gracias.- dijo la joven volviéndose a ver quién la empujó. Encontró unos ojos negros profundos, la campera marrón de pana rayada con el cierre hasta el cuello y un mechón lacio en la frente.
Los ojos negros recogieron los suyos, se hamacaron en aguas mansas de miel y calaron en sus
abismos. Allí se perdieron.
-Gracias.-repitió sintiéndose terriblemente tonta.
-Por hoy zafaste, pero estás muy verde para estas cosas, si querés seguir en esto, abrí bien los ojos,
porque la jefatura no tiene camas blandas ¿sabes?-
-Me asusté. ...la verdad estoy preparada... me llamo Sara.
En eso la empujaron para bajar y cuando se volvió nuevamente, ya no encontró, ni ojos, ni campera, ni adiós, nada.
-Te das cuenta, no me contestó, qué antipático. Y maleducado además. “Abrí bien los ojos”, claro, el
señor sabía mucho, tendrá tanta experiencia...
La verdad de no ser por él, quién sabe dónde andaría.-
 Revivía el momento con Ester.
-Así que seguiste cuatro paradas más.-
-Sí, me quedé idiota del todo. Y con la palabra en la boca.-    
-¿Cómo se llamaba?-
-Pero no escuchaste lo que  dije.-                                                    
-Sí, está bien, tranquilízate. Menos mal que te dio tiempo para venir. Por lo menos te vas hoy y
zafás el rezongo de tu madre. En esas cosas hay que tener cuidado Qué querés que te diga, tiene
razón-.
-No empezarás con tus cuentos de brujas. Pero… qué antipático...-
Estaban en CITA y seguía martilleando el tema. Ester la escuchaba paciente.
-Che, ¿no te habrás enamorado? Estás tan obsesionada...-
-Sí, seguro, de Mister Fantasma y en un segundo. Che, que esto no es una película.-
- Vamos, que sube el guarda.-
-Sí.-
Acomodaron los bolsos, se sentaron, Sara en la ventanilla. El clima de pueblo ganó el ómnibus.
Respiró más tranquila.
-El viernes que viene hay otra.-
-¿Vas?-
-Sí, ahora que vencí las trabas.-
-A mí me coincide con un parcial de química. Lo tengo el lunes y el viernes pensaba  con unos compañeros estudiar.
No sé.-
-Yo tengo el de pedagogía el martes. Pero es fácil, además creo que la causa habilita el
sacrificio. No vi a Santia, ¿y vos?-
-No, pero yo andaba con los compañeros de mi Facultad y entre tanto alboroto. ¿El domingo
vas a lo de Mama?-
-Sí.-
-Yo también-
El coche arrancó sumiendo a cada una en sus pensamientos.
Sara no podía librarse del suyo.
-Pero qué se habrá pensado...

                                                                                 capitulo III
-Hoy liquidamos el programa del parcial Si le metemos fuerte, creo que lo logramos-
Dentro de las cuatro paredes de la pieza de pensión los muchachos compartían la mesa, la escasa
luz de la lámpara y los apuntes.
-Si mamá supiera que estudio con esta luz me mata.-                                                                         ,
-No se acostumbran a que pase el tiempo.-
-A mi me pasa con Sara. Por eso…   entiendo. Fíjate, algo tan sencillo como que vaya a la manifestación ya la retupo de consejos. El viernes pasado llamé a casa para ver si llegó bien.
Casi me mata... Por suerte no pasó nada, zafó por el ómnibus, pero me reconoció que quedó paralizada cuando llegó la pesada-
-Hoy hay otra, vamos,¿no?-
-Por supuesto. Le pedí a Sara que no fuera. Intuyo que se va a poner feo. Espero me escuche. ¿me das un segundo que la llamo, ya debe haber llegado. No contesta Reservó para el último turno es tan porfiada a veces-
- Tranquilo desde que la conozco siempre te hizo caso. Che ¿Estuviste con el Ñato Díaz?-.
- No. Después quiero charlar algo contigo-
-¿Apronto el mate?-
-Fíjate si queda yerba..-.
La tarde se iba tranquila, mate, apuntes y entre uno y otro, compartir inquietudes.-
Así, de a poco, pero por sí mismos, iban llegando a verdades viejas que rejuvenecían con la
sangre de nuevas generaciones.
-Che...¿cuándo lo ves?-
-Aún no lo sé. Tengo que concertar la cita.-
-Y cuando lo hagas no me lo vas a decir.-
-Perdóname, viejo.-
-Yo tengo miedo che, soy flojo, si me agarran largo todo y en lugar de contribuir voy a joder la
causa-.
-Hay muchas formas de lucha.-
-En eso tenés razón. Hay que buscar la horma del zapato, nada más-.
-Ay! la manifestación! fíjate la hora.-
-Casi las seis.-
-Apúrate.-
-Vamos.-
A toda prisa cerraron la puerta. Abandonaron la pensión y echaron a andar. Quedó atrás ese olor
tan especial, las paredes oscuras y la comida guardada en la mesa de luz.
-Hoy la cosa pinta fea.-
-Sí, ya los adiestraron contra las manifestaciones. Hay que andar con cuidado. Los muchachos
se modernizan.-
-Nunca te conté el susto que me di en la tapera del campo. Hoy siento lo mismo. Son
presentimientos.-
-No hay tiempo de historias. Ya llegamos.-
- "Obreros y estudiantes Unidos y Adelante".-
-"Obreros y estudiantes Unidos y Adelante". Che, viejo si ves a Sara, avísame-.
-Quédate tranquilo.-
-¡Ojo que viene la pesada! ¡Corran a la Universidad!-
-Vamos, Santia!-
-Si, ¿no ves a mi hermana?-
-¡Santia que se vienen!-
-¡Los perdigones! ¡Cambiaron los perdigones! ¡Hijos de puta! ¡Son de plomo!
-¡Metete abombado!-
En un momento estuvieron en la azotea, desde allí las cosas se veían en un clima de irrealidad
que asustaba más.
-Creo que le dieron a uno. Mirá a ver qué pasa.
-Un montón de gente. Parece que hay algo en el suelo pero no distingo.-
-Aquí llega alguien de la calle. ¿Che qué pasó ?-
-Le dieron a un estudiante, sangra mucho-
-Creo que lo metieron en la Universidad. Bajá a averiguar.-
-Tira piedras. Hay que frenarlos.-
-Vamos.¡ Dios mío!¡ Esto son balas!-
-Cuídate.-
-Lo metieron, si, es de Económicas. Lo cuida uno de Medicina. Dice que la cosa es fea. Pierde
mucha sangre y no pueden parar la hemorragia.-
Van a hablar con el rector. El problema es que no lo dejan salir y si no recibe atención, muere.
-No lo dejan, ¡hijos de puta!. ¡Tira piedras! ¡Dale!-
-No,  ¡¡frenen, che! que sale el rector.-
-¡Espera!, ¡carajo!-
Los minutos se hicieron eternos, luego el silencio mezclando miedo y dolor fue ganando a los
estudiantes  agazapados en la azotea.
El rector habló, levantó derechos, reclamó, exigió. El tiempo se iba contando en las gotas que
como hormigas llevaban  la vida del estudiante, poco a poco.
Idas, venidas, el rector  volvió a exigir,  pedir, rogar, y después de un rato llegó la ambulancia. La sirena dispersó por un instante a los policías y erizó la piel de los muchachos.
Las piedras caían de las manos, las caras descomponían gestos, aniñaban amarguras.
Un rato de tregua.
-¿Hay noticias?-
-Si. No llegó al hospital.-
-¡No! ¡No puede ser!-
-Se murió, viejo.-
-Si tenia mi edad, estaba en mi clase.-.
-Tenia  tu edad pero ahora ya no tiene nada. ¡Nada! Está muerto, ¡Muerto!-
-¡La puta!-
-Loco, no te olvidaremos. No será en vano. Te lo juro.-
- Va por vos, hermano.-
-¿Alguien vio al Ñato Díaz?-
-¿Quién pregunta?
-Santiago Urquiza. Decile que quiero hablar con él-

                                                                 CAPITULO IV
En la jefatura, en la mañana se cocinaron otros caldos Las habitaciones abiertas o cerradas a la vista del público guardaban inquietudes nuevas. Las paredes seguían adornadas con cuadros de Artigas, los archivos eran los de siempre pero los aires recibían brisas del norte.                                                                                                                       -El jefe estuvo de junta con los grandes. Se comenta que vienen nuevas directivas.-                                            -Vamos a ver-.
-Estos guachos, comunistas, vende-patria me tienen hasta las pelotas.-
 -Parece que cuando más palos das, más aparecen. Salen de cualquier lado.
-Al flaco Estévez lo reventaron con una piedra. Son unos salvajes, así los adiestran en Moscú.-
 -Ni los gases funcionan.-
-Che, estos perdigones que nos dieron para las anti-disturbios no son de goma, son de plomo. Esto es peligroso.-
 -Callate gil, querés que te arresten.-
En San José y Yí, las opiniones se levantaban o se silenciaban según pasara el jefe cerca; o la conciencia estuviera más o menos dormida.
 -Esto no me gusta.-
-¿Te pagan por gustarte o por cumplir con tu trabajo? ¿Qué querés? que los comunistas de mierda se queden con el país. La fuerza es el único camino con esos hijos de puta.-
 -Pero son solo estudiantes...-
-Callate, qué sabes vos. A ver, ¿Fuiste al liceo? Estoy seguro que no. Entonces a qué te metes. Ya vas a ver a los "guapitos" cagarse en los calzoncillos. Los jefazos saben lo que hacen. Yo sé por qué te lo digo. Nosotros obedecemos, ellos piensan. –
-¿Y estas fotos?-
-Ah, a estos hay que traerlos y sobarles un poquito. Capaz que nos dejan usar la picana.-
 Una voz del rincón nubló la cosa enseguida.
-Callate, boludo, que eso no es para todos.-
 El milico Martínez no habló más. Algo le empezó a molestar.
-Justito aquí, vieja. Como si tuviera un "fierro" quemando en las entrañas. –
Porque resulta que el milico Martínez sí fue al liceo, le gusta pensar y analizar lo que ve y escuchar.
-Y cuando el bicho muerde es que algo anda mal. Fui, no me quedaba otra que obedecer, cumplir las obligaciones, porque órdenes son órdenes, pero cuando vi al muchacho caer agarrándose la panza; el chorro de sangre, Dios o el Diablo se me cruzaron. Te juro, vieja, vi al Federico. Si, al Federico, cayendo ahí nomás, cerquita mío. Miré mi escopeta, limpita, gracias a Dios yo no había sido, pero mi hijo estaba en el suelo y yo estaba en el bando contrario. Se me vinieron relámpagos de memoria. Cuando nació. Vos lavando pilones de ropa para que estudiara.-
-El nene será doctor.-
- Yo tirándome noches enteras de sereno para agregar pesitos. Y todo ahí, quietito, con cara se sorpresa. No, no tenia cara de dolor, sólo de sorpresa y el hilo de sangre joven que hacia su camino.-
Disimulando me quedé. Vi  cómo lo entraron. Lo curarán, me dije. Cuando pidieron la ambulancia respiré. En el Clínicas son capos.
Lo dejan como nuevo. Pero, no la dejaban pasar, vieja. Serán hijos de puta. Se reían y vuelta
aquí, vuelta allá.-
-Son "vendepatria" dijeron. ¿Te das cuenta? No son más que gurisitos como el Fede. Capaz que él andaba por ahí El no era, quédate tranquila, pero podía haber sido.-
Con cada suspiro se le iba la vida y se le fue nomás delante de todos. Yo soy duro. He visto
Mucho  pero esto era demasiado.-
Una lágrima gruesa, como gotón de aguacero en verano, atravesó el rostro curtido de Martínez.
-¡Qué jodido es todo, vieja.
¡Hijos de unas siete mil putas!-
Pero me largo, sí señor, me voy, yo no sigo en esa mierda.-

                                                          CAPITULO V
Federico Martínez se quedó junto al escalón un buen rato. Se fueron yendo de a uno, de a dos, un
grupo y él allí estaqueado. No era que tuviera miedo, el miedo se le fue hacía rato, era el frío, el
frío que le subía de las manos.
Esas manos que cruzaron torrentes con pinzas, que ordenaron, que corrieron, ahora colgaban
hacia abajo, manchadas, inservibles. Quietas como él. Frías.
-Vamos, viejo. No te quedes así. Hiciste todo lo posible.-
-Pero se me murió igual-
-No seas boludo. Vamos, es peligroso que te pesquen aquí.-
-Ya voy.-
-Che, Fede... que te van a fichar... que te llevan...-                                                                           
-Me voy a lavar. Esperá.-
El cuerpo se levantó pero las manos seguían mirando el suelo, las piernas caminaban y ellas
contaban las gotitas de sangre, la espalda empujó la puerta y se encontraron con la palangana.
Allí se movieron, querían agua, agua que corriera todo, que limpiara...
Hasta el espejo le devolvió la imagen de la derrota. Su primera derrota frente a la huesuda que
sonreía detrás.
-¡Hijos de unas siete mil putas! ¡Carajo!-
La papelera se desparramó con la patada.
-Che, ¿estás bien?-
-Si, ya salgo.-
-¿Tranquilo?-
-Si, vamos.-
El silencio los ganó en oscuridad y espacio. Habían visto, oído y sentido demasiado. Había que
dejar que se asentara. Era pronto para sacarlo.
Lo caminaron hasta la parada, lo llevaron en el ómnibus y los siguió separados sin darse cuenta.
Cada uno por su lado.
Todavía iba con Federico cuando se topó con la normalidad en la cocina de la vieja. El olor a ajo
y a cebolla saltados, la salsita de la polenta le susurró que para los otros podía ser un día normal.
Y ahí estaban...                         
-Buenas.-
-Buenas, m'hijito. Qué cara traes. ¿Qué pasó?-
Con la vieja no se podía; adivinaba  lo que  le pasaba hasta las horas y días atrás.
¡Qué jodido es todo!-
Las manos recién secas en el delantal, curtidas con las uñas comidas de  pileta, fregar pisos y lavar
supieron devolver la calma a las del hijo. Le enseñaron cosas viejas, le hablaron a su silencio, le
acercaron paciencia.
Al Fede le gustó ser niño de nuevo en esos increíbles instantes en que la madre le mecía. Fue un
respiro. Solo un respiro y se fue el frío.
El padre también presintió.
-¿Estabas allí?-
-¿Dónde?-
-Donde mataron al muchacho.-
-Si.-
-Lo sabía, se lo dije a tu madre.-
Dentro del claustro se acartonó, pensó que se venía el chaparrón, el viejo entendía poco y si lo
mandan, se piensa que está bien y obedece. Es milico.
La madre sintió el crecer del hijo y lo dejó nacer de nuevo.
-¿Un mate?-
Recién ahí, cuando alzó la vista, le vio los ojos. Estaban como sus manos, cansados inservibles, inmersos en un silencio  nuevo, solos. Desde los quince, cuando rompió el cascarón supo por intuición que hay cosas que el viejo no comprende. Entonces mejor, no hablarlas. ¿Para qué? Se ha roto el lomo para que yo estudie. El y la vieja. Por qué voy a hacerlos sufrir, me hago el bobo. Soy como quieren y todo el mundo tranquilo.
Se había equivocado y feo. Ahora en este larguísimo segundo lo entendió.
Los ojos del viejo se entendieron con sus manos vencidas por la huesuda, conversó un rato con
ellas hasta que las manos de la madre los detuvieron. Traían olor a cocina, a casa, a familia.
-A comer, la mesa está puesta. Acerquen las sillas.-
-Viejo, yo...-
-No hables, m'hijo, yo también estaba.-
-Me llamaron porque era el más avanzado de Medicina que andaba por ahí. No pude hacer
nada. ¡ Nada.!
-Yo tampoco; estaba atado por las mismas piolas.-
-Tenía en mis manos su vida y... fallé, te das cuenta, viejo, me ganó la muerte.-
-Pero cómo ibas a ganarle  sin nada, vi cómo no dejaban pasar la ambulancia. No entendés, vos
también  estabas atado.-
-Me siento mal.-
-No hijo, ahí te equivocas. No cargues bultos ajenos.-
El silencio tuvo que irse. No tenía qué hacer allí donde un ex-milico y un futuro médico, un
padre y un hijo descubrieron que la palabra iba más allá, del buen día de cada mañana.
-Ah, Fede, toma. Los andan buscando. Si los conoces avísales.-
Alargó un papel arrugado con cuatro rostros.
-Gracias viejo, gracias por esto y por lo otro.-
-Vamos que se enfría. ¡A comer!-
El bolsillo tragó el papel, los comensales se sentaron a comer en un gesto automático con el
pensamiento  fuera de los limites concretos de la mesa

                                                 CAPÍTULO VI

Cuando llegó Sara, el viernes, Celia la esperaba impaciente en la agencia. Nunca llegaba en el último turno, ya iban dos viernes seguidos, quién sabe en lo que anda. Ya se había enlazado en un entramado que le robó del todo la tranquilidad. Se calzó la cartera al hombro, desoyó las palabras tranquilizantes del esposo y salió.
-Lo que pasa que vos tenés sangre de pato-
   Cuando la divisó en el pasillo del ómnibus con Ester, respiró tranquila y cargó la metralleta de reproches. Sin embargo al enfrentar a su hija, algo en su expresión la detuvo. Era otra Sara.
-Mamá ¿Qué estás haciendo aquí?-
- Quise venir a esperarte. ¿Cómo ha ido?-
Llegó el beso y abrazo de siempre y se alegró de haber silenciado su malestar. Caminaron juntas a la casa.
La madre fue a la cocina a servir la cena y Sara quedó frente a su padre que acomodaba el fuego. Bastó una mirada para que comprendiera el porqué dejó ir el lunes una joven  y ahora estaba frente a una mujer.
Había escuchado las noticias. La muerte del joven le había sacudido todos los miedos,  le atacaron en el campo pero luchó con ellos, como un día con la tierra.
Sin preámbulos le preguntó:
-¿Estabas allí?-
-No, soy una cobarde, fui a la anterior, pero Santia me dio la lata y no me animé. Papá … murió…-
El padre la abrazó con fuerza, la acunó y solo logró decir antes que Celia llegara:
-No todos tienen que caer para probar la injusticia. Hay muchas formas de estar-
-Comemos aquí junto al fuego- normalizó la voz de la madre el momento trascendente.
-Como quieras-
El ruido de los platos frente a la mesita y el olor de la sopa caliente se adueñó del momento.
Cada uno volvió a sus cosas.
-Yo lavo los platos y me voy a la cama estoy rendida-
-Dejá hija yo ordeno-
-No, mami. Hoy tenés ayudante-
Y huyó a la cocina.
-Mañana sería otro día.-
El otro día les deparó la sorpresa de la llegada de Santia. No lo esperaban pero, como Sara, necesitaba acomodar sus sentimientos y nada mejor que el campo, la ida a la tapera, y el mate con el viejo.
Llegaron juntos por la tarde.
Nadie habló pero los sucesos llamaban a cada uno a pensamientos distintos.
La cena reunió a la familia como siempre en lugar y sentimientos.
Cuando los padres se fueron a dormir, los muchachos iniciaron una charla que quemó varios leños en la estufa.




CAPITULO VII
Ese lunes hacía frío, a pesar de ser setiembre. El viento Sur soplaba escarchas en "18".        Es un viento con carácter; se le ocurre frío y no hace caso del almanaque.
La gente sale de oficinas, de tiendas, de trabajo y se evapora en las paradas de ómnibus,
desaparece  en los estacionamientos o  escapa en los taxis.
Los estudiantes y los pobres lo tranquean, para ahorrarse unos pesitos.
-Me lo juego a la quiniela, capaz que cambia la suerte ¿vio?-
- Caminar es bueno, y lo que ahorro lo gasto en tabaco-
Y así iban pasando las calles.
En realidad el motivo de Sara era otro. Siempre caminó. En el campo no hay ómnibus y las distancias se miden de otra manera. Además odio los amontonamientos…me asfixio.
Este viento frío me recuerda a las caminatas en el campo.
Ahora caminaba despacio, sin ver luces ni vidrieras, ni gente. Hacia adentro, como buen Urquiza
Apretando   palabras y  tristeza.
-Algo cambió. Las cosas que antes salían fresquitas y claras como agua del pozo, ahora están
turbias,  difíciles de entender. "Tiempos de parto", dijo Santiago,  a él también se lo ve distinto.
-Es epidemia colectiva, se nos caen las cosas de antes y no sabemos qué hacer con las nuevas.
"La verdad me hizo bien la charla del sábado, no me trató como una enana molesta. Me
escuchó,  como hacía bastante tiempo no lo hacía. Discutimos mucho, lo sé, pero al final nos
entendimos.  Me explicó cosas que se me habían pasado. Terminamos cansados frente al fuego,
removiendo  las brasas. Igual que 10 años atrás jugando a encontrar la llama.
 ¡Qué horrible ! Nos vaciamos una botella y liquidamos el queso .Todavía me rondan las palabras".
Hermanita, necesito que entiendas muchas cosas; tenés que hacerlo sin ver, sin oír. Podrás?
-¿Cómo lo del viejito de la tapera?
-Igual
-Nunca lo vi.
-Pero estaba, podés creerme. No lo viste, no lo oíste, pero estaba y estará cada atardecer.
-Algún día iremos ¿me lo presentarás?¿ vendrás conmigo?-
-No seas boba. Confía en mí.-
-Vos también. No veo, no oigo pero entiendo.-
-Hasta mañana, gracias por ayudarme.-
-¿Yo?... si no hice nada, ayudarte a bajar el vino y el queso.-
-Hasta mañana.-
-Ya es mañana-
-Así nos despedimos y no lo he vuelto a ver. En el apartamento es la sombra de una sombra,
porque si antes no iba, ahora menos que menos...
El viento la empujaba; entre cerrar la campera, apretar los libros y revisar los recuerdos, no
miraba y así, dio con los ojos que la abismaban.
-Decime te alquilaste la luna.-
El choque fue suave, casi un encuentro, como si estuviera esperándola. La mirada disolvía la
ironía  de las palabras.
-Iba distraída, perdóname.
-Eso es muy tuyo,   ¿no?
En un segundo Sara revisó su aspecto, el pelo alborotado en rulos, la campera a lo paisana
cruzada  más allá de los botones. Un desastre.
Varias veces imaginó un encuentro con él. Ideó frases bonitas, gestos estudiados, respuestas
inteligentes  que la descubrieran única. Y ahí estaba en la luna del lunes y él riéndose en sus
narices. Bueno, no podía quedarse empacada como niño en penitencia.
Vamos a salir del paso.
Levantó hacia él, la mirada dulce, de miel de eucaliptus iba a contestar pero calló.
Fue un instante mágico. No hubo una sola palabra. El se perdió en el aire fresco, abierto en un
cielo sin horizontes. Ella se zambulló en sus aguas mansas, oscuras y salió más mujer. Más
hermosa.
-Te acompaño.
-Si querés.
Como una pareja que hace mucho que caminan juntos, ella le tendió la mano y él la acercó a su
brazo. El escalofrío pasó de uno a otro cuando los cuerpos se reconocieron.
Y se fueron abrazados, desafiando el viento Sur que escarcha cuando quiere, desafiando el
mundo,  solamente con ese fueguito,  que acababan de descubrir en sus almas, eterno y recién nacido.

CAPITULO VIII
-Asi que vos sos Santiago Urquiza.-
-Y vos el famoso Ñato Díaz.-
El bar estaba repleto de gente joven. Las conversaciones entrecruzaban política, estudios,
militancia, amores, formando un raro entramado, mientras el humo campeaba la escena.
Unas levantaban vuelo rápido hacia la luz para morir achicharradas en el artefacto. Otras
alfombraban las mesas y las limpiaban con un paño para recibir un nuevo cliente. Pero algunas
se quedaban en sacos, cuadernos y de ahí seguían andando con los jóvenes.
El Ñato empezó la siembra después que el mozo limpió la mesa y dejó el café.
Quedaron frente a frente." ¿Cómo iría esta vez? Aquellos son vivos. A vos te toca reclutar.
Como si fuera tan fácil. Cuántas veces dar la cara con miedo a que te salgan con un jueves siete
o te deje mudo el carné de policía, debajo de la cándida mirada de un rubio inocentón que
conocés de toda la vida. Sé que un día me lo voy a encontrar . ¿Será hoy?"
Mientras pensaba, estudiaba los rasgos del futuro compañero o futuro nada. Vaya uno a saber
cómo saldrá la cosa.
Del otro lado, Santiago se concentraba en lo mismo. Buscaba la mirada.
Hombre que mira directo, no tiene nada que ocultar, dijo el abuelo, y si te aprieta la mano,
entonces  métele, que es de ley.
Pero ahora las cosas no eran tan simples y se jugaba mucho. La mirada era franca, no cabía duda, aunque sabía que sería cualquier cosa menos el Ñato Díaz.
Ese era otro problema, seguridad.
-Ahora pensamos que,,.
Las palabras calzaban perfectamente con sus ideas. Era, con pequeños ajustes, lo que pensaba.
Le dejó hablar un buen rato, callado como buen Urquiza, el otro empezaba a descorazonarse de a
poco. Las últimas "entrevistas" habían fallado y tanto silencio... no anunciaba victoria.
-Bueno. Ya entendí, conéctame, nomás.
Las palabras le caminaban por un lado y los pensamientos por otro cuando lo escuchó. Ni una
pregunta, ni una justificación, el necesario sí, nada más. La mirada del Ñato se iluminó. Este
sería de los buenos. Pasó las indicaciones y enlaces.
Santiago se levantó.
-Seguro no te veo más, por si acaso, gracias. Extendió la mano franca.
-Seguro, y si me ves, no me conoces-
La estrechó contento.
-Bien. Adiós, entonces.-
-Adiós, ah, andá pensándote un nombre.-
-Si, eso es fácil-
No hubo tiempo para más y nunca más se vieron.
Atravesó el bar, con una nueva responsabilidad, estaba tranquilo, hacía lo correcto.
Pensó que se pondría nervioso pero fue al revés. Una enorme paz junto a una despersonalización
le aparejaron el paso.
Cuando llegó al apartamento encontró a Sara despierta. Estaba esperándolo.
-Hola.-
-Buenas-.
Los hermanos cambiaron miradas y de inmediato adivinaron algo importante en el otro.
-Y, ¿qué tal?-
 -Hoy conocí a alguien, bueno, hoy no, el día de la manifestación, pero hoy lo volvi a ver. Creo
 que me estaba esperando y que yo lo he estado esperando toda mi vida.-
-Sarita...-
Intentó por un momento los remilgos de hermano celoso de otras veces, pero algo le alertó de que
la cosa había cambiado.
-¿Cómo se llama?-
-Rubén, Rubén Ferrari. ¿Y a vos qué tal?-
-Normal un día normal. Estuve charlando con un compañero...-
-Entiendo," sin oír ni ver".-
-Sí. Cuídate Sara son tiempos malos para el amor.-
Pero no logró dispersar a la hermana que le contestó con un guiño.
-Cuídate vos, también lo son para la lucha.-

                                                   capitulo IX
El portón, el living-comedor, todo estaba a oscuras pero Federico sabía el camino. Además quién necesitaba la luz, adentro llevaba de sobra.
-Fede, m'hijo, esperá que te prendo. Es que está tan cara... como yo ando por la cocina, tengo todo apagado para ahorrar, sabes.
-No te preocupes, vieja. Hum, qué olorcito, tengo un hambre! ¿Papá no llegó todavía?-
-No, hoy empieza el despegue. Dio parte de enfermo y se fue a hablar con su antiguo jefe. A él le tiene confianza. ¿Crees que hace bien?-
-Seguro, es demasiado honesto para andar con esa gente. La cosa se pone fea. Mejor saca una   licencia por enfermedad, después se jubila y listo. Bastante hizo.-
-¿Qué te pasa hoy?-
-¿Por qué?-
-No sé, te veo distinto. Un duende te baila en los ojos.-
-Mamá, tenés cada cosa, duendes, con mis añitos. Acordate. Cumplí veintisiete.-                                                                                                                                                                                                                                                                                         
-Sí, que lo sé.  Pero hacía mucho que no veía duendes por casa, hoy lo siento. Por mi, no va a ser.-
-¡Mamá!-
-¿Estás enamorado?-
-No, vieja, estás loca.-
-Cómo loca, a tu edad es lo normal Siempre entre libros, siempre entre reuniones, esa no es la vida de un joven.-
-Qué vas a hacer, no hay tiempo. Estoy en mi cuarto estudiando. Avísame cuando venga el viejo.
Quiero ver cómo le fue.-
£1 cuarto lo recibió con su tranquila normalidad. Libros, apuntes y aquello, escondido bajo los archivadores. Nada había cambiado. El globo terminó de desinflarse.
-Soy un boludo. No puedo, no puedo…-
Pobre Sara, ni siquiera le di mi verdadero nombre. El alias. Abombado. Sabías que no podías.
Tenías que hablarle. Tenías que esperarla.
Venía preciosa. Es tan... especial.
Una vez más el duende le campeó la mirada, le ordenó los momentos, se los pasó nuevamente y lo dejó boca arriba soñando.
-Nene, vení que llegó papá.-
-Voy.-
Discretamente el duende hizo un huequito y se escondió en el corazón del muchacho. Estos jóvenes de hoy, tan comprometidos. Me dan lástima, pero qué le vas a hacer, le tocaba. Suerte que vine yo, tengo experiencia en esta época, si viene uno nuevito, lo da vuelta como una media. A mi me gusta el XX, es una levadura que cuece muchos panes a la vez. El problema es el horno, a veces, quema.
Bueno, por hoy hice bastante, me voy a echar una siestita. Al fin y al cabo tiene que pensar.
-Hola, papá ¿qué tal te fue?-
-Bien, estuvimos charlando mucho. Yo no sabía pero él hombre anda por otros rumbos. Me  explicó varias cosas. Pero no sé. Por lo pronto sigo con licencia.-
-Quizás sea lo mejor.-
-Bueno, vamos a comer.
-Cómo, ¿hoy no se toma mate?-
-No, viejo. Es tarde y Fede tiene hambre-
-Bueno, qué le vamos a hacer. A estas mujeres no hay quién les toque al "nene


capitulo X

La decisión lo llevó de nuevo al campo. Para Santia era como armonizar su mundo a su lucha. Llegó justo antes de ordeñar, se cambió y fue al galpón junto a su padre.
La noche iba cayendo mansita sobre las estrellas, cada cosa se daba su media vuelta y se iba a las sombras. A lo lejos la tapera, una mancha oscura en el misterio. ¿Estará todavía el abuelito?
Santia traía olor a bosta en las botas, las manos húmedas y la espalda doblada del ordeñe. Había perdido la costumbre y el cuerpo acostumbrado a doblarse  solo ante los libros, resintió la tarea.
Miraba el campo, su campo, el campo de los Urquiza y en este momento, se sentía
feliz, sin pensar en reformas agrarias, ni en cambios. Es que le gustaba así, enterito, con ese olor y las estrellas y el sabor de la leche recién ordeñada. Su niño lo llevaba de la mano a fumar barba de choclo, escalar las parvas o conversar con el viejito de la tapera. En esos instantes se esfumaban su compromiso, su trabajo y buscaba a la enana para jugar un partido a la pelota.
-Ah, qué bien se está aquí Parece que nada cambia si hasta encontré el palo de las caminatas
junto al galpón-
-Es que Juan lo guarda y cuando sabe que vas a venir  o te otea por el camino,  lo pone.
-Mentira. No te puedo creer.-
 -Pues es verdad, m'hijo.-
-Ese Juan es único. Dónde anda que no lo he visto.-
-Ah, está viejo. Se jubiló pero con una miseria. Así que me pidió para quedarse-
. -Ese Juan.-
-Ahí viene. Hoy fue al pueblo a cobrar.
-Mire Juan quién tenemos por aquí-
El rostro curtido esconde arruga dentro de arruga y la boca pasita, sin dientes, ensaya la sonrisa.     Santia, ¿cómo andás?-
 Estira la mano curtida y el muchacho, el gurí de siempre pero más sensiblón  le abraza.
-Juan, ¿cómo está? Igualito que siempre. Para usted no pasa el tiempo.-
 -Te parece, tengo menos dientes y menos fuerza.-
 -Me contaron que viene con el cinturón lleno.-
-Dos vintenes, Santia, trabajas toda la vida rompiéndote el lomo por dos vintenes. Si no juera por el patrón no sé qué seria de mí-.
 -¡Epa!, hermano, yo no le regalo nada. Usted sigue trabajando aquí, nada más.-
-No se preocupe, Juan, pronto van a cambiar las cosas. Ya va a ver. Los tiempos…-
Juan entreceró los ojos, aspiró el humo del Cerrito y estudió desde allí al muchacho. Sorbió el
mate que le tendieron hasta el ruídito y recién ahí contestó.
-Mira, muchacho, desde que el mundo es mundo las cosas están así, las quieren cambiar pero
 siguen igualitas. Así  que pa qué.-
-Por la justicia, Juan, por el mundo, por los compañeros, por usted, por mí...-
El peón abrió un poquito los ojos, lo volvió a mirar ahora a través de las palabras.
No era el mismo. Lo sabía, esas son las ciudades, les  llenan la cabeza de viento con cosas
 nuevas.  Pá qué. Apuesto que se olvidó de ensillar un matungo, de curar una bichera, de orejear el
 cielo y saber si llueve.
Yo creiba que el Santia era de campo pero me lo cambiaron. La puta ¿y todo lo que le enseñé?
 Pá qué...
El muchacho seguía el discurso y Juan cansado frente al desconocido se volvió al patrón.
-Asi que mañana viene la Sarita.-
-Si, mañana.-
-Bueno, entonces me voy a d'ir durmiendo porque ya es tarde.-
-Juan ¿no cena?-
-Hoy no tengo hambre, patrón. Comí unas porquerías en el pueblo.-
-Como quiera, hasta mañana.-
-Buenas noches.-
-Buenas noches, Juan.-
Los Urquiza quedaron frente a frente. Uno cebando tranquilo, el otro preocupado, algo andaba mal…
La noche ganó el campo y el espacio se hizo chiquito abajo y grande arriba,
-Viejo. Juan anda raro, ¿no? No me contestó, prácticamente me dejó con la palabra en la
boca.¿Le pasa algo? ¿Lo ofendí?-                                     
-No, m'hijo, está un poco chocho, nada más.-
-Pero no hace tanto que vine.-
-Pero viniste el mismo Santia de siempre. Hoy le saliste con problemas económicos y justicia
social y la mar en coche. Esto es el campo, m'hijo, aquí las cosas deben entrar despacio porque
el invierno sigue siendo invierno, aunque se suelten al vuelo las ideas del materialismo
dialético. Si Marx no sabe ordeñar, por ahora, no sirve.-
-¿Me apuré?-
-O te equivocaste de planteo. A la vaca vieja acostumbrada a la pradera no la pongas en el
establo. Aunque le des alfalfa, se te muere.-
-Creo que me falta aprender bastante.-
-Algo, tenés tiempo.-
-Antes nunca hablábamos de estas cosas. Yo no sabia de tus ideas pensé que estabas del otro
lado...-
- Estás loco muchacho Es que buey viejo se acostumbra al yugo y va despacito.-
-Me hace bien hablar con vos.-
-Me alegro. Siempre voy a estar aquí.-
-Sarita anda medio tristona. Creo que fue buena idea reunimos este fin de semana.-
-Sí, pero viene la amiga que es una cotorra alborotada.-
-Viejo, sos chucaro.-
-Y... ya estay viejo para cambiar. Me voy a dormir.-
-Hasta mañana. Llámame cuando te levantes.
-Como quieras. Me levanto a las cinco.-
-No importa. Quiero devolverle a Juan su gurí.-

CAPITULO XI
La mañana se sacudía la noche cuando Sara subió al ómnibus. Cargaba el bolso y a Silvia que no
conseguía  desprenderse del sueño.
Los primeros quince minutos pudo contemplar el paisaje a gusto, resguardada por el silencio de
la amiga, vio las carreras de las palmeras, las casitas con sus jardines que se espaciaban para
ceder paso al verde, resplandeciente de rocío.
Cuando iba a saludar al sol empezó el parloteo y se volvió al interior.
-Asi que nada, che. Te dijo que estudiaba Medicina pero por lo que averigüé nadie lo conoce.
 ¿Estas segura del nombre?-
-Ay, Silvia, a esta altura no estoy segura de nada. Fue un momento maravilloso pero no lo vi
 más. No me llamó, no fue a buscarme... Nada. Se lo tragó la tierra.-
-No te ofendas pero no será un caradura....vos sos tan inocente, a veces se avivan.-
-Boba, querrás decir. Tal vez tengas razón pero...-
-Pará.- Silvia bajó la voz y agrandó los ojos   - y si está metido. Igual es un inconsciente.-
-Vos sabes que lo he pensado pero no sé. Parecía ajeno a todo eso.-
-Mejor lo olvidas. Todo esto es demasiada complicación.-
-Tenia que tocarme.-
-Che, ¿cuánto falta?-
-Ya estamos cerca. Déjame pasar que bajo el bolso.-
-Ay, papá lo puso en el maletero.-
-Acordate de avisarle al guarda. Si no, va a Montevideo.-
-No, hoy no, que es sábado.-
-Vamos.-
El molino de viento, junto a la casa, marcaba el camino hacia el campo de los Urquiza. A la
entrada, Santia en el carro, esperaba a las viajeras. Se había levantado temprano, hizo las pases
con Juan demostrándole que todavía sabía ordeñar y ensillar. Estaba tan contento que, cosa rara
en él, cuando vino el ómnibus, se puso a hacer señas con los brazos.
-¡Eh, eh, dejen a mi hermana aquí!-
Silvia bajó colorada y Sara muerta de risa.
-Te voy a matar.-
-Vamos , haraganas,  que ya es tarde.-
El caballo empezó a trotar despacio. Para qué apurarse, todo es conocido. Sara por un momento
vio a Capitán moviendo la cola a su lado.
-¿Te acordás de las florcitas?-
-Ufa, Santia, no empezarás con el cuento.-
-Silvia no lo sabe.-
-Dale, contálo, por favor.-
El muchacho soltó la carcajada al ver que la amiga picaba el anzuelo.
-Un dio a la mocita se le ocurrió andar a caballo. Estuvo dale que te dale hasta que la llevé a
dar la vueltita. En el camino se enamoró de una florcita, quiso arrancarla pero no pudo. La
cosa es que no la soltó y como el caballo seguía, terminamos los dos planchados en el suelo.-
-Pero, Sara- murmuró Silvia muerta de risa, mientras de soslayo se guardaba la figura del
muchacho.
-Ah, estarás contento, ¿verdad?-
-Desde chica fue así, pobrecita, le falta algo.-
-Seguila, nomás. Mira que tengo muchos tuyos archivados.-
-Bueno, señoritas, llegamos. Si gustan descender.-
Se acercó a ayudarlas pero Sara ya estaba en el suelo. Silvia, en cambio, esperó gustosa la ayuda. Luego
siguió solo con carro y caballo al potrero para desenganchar.
-Che, Sara, tu hermano no parece el mismo. Aquí hasta habla y no está nada mal-
-Mira que cuento.-
-Te mato.-
El padre las esperaba junto a la ventana. Sara corrió a abrazarlo. En ese instante era para ella y
para él, la niña de siempre.
-Papá, ¿y mamá?-
-Adentro limpiando.-
Se quedó un ratito acostumbrando los recuerdos al presente y fue a saludar a la madre.
Detrás del galpón, como a una cuadra del rancho, Juan seguía la escena haciéndose el
desentendido.
La vio llegar, ir a las casas, abrazar a su padre y quedarse quietita, entonces entró en la pieza,
con cuidado sacó  debajo del catre, el palo que hacía un tiempo descansaba, y lo dejó junto al de
Santia, por si querían caminar. Luego buscó algo para hacer, no se fuera a dar cuenta que la estaba esperando.
-Juan, Juancito, ya no venís a saludarme. Tanto sin verme y esta desabridez.-
El viejo fue abriendo despacio la sonrisa sin dientes: era la misma.
Los gurises siguen igual. La ciudad no puede con ellos, son de buena madera.
-¿Cómo andas, Sarita?-
                                              



                                                                              CAPITULO XII
Después del fin de semana de pan casero y piel con olor a eucaliptos, los muchachos volvieron a
zambullirse en sus cosas. Corto respiro, pero la levadura fermentaba cada vez más aprisa.
Federico se disciplinó y durante veinte días se mantuvo alejado, iba con los muchachos, hacia
algunos "encargos" y proseguía  cuando podía, con las clases.
-Pensar que falta un año, sólo un año, pero qué año.-
Así iba haciendo lo que podía.
El duende lo acompañó en todo, se había divertido de lo lindo en la Facultad. Eso de investigar
pulmones o intestinos mirándolos como simples tejidos, le fascinaba. Pasaba horas enteras
escuchando cómo los muchachos querían enderezar el mundo. ¡Pobrecitos! Siempre estuvo
igual, solo nosotros le ponemos un poquito de pimienta.
Tanto ir de aquí para allá, se olvidó de su trabajo. Bueno, la verdad, le daba lástima el muchacho.
Ya tenía bastante. Pero volvió el aviso, o él u otro. Así que con un poco de pereza se puso a
trabajar.
Federico se despertó con la imagen de Sara, su horizonte de campo, su sonrisa abierta, sus ojos
de miel.... Se quedó un ratito con ellos pero volvió a ordenarse.
Tengo que disciplinarme. No puedo, no hay lugar para el amor.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          No, por ella. La pongo en peligro. Lo sabes, no seas boludo.
Ahora vas a ir a clase. Luego al Clínicas, más tarde a la reunión y después... Voy a verla.
No, en qué quedamos.
Yo... tengo un compromiso. Sé lo que hago y por qué. Todo está claro. Pero... yo la quiero.
Una vez más. Después, el adiós definitivo, lo prometo. Además debe estar pensando que soy un
imbécil o un hijo de puta. Eso. Le debo una explicación. Pobre amor mío. Sólo una vez más, la
última. No pido tanto  al fin y al cabo.
Como un autómata tomó la guitarra. Sus manos recorrieron caminos conocidos buscando la
canción.
"Quiero el instante
 aquel único, intenso
 para enseñarte
 cómo te quiero"
-No me gusta, muy cursi A ver.:-.
"Sin palabras quiero hablarte...
Se abrió la puerta de la habitación
-Fede, estás cantando. ¡Cuánto hacia! Qué canción más bonita. Pero m'hijo.... ¡estás llorando!\-
Los brazos se abrieron al cobijo del niño-hombre.
-Vieja ¿por qué es tan dificil?-
-Y m'hijo es la vida... Yo te puedo asegurar que no se regala nada... Pero
¿Por qué no te quedas hoy, tenés alguna clase importante? Si no, seguís con la guitarra. Yo te
 hago tortas fritas y tomamos mate dulce. Te acordás cómo te gustaba...-
-No, vieja, esto no se arregla con tortas fritas. Además no puedo quedarme, ya me voy. Haceme
 el favor, no me hagas caso, querés.-
-¡Qué lástima!-
Y se fue secándose las manos en el delantal.
-Te hubiera hecho bien.-                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         
Sara en cambio era un remolino. Un tornado la engullía en aguas peligrosas. Sentía que nada
 estaba  firme. Ya no podía concentrarse, no respiraba en ningún lado. No podía hablar con nadie.
Todos estaban de acuerdo que era una idiota. Todos menos Santia. Pero Santia no estaba  y  ya
 casi ni lo veía.
Tengo que concentrarme. Mañana tengo un parcial Si fallo pierdo la exoneración. Sara
 Concéntrate.
Pero el esquema seguía en la misma línea y por más que los ojos devoraran páginas, ahí se
 quedaban, en la pupila, sin pasar para adentro.
-Ya sé. Me apronto un mate. Seguro que me concentro.
 Se levantó feliz de la excusa y fue rumbo a la cocina. Dos pasos. Encendió el gas y se puso a
  mirar por la ventanita,
La vecina lavó hoy las sábanas. Hay algunas nubes, tal vez llueve.
El mate se daba un remojón cuando escuchó la llave de la puerta.
- Gracias a Dios. ¡Benditos los ojos que te ven! Hermanito, ¡cuanto hacía que no venías!-
-Sara,  la cosa se complicó. Por favor, no juegues, tengo que hablarte Esto es grave, la verdad. No tengo ganas de juegos y necesito desesperadamente alguien que me entienda. ¿Te acordás de lo que hablamos en casa?-
-¿Cuando fuimos al rancho?-                             
-No, en casa, Sarita, junto a la estufa.-
-Ah, si, cuando lo del vino, mamá casi me mata al otro día.-
-Sí, ahí-
-¿Aquello de...?-                                                                                     .
-Sí, aquello. Se dio. Tengo que irme. Si pasa algo y estoy aquí vendrán por vos y yo no podría
 aguantarlo.-                                                   .
-Pero, Santia, por favor...-
-No, hermanita. Ya no hay discusión. La decisión está tomada. No hay vuelta atrás. Pero quiero
 explicarte para que sepas qué decir, por si acaso.-
-Santia, no hables así, ¡por favor!-
-Sarita, tengo que irme.-
-¿Por qué vos?-
-¿Por qué todos?, querrás decir.-
-Te vas, nomás. Va a ser peor. Sospecharán que has estado aquí. Quédate.-
-No, ya tengo organizado todo. Al poco tiempo de entrar, me dejé ver con una muchacha, una
 compañera.  En la Facultad todos piensan que somos novios, nos mostramos muy acaramelados.
 Me voy a un apartamento con ella.-
-Y yo sin saber nada...-
-Pero, no querés entender, no es mi novia, es mi cobertura.-
-Entonces ya no te veré.-
-Menos. Vendré algún día como vendría se me hubiera casado. No hay que despertar sospechas.-
-Te voy a extrañar.-
-Y yo a ti. No te olvides. Me fui a vivir con Claudia, mi novia. En mi cuarto dejo su foto. No sabes nada más, ¿está claro?-
-Sí.-
-Tengo el bolso hecho.-
-Quédate a cenar, por lo menos.-
-No puedo, Sara, por favor, ayúdame, no lo hagas más difícil-
-Está bien.-
Frente al retrato del Che se abrazaron y no hubo más palabras. Eran Urquiza. Luego los pasos en la escalera cada vez más apagados y su figura con la mano en alto en la ventana que miraba a la calle. Nada más.

CAPITULO XIII
El apartamento estaba oscuro, a excepción del comedor que iluminaba la mesa llena de
cuadernos y libros abiertos constantemente en la misma página,
-Uf, odio las casa con una sola luz. Son casas solas.
Con rabia fue encendiendo las luces de todos los ambientes. En el cuarto de Santia se quedó
buscando la compañía de antes. No estaba, pero el cuarto era él. La amistad los unió siempre
desde pequeños, brindaba desde la foto con una Coca caliente en una tormenta de verano. Su
"machismo" o haraganería se acostaba en la cama sin hacer. Su desorden ordenado marcaba el
escritorio.
Hasta último momento.- con cuidado, fue sacando mantas, sábanas, las dejó en una silla y la fue
rehaciendo de a poco. Al doblar la sábana de arriba, en la vuelta, justo sobre el bordado de Celia
cayó la primera lágrima. Se limpió la nariz y siguió.
En el ropero quedaba algo de ropa. Sacó el saco, tenía aún el perfume, se lo puso y se sintió
más tranquila.
En la mesa de luz estaba la foto.
¿Cómo la llamó?... Claudia... su cobertura.
Ay, hermanito, si te hubieras enamorado de verdad, tendría menos miedo. Sin curiosidad, pero
con atención, se fijó en el retrato, pelo lacio, ¡quién pudiera!, ojos grandes delineados y sonrisa
tierna. Parece de mi edad. Tal vez yo también deba... Pero, no sueñes, no tenés pasta. Cómo fue
que me llamó Carlos, "burguesita precoz". Abombado. Pero de verdad no creo que sirva.
La frustración sumada a la tristeza hicieron un cóctel en su alma. El resultado...
-Mañana me voy, no aguanto más esta soledad. Una a una fue apagando las luces. De pasada
 pescó la cartera, la colgó en el hombro, agarró los boletos, las llaves y salió disparando.
Voy a reservar el pasaje. En la vereda, la ventana del apartamento fue un cuadro negro al
adiós.-
-Santia, cuídate, por favor.-
En la esquina la sorprendió una fisonomía desconocida. Tenía más o menos fichado el barrio,
hecha en el interior, guardaba los rostros de cada día.
-Pero este tipo... ¿no será un tira? Ay, ¡no, por Dios! ya me entró la sicosis. Santia tuvo razón en
irse. En cualquier momento le metía la pata. Ni para eso sirvo.
Subió al ómnibus y se diluyó entre muchos. Ya en “18”, rumbo a la agencia, la ciudad se aceleró,
más gente, más vidrieras, coches, ómnibus.
Era menos que nada, sola, caminando entre la gente, soñando con tres años más, con Santia en el
campo, con hijos, con paz, con justicia... con...
Si no pienso en el mañana, me muero. Quizás en tres años hayan cambiado las cosas. ¡Qué
ilusa!
La distinguió entre muchos. Ya de lejos se notaba ese gesto de absoluta abstracción, de no estar
aquí. Era única, llevaba el campo consigo. La había buscado ayer en todas las salidas de  los
turnos del Instituto. Se había caminado toda la avenida. La urgencia de verla y la necesidad de
 saber donde estaba, desacompasaron su día y se volvió a las tortas fritas frías de la madre, más triste que nunca.
Hoy ya más rehecho, organizó sus actividades y justo al final, cuando menos lo pensaba, estaba
ahí.
Hoy ya más rehecho, organizó sus actividades y justo al final, cuando menos lo pensaba, estaba
ahí. Y ahí se iba con su infinitud de campo, absolutamente fuera de todo. Será por eso que a los del interior le dicen los "de afuera".
-¡Hola!, ¡Sara! ¡Eh, Sara!
El instante la detuvo, la plantó en la vereda y el corazón comenzó su ronroneo.
-¡Vos!
-Si, yo. ¿Cómo estás?
-Bien. Bueno, la verdad, no estoy bien. Estoy furiosa; te esperé todos los días a todas las horas y
 minutos. Manejé todas las hipótesis posibles. Todos me tomaron por imbécil y ahora....
-Sara... yo...escúchame....
Las palabras se cruzaban pero eran los ojos quienes realmente hablaban. Así la muchacha supo
de una nueva despedida antes del saludo y el corazón perdió su ronroneo en otra lágrima
-Vos también...-
-Sara, encuentro y despedida. No puedo explicarte nada. No me conoces. No te di mi nombre.
En realidad no te di nada. Tendría que mentirte, desengañarte, ser menos egoísta,... pero no
 puedo.
-No digas nada, ya aprendí el libreto.-
-Bueno, entonces adiós.-
-No, adiós no. Bueno, no esta noche, no todavía. Acompáñame como el otro día. No pasará
 nada. Unas cuadras solo. Es tan poquito-.
El abrió sus brazos y ella buscó cobijo en ellos. Ella abrió sus labios y él buscó la vida en ellos.
Se fueron caminando juntos. Juntos como si nada, juntos de siempre por una ciudad que
 sacudía convulsa, bocanadas de esperanza, de cambios y de tristeza en cada parada de ómnibus.
El duende no pudo más, era demasiado. Que se encarguen otros, si quieren. Yo renuncio, los
 muchachos a veces salen demasiado grandes para nosotros. Y se diluyó avergonzado. Ya no le
 encontraba ningún sentido a su juego.




CAPITULO XIV


El día del parcial, Sara llegó a la hora de siempre, saludó a sus compañeros, calmó los nervios de
Silvia, en fin, las rutinas.
Pero estaba distinta, igual pero distinta, como si su cuerpo de muchacha guardara una mujer madura. El reloj aceleró sin verlo y en unas horas creció. Los ojos de miel ahondaron abismos y los "horrores" de antes se transformaron en tonterías. Ya no se iba la vida en un examen y el profesor podía mirarla sin que le temblaran los huesos. Hasta había perdido un poco su frío ciudadano. Entró en el salón y la saludaron los rostros conocidos de los próceres, inventados por Blanes, retazos de verdades y mentiras moteados por las moscas. Tomó una hoja del escritorio y fue a sentarse.
Vacía la hoja sobre la carpeta, la mesa del banco vacía. Nombre, grupo, fecha, la mano no
temblaba.
Escuchó los temas, eligió y comenzó el trabajo.
Silvia sentada atrás empezó a golpearle la espalda.
-Sara, ¿qué vas a hacer?-
-El segundo.-
-Ahí Yo de ese no sé nada.-
-Entonces hace el primero.-
-Ah, si, y si no me acuerdo a quién le pregunto...-
La voz del profesor cruzó la clase.
-Señoritas, ya están puestos los temas. Silencio, por favor.-
-Sara...-
Callate!-
Las mejillas se iban encendiendo y la lapicera corría sus trazos por las hojas.
La mesa del banco las recogía.
-Faltan cinco minutos. Corrijan y entreguen.-
El pelo se escapaba del broche, el concepto iba a mitad de camino entre palabra y tinta.
-¡La pucha, me falta mucho!- la lapicera disparó letras.
-Señorita, por favor, entregue. Me voy.-
-Un momentito que firmo.-
-Gracias.-
Se fue con su parcial. Una cosa menos para ella y más para él.
Se sentó un segundo a respirar, luego comenzó a juntar las cosas. A la salida, Silvia la estaba
esperando.
-¡Ay, Saral Me fue horrible. Quedé en blanco, te juro.-
-Silvia, no empecemos, no ando para pavadas.-
-Disculpame, no quise aburrirte con mis pavadas. Nada menos que la exoneración y otro año
podrido aquí.-
-No, perdoname, vos. No estoy bien.
-Se nota. ¿Qué pasa? Últimamente no me contás nada.-
-No pasa nada... bueno si. (empecemos la comedia) Santía se fue a vivir con su novia. Quedé
sola y extraño más.-
-Y desde cuándo tiene novia... de haberme enterado...-
-Parece que bastante, yo no sabía, aquel es tan callado.-
•Che, Sara, no andará en otros bailes, hoy los muchachos están muy alborotados. No piensan
en otra cosa que en política.
-No, Santia, no. Lo conozco. Vos ves fantasmas por todos lados, además tiene un metejón que ni
te cuento.-
-Qué desperdicio, capaz que podría haberlo enganchado.-
-¿Y tu Carlitos?...¡ Infiel! Claro que mi hermano es más lindo. Vamos... me acompañas a la agencia.-
-Estás boba, el escrito te aceleró las neuronas, hoy es miércoles... MIÉR.CO...LES...-
--Sí, pero me voy. ME.. VOY.. Me olvidé de comentarte pero ando medio engripada.-
-Ay, quien pudiera,¡ culona!-
-Vamos, no seas envidiosa. Apúrate que no quiero perder el ómnibus.-
Al doblar Río Negro ya los saludó la fila de coches atracados junto al cordón como un tren que
pronto descarrilaría.
-Todavía faltan quince minutos.
-EL tiempo para recoger el bolso.
-¿Cómo voy a aguantar a la cuatrojos, mañana?
-Problema tuyo. Subo. Nos vemos el viernes, llámame cuando llegues.-
-Bueno, chau.-
-Adiós.-
Se sentó en el momento que subían el chofer y el guarda.
La puerta se cerró y el adiós de Silvia se fue naciendo cada vez más pequeño hasta perderse.
Luego rodaron edificios, calles y casas hasta desembocar en un azul y un verde abiertos por
completo.
Sara seguía el paisaje desde la ventanilla mientras los pensamientos se cruzaban con árboles y
vacas.
-Y si me bajo en el campo...se me va la excusa de la enfermedad... pero qué bien me haría... Iría
a la tapera a desenmascarar al viejito... mamá me mata. Santia. Rubén, por qué... tengo miedo ¿y
si les pasa algo?
Sin saber tiempos el ómnibus entró en aires conocidos, la curva, la rueda del molino.
-Me bajo.
-Disculpe, ¿me permite? Gracias.
El hombre se levantó y dio paso a la determinación.
-Ahí, junto al molino, por favor.
-¿La entrada de los Urquiza?
-Sí, gracias.
Cruzó la carretera y ya en el camino le salieron al paso los conocidos de antaño, Capitán, los
transparentes, el amigo mágico.
-Sí, me siento mejor. Puede que haya una salida después de todo.
Y empezó a caminar rumbo a casa.
Juan estaba sentado en la mesa de la cocina, la galleta medio desmigajada sobre la taza de leche.
El perro salió corriendo rumbo a la tranquera.
-Eh, patrón, creo que viene alguien. Seguro que de a pie. No oigo carro ni motor. Amigo ha de
ser  porque el Tarzán se fue moviendo la cola.
-No se moleste, Juan, voy yo.
Santiago dejó el escritorio en el momento que Sarita llegaba. Encontró el beso de la muchacha
antes que sus ojos.
-Buenas, papá.-
-Sarita, hija, ¿qué haces?-
-Me vine.-
-Eso está claro.-
Al llegar a los ojos supo que algo no andaba, los Urquiza son bichitos de soledad cuando las
cosas no funcionan. Inútil preguntar. Para qué. Ya sabía la respuesta: Nada.
-¿Querés algo?-
-Un café. Te invito, yo lo preparo.-
Despacio, casi sin despegar los pies, Juan dejó la merienda.
-Juan, ¿cómo está?-
-No tan bien como quisiera pero aquí me tenés.-
-Igual que siempre, para usted los años no pasan.-
Decidida entró en la cocina.
-Papá ¿donde guardaste la cafetera?-
En un momento estuvieron las tacitas frente a frente.
Se escucharon las cucharitas. Nada más. Con el último trago vino la pregunta.
-Sarita, querés quedarte o nos vamos con tu madre.-
-Aunque te parezca mentira, no sé. Voy a caminar un rato.-
-Como quieras.-
-Después nos vamos, si no, mamá nos mata.-
Limpiándose la boca con la manga, Juan cruzó la tranquera y enderezó para la pieza. Con
 cuidado se agachó junto al catre.
-Los huesos me tiene loco. De fija viene tormenta.
Levantó el palo de Sarita, lo dejó junto a la pared del galpón y se metió a vigilar el ordeñe.
-El nuevo es medio avispao, no me vaya a bichar a la gurisa, con estos mocitos, uno nunca sabe.
Sara se cambió en un instante y fue a buscar lo que ni ella misma sabía. Tal vez buscaba la clave de todo lo que les pasaba en el secreto que compartía con su hermano.
-Hasta ahora, m'hija.-
Cuando empezó a caminar el sol patinaba en el horizonte.
-Hoy nos vemos, ya no soy una niña, no me orino en las bombachas.-
Necesito desentrañar esto. Apuró el paso. Los teros le rozaban la cabeza, el campo bostezaba y
la tapera se recortaba en la sombra. Por fin llegó; las mejillas sonrosadas, la respiración agitada y
un poquitín de miedo. Aparentemente aquello no tenía ningún sentido pero ahí estaba como si
resolver aquello fuera el centro del enigma
-¡Eh! Señor... Eh, José Urquiza.. Ábuelito..... quiero hablarle. Por favor venga sólo un instante,
Santia dice que está, que siempre estuvo, por favor quiero hablar con usted.-
La tapera le devolvió el eco de su voz y le enseñó sus tristezas. Ahora  el viejo se fue, se
quedó sin nada. Nadie conocía el secreto de sus árboles, ni de sus piedras.
Se acabó. Era el destino. Terminar y esperar, quién sabe cuanto, para empezar de nuevo. La
muchacha percibió el vacío.
-Lo sabia, aquí no hay nada.-
Dio media vuelta y al girar le pareció, quizás fuera su imaginación, que algo se iluminó. Sólo un
instante y una voz:
-Juana  viniste.-
-Pero no, eran cosas mías. Adiós don José Urquiza no lo molestaré más. Descanse en paz.
Sara se volvió al rancho con los mismos nudos dentro, sin resolver una sola duda.
Le había abierto la puerta al viejito de la tapera, para dar el salto. Pero ella seguía en las mismas.
-¡Pucha que es difícil vivir!-
-Sarita, ¿qué hacías en la tapera? Sabía que era el escondite de Santia pero vos...-
-Miraba la noche.-
-Está llenita de estrellas.-
-Si, pero son frías.-Frente al retrato del Che se dieron un abrazo fuerte y no hubo más palabras. Eran Urquiza. Luego los pasos en la escalera cada vez más apagados. Y su figura con la mano en alto en la ventana de la calle. Nada más.
CAPITULO XIII
El apartamento estaba oscuro, a excepción del comedor que iluminaba la mesa llena de
cuadernos y libros abiertos constantemente en la misma página,
-Uf, odio las casa con una sola luz. Son casas solas.
Con rabia fue encendiendo las luces de todos los ambientes. En el cuarto de Santia se quedó
buscando la compañía de antes. No estaba, pero el cuarto era él. La amistad los unió siempre
desde pequeños, brindaba desde la foto con una Coca caliente en una tormenta de verano. Su
"machismo" o haraganería se acostaba en la cama sin hacer. Su desorden ordenado marcaba el
escritorio.
Hasta último momento.- con cuidado, fue sacando mantas, sábanas, las dejó en una silla y la fue
rehaciendo de a poco. Al doblar la sábana de arriba, en la vuelta, justo sobre el bordado de Celia
cayó la primera lágrima. Se limpió la nariz y siguió.
En el ropero quedaba algo de ropa. Sacó el saco, tenía aún el perfume, se lo puso y se sintió
más tranquila.
En la mesa de luz estaba la foto.
¿Cómo la llamó?... Claudia... su cobertura.
Ay, hermanito, si te hubieras enamorado de verdad, tendría menos miedo. Sin curiosidad, pero
con atención, se fijó en el retrato, pelo lacio, ¡quién pudiera!, ojos grandes delineados y sonrisa
tierna. Parece de mi edad. Tal vez yo también deba... Pero, no sueñes, no tenés pasta. Cómo fue
que me llamó Carlos, "burguesita precoz". Abombado. Pero de verdad no creo que sirva.
La frustración sumada a la tristeza hicieron un cóctel en su alma. El resultado...
-Mañana me voy, no aguanto más esta soledad. Una a una fue apagando las luces. De pasada
 pescó la cartera, la colgó en el hombro, agarró los boletos, las llaves y salió disparando.
Voy a reservar el pasaje.
 En la vereda, la ventana del apartamento fue un cuadro negro al adiós.-
-Santia, cuídate, por favor.-
En la esquina la sorprendió una fisonomía desconocida. Tenía más o menos fichado el barrio,
hecha en el interior, guardaba los rostros de cada día.
-Pero este tipo... ¿no será un tira? Ay, ¡no, por Dios! ya me entró la sicosis. Santia tuvo razón en
irse. En cualquier momento le metía la pata. Ni para eso sirvo.
Subió al ómnibus y se diluyó entre muchos. Ya en “18”, rumbo a la agencia, la ciudad se aceleró,
más gente, más vidrieras, coches, ómnibus.
Era menos que nada, sola, caminando entre la gente, soñando con tres años más, con Santia en el
campo, con hijos, con paz, con justicia... con...
Si no pienso en el mañana, me muero. Quizás en tres años hayan cambiado las cosas. ¡Qué
ilusa!
La distinguió entre muchos. Ya de lejos se notaba ese gesto de absoluta abstracción, de no estar
aquí. Era única, llevaba el campo consigo. La había buscado ayer en todas las salidas de  los
turnos del Instituto. Se había caminado toda la avenida. La urgencia de verla y la necesidad de
 saber donde estaba, desacompasaron su día y se volvió a las tortas fritas frías de la madre, más triste que nunca.
Hoy ya más rehecho, organizó sus actividades y justo al final, cuando menos lo pensaba, estaba
ahí. Y ahí se iba con su infinitud de campo, absolutamente fuera de todo. Será por eso que a los del
interior le dicen los "de afuera".
-¡Hola!, ¡Sara! ¡Eh, Sara!-
El instante la detuvo, la plantó en la vereda y el corazón comenzó su ronroneo.
-¡Vos!-
-Si, yo. ¿Cómo estás?-
-Bien. Bueno, la verdad, no estoy bien. Estoy furiosa; te esperé todos los días a todas las horas y todos los
 minutos. Manejé todas las hipótesis posibles. Todos me tomaron por imbécil y ahora te presentás así como si nada.-
-Sara... yo...escúchame...-.
Las palabras se cruzaban pero eran los ojos quienes realmente hablaban. Así la muchacha supo
de una nueva despedida antes del saludo y el corazón perdió su ronroneo en otra lágrima.
-Vos también...-
-Sara, encuentro y despedida. No puedo explicarte nada. No me conoces. No te di mi nombre.
En realidad no te di nada. Tendría que mentirte, desengañarte, ser menos egoísta,... pero no
 puedo.-
-No digas nada, ya aprendí el libreto.-
-Bueno, entonces adiós.
-No, adiós no. Bueno, no esta noche, no todavía. Acompáñame como el otro día. No pasará
 nada. Unas cuadras soto. Es tan poquito.-
El abrió sus brazos y ella buscó cobijo en ellos. Ella abrió sus labios y él buscó la vida en ellos.
Y se fueron caminando juntos. Juntos como si nada, juntos de siempre por una ciudad que
 sacudía convulsa, bocanadas de esperanza, de cambios y de tristeza en cada parada de ómnibus.
El duende no pudo más, era demasiado. Que se encarguen otros, si quieren. Yo renuncio, los
 muchachos a veces salen demasiado grandes para nosotros. Y se diluyó avergonzado. Ya no le
 encontraba ningún sentido a su juego.

                                      CAPÍTULO XIV 


El día del parcial, Sara llegó a la hora de siempre, saludó a sus compañeros, calmó los nervios de
Silvia, en fín, las rutinas.
Pero estaba distinta, igual pero distinta, como si su cuerpo de muchacha guardara una mujer madura. El reloj aceleró sin verlo y en unas horas creció. Los ojos de miel ahondaron abismos y
los "horrores" de antes se transformaron en tonterías. Ya no se le iba la vida en un examen y el
profesor podía mirarla sin que le temblaran los huesos. Hasta había perdido un poco su frío
ciudadano.
 Entró en el salón y la saludaron los rostros conocidos de los próceres, inventados por
Blanes, retazos de verdades y mentiras moteados por las moscas. Tomó unas  hojas del escritorio y fue a sentarse.
Vacía la hoja sobre la carpeta, la mesa del banco vacía. Nombre, grupo, fecha, la mano no
temblaba.
Escuchó los temas, eligió y comenzó el trabajo.
Silvia sentada atrás empezó a golpearle la espalda.
-Sara, ¿qué vas a hacer?-
-El segundo.-
-Ahí Yo de ese no sé nada.-
-Entonces hace el primero.-
-Ah, si, y si no me acuerdo a quién le pregunto...-
La voz del profesor cruzó la clase.
-Señoritas, ya están puestos los temas. Silencio, por favor.-
-Sara...-
Callate!-
Las mejillas se iban encendiendo y la lapicera corría sus trazos por las hojas.
La mesa del banco las recogía.
-Faltan cinco minutos. Corrijan y entreguen.-
El pelo se escapaba del broche, el concepto iba a mitad de camino entre palabra y tinta.
-¡La pucha, me falta mucho!- la lapicera disparó letras.
-Señorita, por favor, entregue. Me voy.-
-Un momentito que firmo.-
-Gracias.-
Se fue con su parcial. Una cosa menos para ella y más para él.
Se sentó un segundo a respirar, luego comenzó a juntar las cosas. A la salida, Silvia la estaba
esperando.
-¡Ay, Saral Me fue horrible. Quedé en blanco, te juro.-
-Silvia, no empecemos, no ando para pavadas.-
-Disculpame, no quise aburrirte con mis pavadas. Nada menos que la exoneración y otro año
podrido aquí.-
-No, perdoname, vos. No estoy bien.
-Se nota. ¿Qué pasa? Últimamente no me contás nada.-
-No pasa nada... bueno si. (empecemos la comedia) Santía se fue a vivir con su novia. Quedé
sola y extraño más.-
-Y desde cuándo tiene novia... de haberme enterado...-
-Parece que bastante, yo no sabía, aquel es tan callado.-
•Che, Sara, no andará en otros bailes, hoy los muchachos están muy alborotados. No piensan
en otra cosa que en política.
-No, Santia, no. Lo conozco. Vos ves fantasmas por todos lados, además tiene un metejón que ni
te cuento.-
-Qué desperdicio, capaz que podría haberlo enganchado.-
-¿Y tu Carlitos?...¡ Infiel! Claro que mi hermano es más lindo. Vamos... me acompañas a la agencia.-
-Estás boba, el escrito te aceleró las neuronas, hoy es miércoles... MIÉR.CO...LES...-
-Sí, pero me voy. ¡ME.. VOY! Me olvidé de comentarte pero ando media engripada.-
-Ay, quien pudiera,¡ culona!-
-Vamos, no seas envidiosa. Apúrate que no quiero perder el ómnibus.-
Al doblar Río Negro ya los saludó la fila de coches atracados junto al cordón como un tren que
pronto descarrilaría.-
-Todavía faltan quince minutos.-
-EL tiempo para recoger el bolso.-
-¿Cómo voy a aguantar a la cuatro-ojos, mañana?-
-Problema tuyo. Subo. Nos vemos el viernes, llámame cuando llegues.-
-Bueno, chau.-
-Adiós.-
Se sentó en el momento que subían el chofer y el guarda.
La puerta se cerró y el adiós de Silvia se fue haciendo cada vez más pequeño hasta perderse.
Luego rodaron edificios, calles y casas hasta desembocar en un azul y un verde abiertos por
completo.
Sara seguía el paisaje desde la ventanilla mientras los pensamientos se cruzaban con árboles y
vacas.
-Y si me bajo en el campo...se me va la excusa de la enfermedad... pero qué bien me haría... Iría
a la tapera a desenmascarar al viejito ... mamá me mata. Santia, Rubén,  por qué... tengo miedo ¿y si les pasa algo?
Sin saber tiempos el ómnibus entró en aires conocidos, la curva, la rueda del molino.
-Me bajo. Disculpe, ¿me permite? Gracias.-
El hombre se levantó y dio paso a la determinación.
-Ahí, junto al molino, por favor.
-¿La entrada de los Urquiza?
-Sí, gracias.
Cruzó la carretera y ya en el camino le salieron al paso los conocidos de antaño, Capitán, los
transparentes, el amigo mágico.
-Sí, me siento mejor. Puede que haya una salida después de todo.
Y empezó a caminar rumbo a casa.
Juan estaba sentado en la mesa de la cocina, la galleta medio desmigajada sobre la taza de leche.
El perro salió corriendo rumbo a la tranquera.
-Eh, patrón, creo que viene alguien. Seguro que de a pie. No oigo carro ni motor. Amigo ha de ser  porque el Tarzán se fue moviendo la cola.-
-No se moleste, Juan, voy yo-.
Santiago dejó el escritorio en el momento que Sarita llegaba. Encontró el beso de la muchacha
antes que sus ojos.
-Buenas, papá.-
-Sarita, hija, ¿qué hacés?-
-Me vine.-
-Eso está claro.-
Al llegar a los ojos supo que algo no andaba, los Urquiza son bichitos de soledad cuando las
cosas no funcionan. Inútil preguntar. Para qué. Ya sabía la respuesta: Nada.
-¿Querés algo?-
-Un café. Te invito, yo lo preparo.-
Despacio, casi sin despegar los pies, Juan dejó la merienda.
-Juan, ¿cómo está?-
-No tan bien como quisiera pero aquí me tenés.-
-Igual que siempre, para usted los años no pasan.-
Decidida entró en la cocina.
-Papá ¿donde guardaste la cafetera?-
En un momento estuvieron las tacitas frente a frente.
Se escucharon las cucharitas. Nada más. Con el último trago vino la pregunta.
-Sarita, querés quedarte o nos vamos con tu madre.-
-Aunque te parezca mentira, no sé. Voy a caminar un rato.-
-Como quieras.-
-Después nos vamos, si no, mamá nos mata.-
Limpiándose la boca con la manga, Juan cruzó la tranquera y enderezó para la pieza. Con
 cuidado, la artrosis se había adueñado de sus articulaciones, se agachó junto al catre.
-Los huesos me tiene loco. De fija viene tormenta.-
Levantó el palo de Sarita, lo dejó junto a la pared del galpón y se metió a vigilar el ordeñe.
-El nuevo es medio avispao, no me vaya a bichar a la gurisa, con estos mocitos, uno nunca sabe.-
Sara se cambió en un instante y fue a buscar algo que ni ella misma sabía. Tal vez buscaba la clave en el secreto que compartía con su hermano.
-Hasta ahora, m'hija.-
Cuando empezó a caminar el sol patinaba en el horizonte.
-Hoy nos vemos, ya no soy una niña, no me orino en las bombachas.-
Necesito desentrañar esto. Apuró el paso. Los teros le rozaban la cabeza, el campo bostezaba y
la tapera se recortaba en la sombra. Por fin llegó; las mejillas sonrosadas, la respiración agitada y
un poquitín de miedo. Aparentemente aquello no tenía ningún sentido pero ahí estaba como si
resolverlo fuera el centro del enigma-
-¡Eh! Señor... Eh, José Urquiza.. Ábuelito..... quiero hablarle. Por favor venga sólo un instante,
Santia dice que está, que siempre estuvo, por favor quiero hablar con usted.
La tapera le devolvió el eco de su voz y le enseñó sus tristezas. Ahora el viejo se fue, se
quedó sin nada. Nadie conocía el secreto de sus árboles, ni de sus piedras.
Se acabó. Era el destino. Terminar y esperar, quién sabe cuanto, para empezar de nuevo. La
muchacha percibió el vacío.
-Lo sabia, aquí no hay nada.-
Dio media vuelta y al girar le pareció, quizás fuera su imaginación, que algo se iluminó. Sólo un
instante y una voz desde otro espacio:
-Juana.¿La ves?-
-Pero no, estoy soñando, cosas mías. Adiós don José Urquiza no lo molestaré. Descanse en paz.-
Sara se volvió al rancho con los mismos nudos dentro, sin resolver una sola duda.
Le había abierto la puerta al viejito de la tapera, para dar el salto. Pero ella seguía en las mismas.
-¡Pucha que es difícil vivir!-
-Sarita, ¿qué hacías en la tapera? Sabía que era el escondite de Santia pero vos...-
-Miraba la noche.-
-Está llenita de estrellas.-
-Si, pero son frías.-
-¿Todavía sigue la niña miedosa del  misterio?
-Por siempre-
 
                                      CAPÍTULO XV

  La carretera fue un juego de luces y sombras. Padre e hija viajaban callados, unidos por el
mismo pensamiento sin hablarlo.
Al llegar Sara bajó el bolso, Santiago el tarro de la leche y el canasto de los huevos.
La casa estaba a oscuras. Cada cosa en su sitio en un orden cercano a la soledad.
Celia sentada en el sofá, miraba el televisor. Al ruido del pestillo se levantó para saludar al
esposo.
-Limpíate los pies, ayer me llenaste el corredor de... ¡Sarita! ¿qué estás haciendo? ¿por qué
venís con tu padre? ¿Pasó algo?... ¿Estás bien mi niña?...
-Un beso.-
Sara besó a la madre. Le hacia bien llegar a casa. Le devolvía la normalidad.
-Para no sigas porque ya me perdí entre tantas preguntas.-
-¿Qué paso?
-Nada, no me sentía bien. Mañana no va el profesor y por una sola clase... además tengo pocas
 faltas. Aquí estoy, ¿contenta?-
-Chocha. ¿Cómo te fue en el parcial?-
-Creo que bien.-
-Y Santía cómo está. Hace mucho que no viene. Estudia demasiado. Estoy deseando que
 terminen los dos y se acaben los viajes y las separaciones. Tenerlos a los dos en casa.-
-Eso va a ser difícil, Santía pasa siempre con Claudia. A casa ya casi no va.-
-Ah, estos modernismos.. Yo no sé la madre de ella. Lo que es yo, ni loca. Vos ni te lo sueñes.-
-No te preocupes, yo me quedaré a vestir Santos.-
-No seas boba, ya te va a tocar también a vos.-
Sara tragó saliva, estaba en aguas peligrosas.
No le gustaba mentir y no podía decir la verdad.
-Veremos. Papá, ¿te vas a bañar?-
-No, hija. Primero voy a picar un poco de queso y salchichón. Te corto-
- No gracias. Entonces voy yo. Me doy un bañito y luego hablamos, ¿Estamos?-
-Bueno, te caliento un poco de sopa, mientras tanto. ¿O una tortilla?, ¿qué querés? Tendrás
 hambre, supongo.-
-Nada, mamá, tal vez después. No te preocupes. Ahora un buen baño.-
Se perdió tras la puerta y enseguida se sintió el gotear de la ducha.
-No sé, Santiago... la veo rara. Mira que bajarse en el campo. Lo peor es que no habla, se
 guarda todo. ¡Bendito sea Dios, qué cruz!-
-Celia, no te preocupes. No ganas nada, deja a la muchacha. Ya saldrá. Son tiempos malos.-
 CAPITULO XVI
La única luz que recibió a Federico, como siempre, estaba en la cocina. Entró tanteando muebles como cuando era chico y cerraba los ojos para ver si llegaba sin caerse. El camino era conocido, no falló. Venía preocupado. Hoy le habían avisado.                                                                                       -Parece que el flaco cantó. Esfúmate.-
Debía pasar a la clandestinidad y debía "pintárselo" a los viejos. Mamá será fácil pero papá tiene olfato para estas cosas. Debo ir con cuidado. Las voces familiares le salieron al paso.
-¿Te das cuenta? Ni en el informativo se puede confiar. Yo lo vi con mis propios ojos…- Se dio un respiro. Puedo conseguirlo. En eso se le apareció Sara.                                     ¿Y  Y si la vieron conmigo? Eso no... Ya sería demasiado.
-Fede, ¿sos vos querido?-
-Si, mamá-
. Hizo el esfuerzo y apareció un poco encandilado en la cocina. Era el lugar y era el tiempo de gurí. Salvo el televisor, nada había cambiado, el hule del mismo color, los muebles, la cortinita de la ventana y ese olor a comida. Todo era igual. Lástima que afuera. siguiera el mundo, dando sus vueltas, sumando años para empujarlo.
 -Buenas-.
-¿Cómo   te fue? M'hijo, que pálido estás!-
-Complicaciones, vieja, cuando crees que todo se arregla, te dan vuelta como una media. -       -    -Bueno, no será para tanto. A ver ¿qué pasa?-
 -Pasa que no puedo hacer el cursillo del Clínicas, no hay cupo.-
 -Pero hijo, es injusto.-
-Ya lo creo. Me ofrecen otro en Buenos Aires.-
-¿En Buenos Aires? ¿Tan lejos?-
-El tipo es un capo, sabe los kilos. ¿A vos qué te parece, viejo? -                   -Vamos a ver. La semana pasada dijiste que te admitieron. -
-Si, pero dieron mi lugar al sobrino de un Ministro.-
 -Pero ¿y el dinero?-
-Eso no es problema, me becan. Además puedo conseguir algo o rebuscarme dando inyecciones. No te preocupes.-
-Cuánto sacrificios, hijo. Yo le decía a la vecina... Qué le vamos a hacer, ya falta poco. Si es por tu bien...-
-Sí, vieja, ya falta poco. Voy a hacer el bolso. - -   -      -¡Cómo! ¿Cuándo te vas?-
-Mañana. Ya me sacaron el pasaje en la lancha de Carmelo que es más barata. –
El gesto de preocupación ganó el rostro de Martínez.
 -Pero Federico, escúchame, aquí hay algo que no entiendo...-
 -Papá, mejor no. Por favor. –
El rostro del hijo confirmó el pensamiento que giraba en la cabeza del padre.
-Mamá traje una cerveza, ponela en el congelador,¿ querés?, Está caliente. Así  distinguimos la cena-despedida.-
La madre se alejó un poco rumbo a la heladera.
 -No te preocupes, papá, confia en mí, ¿sí? Bueno. ¿Comemos? Me muero de hambre.


-Lávate las manos.-
-Mamá, voy a recibirme de médico... ya no soy un niño.-
-Para mí, el chiquilín de siempre.-
-Ah, mi viejita linda... cómo te voy a extrañar... y a tus comidas, ni te cuento...-
-Adulón.-
La abrazó, con fuerza y miedo, y se fue al baño a enjuagarse la cara.
La cena fue tranquila. Brindaron con la cerveza a medio enfriar y recogieron los cuentos de la
infancia que guardaban las paredes de la cocina.
A la mañana Federico se fue.


CAPITULO XVII
Un mes más tarde, el ex-milico Martínez en trámites de jubilación, recibió las ropas desgarradas
y manchadas de sangre del hijo.
La semana anterior, cuando iba a tomar el ómnibus una voz se le corrió al oído sin su permiso. Él no quería oír, ver y menos saber nada.
-Cuidado, el Fede cayó, puede que vayan a visitarlo. Revise todo.-
Al principio no entendió o no quiso entender. Su vida pendía de su ignorancia. Cuando quiso
preguntar, la voz sin rostro se silenció en miles de caras.
En ese instante le asomaron todas las sospechas, todas las preguntas y la verdad que no quiso
asumir antes.
-Eh, ¿Sube o no sube?-
-Perdón.-
Se subió, ya no recordaba adonde iba. Sí, a preguntar si en la Facultad tenían la dirección del hospital de Buenos Aires porque el hijo se había olvidado de dársela. ¡Qué iluso! No quiso ver lo que el muchacho, su muchacho le decía.
Ahora el miedo le subía por las tripas hasta la garganta.
Si yo sabía por qué lo dejé. ¿Por qué, Dios mío? ¿Qué le digo ahora a la madre?
Entonces empezó a peregrinar, primero a Jefatura a ver si algún antiguo compañero... pero
quedaban pocos y los que quedaban ¡mudos! Nadie sabía nada. "No se puede informar. "Puede
que haya tenido un accidente, hoy día los jóvenes..." "Escuche los comunicados de las Fuerzas
Conjuntas..." Un muro.
Cuando ya se iba vencido, alguien le dijo entre dientes " lo deben de tener los verdes, averiguá
en los cuarteles".
Esa noche salió el comunicado de la detención del sedicioso Federico Martínez. La madre quedó
muda, quieta, muy quieta y agarró la mano del esposo.
-Tenés que buscarlo, viejo. Tus años de servicio te tienen que ayudar.-
El siguió de cuartel en cuartel hasta que al final en tantas idas y venidas, en Mercedes, le
pidieron que esperara. Lo tuvieron toda la mañana parado al sol, luego entró a una oficina fría donde Artigas se escondía en el marco del retrato.
-¿Así que usted es el padre del sedicioso Federico Martínez?-
-Sí, señor.-
-Está incomunicado.-
-No podría hacer una excepción. Quiero verlo-
-No escuchó  INCOMUNICADO. Ah esta es su ropa-
Le dieron un paquete. Ya le avisarían. Y se fue con los treinta años de
servicio  atrás, con el alma atrás y en las manos el envoltorio.
En la plaza se sentó en un banco a esperar el ómnibus. Estaba vacío, transparente. Por allí cruzó
una idea. Y si en el paquete viene una carta. El Fede conoce a la madre... Lo desató con rabia
rompiendo el papel. Ahí estaban la camisa y los pantalones del hijo, desgarrados, como si lo
hubieran mordido los perros. La sangre seca acartonaba la tela. Nada más. Solo el decir de esa
sangre.
-¡Hijos de puta I ¡Me cago en la putísima madre que los parió!-
Las gotas resbalaban escasas, suaves sobre el rostro impotente. Un agua mansa que iba abriendo
arrugas sobre una cara cansada. Los años lo aplastaron.
En el primer contenedor tiró el paquete. La madre no merecía otro dolor más. Le diría que lo encontró, que en unos días ya lo podían visitar, quizás le dejaban llevarle pasteles…ya se apañaría




CAPITULO XVIII
Sentada frente a la taza de café con leche, con el refuerzo de chorizo seco en la mano, Sara leía
el diario. Hacia más de veinte días que no sabía de Santia. Estaba nerviosa porque nunca había
pasado tanto tiempo sin avisar. Siempre una vueltita, un llamado por teléfono…
A la madre la arregló con un curso en Salto, pero ella iba en picada, hacia el fondo.
No se perdía informativo y repasaba los comunicados de los diarios, por las dudas. Así lo vio. La
imagen dura de la foto, la golpeó. Era él, el mechón en la frente, los ojos. ¡Oh, Dios mío!
-Rubén...-
"El sedicioso Federico Martínez fue capturado por las Fuerzas en un operativo..."
Un dolor de carne le fue ganando el alma, se desparramó por su cuerpo y desbordó en los ojos
secos. Santia no estaba pero también caería.
Están dando muy duro a la máquina y muchos cantan. Pobres, no se pueden aguantar... No
quiero pensar. Ay, Dios.
En eso el ruido de la cerradura. Celia volvía del supermercado.
Desde que supo que Santia estaba en "Salto" se iba con ella los lunes hasta el jueves. Hay que
repartirse le dijo al padre y se instaló con la hija,
-La nena no puede estar sola. Menos en estos días que pasa cualquier cosa.-
Dejó el diario y tomó el libro.
•Tengo que serenarme. Tengo que salir de esto...pero adentro sonaba el vacío.-
-Ya estoy de vuelta. Demoré porque en el Supermercado había una cola que ni te cuento. Sarita,
¿estás ahí?-
-Sí, mamá, estudiando.-
-Ah, perdóname. Voy a guardar esto. Ya vengo.-
Ahí la vio.
-M'hija, ¿qué tiene? ¡Qué cara! Sara, habla, por Dios, ¿pasó algo?-
Entonces se le saltaron las lágrimas y corrió a refugiarse en el regazo de la madre.
-Mamá, ay, mamá.-
-Tu hermano. ¿Un accidente? ¿Tu padre? Sara, Decime...
-No, ellos, no. Ay, mamá. ¿Por qué, por qué?... Un compañero... lo agarraron los milicos...-
-Cálmate, vamos, ya pasa,  espera que te preparo un tilo.  Tal vez no sea tan grave.
Tranquilízate. Ya lo traigo. ¿Lo conocías mucho?-
Mientras la madre apuraba la cocina, repasó las caminatas juntos. Dos veces. ¿Lo conocía?
Quizás no. Pero todo fue tan especial...
-Aquí está el tilo, tómalo despacito, eh. Tenés  que acostumbrarte a estas cosas. Vos sos muy
sensible. Estos tiempos, querida, son difíciles. Ya está. Bueno, ¿mejor?-
-Sí, mamá, gracias.-
Acariciaba la cabeza de la hija y paseaba la mirada por las paredes de la habitación.
-Sara, ¿el cuadro que estaba colgado ahí?-
-El del Che, lo sacamos por los allanamientos, los milicos no entienden. Por las dudas, ¡qué
necesidad.-
-Tenés razón, es peligroso. ¿Estás mejor? Bueno, entonces voy a guardar las
 compras, con el susto dejé todo tirado.-
Le había prometido a Santia que si pasaba estaría a la altura. Era la hora de demostrar que para
algo servía. Volvió al refuerzo. Le supo a corcho. Lo terminó y levantó el libro en un supuesto
estudio. De la cocina llegaba Celia.
-Es  que estudias mucho, estás débil, por qué no dejás por hoy  y nos vamos al cine. Dan una película preciosa en el CENSA.-
-La verdad, no puedo y no tengo muchas ganas. Te importa ir sola.-
 -No, yo era para sacarte. ¿Querés que me quede y nos vamos juntas el viernes?
-No mamá, ya estoy bien, te lo prometo.-
-Te preparo algo para cenar.-
-No  recién  me comí un refuerzo. Me voy a la cama.  El  tilo  me dopó. Tengo sueño. Un beso. Hasta mañana.-
En el cuarto se aflojó.
- Tengo q u e  s al i r  d e  es t o.
El reloj completó todas sus vueltas ante los ojos de la  muchacha
que no se cerraron en toda la noche.
Al  otro  día se impuso cumplir con las rutinas. Fue a clase, por  suerte  quedaba
poco para que terminaran. Tomó apuntes» Sacó libros de biblioteca. Pero el cuchillo seguía en su pecho Cuando se iba algo la molestó.
Esa cara...es la del otro día… no, ya me entró la sicosis. Tengo que controlarme.
En el apartamento encontró a la madre lista.
-¿Estás segura? Todavía puedo quedarme.-
-No,  mamá,  v a m o s  q u e  I o  v a s    a  p e r d e r .-
En el trayecto a la agencia, el tipo otra vez.
Demasiada casualidad. Tengo que serenarme, me están investigando.
Santia dijo "total normalidad", No he hecho nada, así que  tranquila.
-Vamos, el coche está allá. A ver, mostrame el boleto,, Tenés el asiento .17.-
Dio el bolso al guarda, besó a la madre y se quedó haciendo adiós hasta, que el ómnibus se perdió. Como siempre. Desanduvo el cami­no.  Llegó  al apartamento y cuando iba  subiendo  las  escaleras sintió el escalofrío previo a las fatalidades.
La llave, dónde tengo la llave. El corazón golpeaba. Ah, sí, aquí. La puso en la cerradura pero fue inútil, pues la puerta se abrió con el empujón.
En ese momento cayó al vacío, oía, veía pero como un actor ve y siente los sufrimientos del personaje.
No era ella, no. Ella no veía sus cosas desparramadas por el suelo, los libros jugando a la pasarela de hojas.
La foto de Santia y ella en el suelo con el vidrio roto. Se inclinó para recogerla.
Entonces los vio salir del cuarto. Eran dos. ¡Dios mío!
 -¿Sara Urquiza?-
 -Sí.-
.-Documentos.-
Pálida, vacía, buscó en la cartera y alargó la cédula.
 -    Bien-
(Sara actúa normalmente. Si, supuestamente, no sabés nada y te dan vuelta la casa, ¿te quedarías quieta? No, ¿Entonces?)
-¿Qué pasa aquí? ¿Quiénes son ustedes? ¿Cómo justifican el allanamiento de mi casa?-
-Te conviene callarte y no hacerte la gallita ...-
- ¿Conoces a Federico Martínez?-
Volvió a escuchar su voz del último día.
"Sara no me conocés, nunca me viste, simplemente no existo para vos"
-No,.- 
-¿Segura? A ver mirá esta foto capaz que te refresca la memoria-
 •-No, nunca lo vi.-
. Ah no, eh, y esto qué es.-
Sacó otra foto, Federico y ella paseando abrazados, por Dieciocho de Julio, aquella  tarde.
-¿Qué es esto?
-Me lo vas a decir vos, tu amorcito tiene un lindo prontuario.-
-Yo no he hecho nada.-
-Eso lo decidimos nosotros-
A  los  empujones la hicieron bajar las  escaleras;  abrieron  la
puerta de la chanchita y la tiraron dentro.
Tenía miedo, mucho miedo,, se acurrucó en el suelo,, Ellos subieron
tranquilos.
-Che, ¿qué hizo?-
-No sé bien, parece que andaba con el tipo de la foto. A él lo tienen en el cuartel de Mercedes.
- Está buena y si nos damos una fiestita antes de entregarla.-
— Espera que es Urquiza. Creo que es pariente de uno de arriba, uno de los jefazos. No vayas a meter la pata-
 El montoncito tirado atrás, suspiró bajo.
 -Ay, Dios mió.-


CAPITULO XIX


Parada, de piernas abiertas,  en un  patio,  vaya a saber dónde, Sara sintió frío. Ese que viene de adentro y va sumando temores, incertidumbres, ausencias hasta que llega a la piel y la eriza.
Tiempo y lugar se habían escapado de sus manos. Era sólo un minúsculo punto gravitando en el
espacio de una capucha.
Nunca estuvo tan escondida y nunca más expuesta.
El aire le llegaba por el entramado de la tela, escaso en cada soplo de pulmón.
-Debe ser de noche. Siento frío y humedad. Al aire libre qué ironía. ¿La hora? Vamos a ver, a las
cuatro dejé a mamá en el ómnibus. Media hora para regresar, en casa otro tanto, ah, la
camioneta, la entrada. Me ficharon, la foto, después la camioneta de nuevo.
Intentó concentrarse en el cálculo pero las piernas acalambradas se negaban a sostenerla. Aguzó
el oído para ver si captaba algo que delatara otra presencia. Nada.
-(Es evidente. Me dejaron sola. (Otra de sus técnicas supongo.)
Se descansó en una pierna y vino el culatazo del rifle.
-De piernas abiertas
. Había alguien. Probó.
-¿Puedo ir al baño? Es urgente. ¡Por favor!-
-Soñá que es gratis. Si te movés te fajo.-
Quedó quieta dando vueltas en su claustro particular y de nuevo, el silencio. Poco a poco el
cansancio la esterilizó. Ya no dolía, ya no pesaba, estaba cansada, muy cansada.
Un líquido tibio que invadía su intimidad, mojó la bombacha e hizo un laguito en el suelo, la
sacó del vacío.
Una sensación de culpa no ganada la derrotó.
Arriba de todo la humillación.
Si me viera mamá. “Las princesas no se hacen pichí”. Creo que
acabo de conocer al viejo de la bolsa y la bruja y todos los diablos juntos.
 ¡Qué hago! ¡Cómo salgo de esto!
                                                 CAPÍTULO XX
Puso el tarro de leche en el escalón de mármol y ya supo que algo pasaba. El escalofrío le
 recorrió en ida y vuelta toda la columna.
Abrió el zaguán y prácticamente dio de bruces con Celia que venía llorando.
-Por fin llegaste. Revolvieron todo. Sara no aparece. ¡Ay, Dios mío! Me avisó la portera, estaba
 todo abierto. Llamo y el teléfono no contesta. Santiago quiero a mi hija. Dios sabe adonde la
tienen y qué le están haciendo. La culpa es mía por venirme. Sabía que algo no funcionaba,
estaba tan triste. Me dijo que no pasaba nada pero yo algo intuía y estúpida de mi, igual me
vine. Fueron dos milicos. Ay, ¿Por qué no me habré quedado?-
-Por favor, Celia, por favor, tranquilizate, ¿qué pasó? Decime.-
La mujer deshecha se prendió al abrazo y desde allí desató un llanto suavecito y hondo. El
esposo acarició la cabeza, el frío le ganaba junto con la desesperación. Cuando iban a desbordar
llegó Estela de la cocina con una taza de tilo.
-Santiago, gracias a Dios! Celia, tranquilizate. Ves, ya llegó. Toma este tecito. Estoy segura que
está bien. Mañana la tenés aquí. ¿Estás mejor? Santiago vení.-.
El hombre se sentó amparado en la calma de la hermana; se dejó llevar en busca de la
explicación  que había esperado desde que llegó.
-¿Qué pasó?-
-La llamó la portera del apartamento. Una vecina encontró todo revuelto y la puerta abierta.
Sara no aparece. En el quiosco dicen que la llevaron en un coche de la policía chanchitas como le dicen los muchachos. Seguramente eran tiras...-
Estela seguía hablando, el hermano sentado de piernas abiertas apoyaba la cabeza en las manos y
los codos en las piernas.
-¿Por qué crecieron? Yó pensé en Santia, pero en ti no... ¿qué hago ahora, cómo te saco?-
-Yo creo que tendrías que hablar con Héctor, él tiene influencias. Claro que vos te llevas
como el diablo con él ¿No te hablas desde la última trifulca? Solamente vos discutís de política
con un cerrado, encima milico, aunque sea nuestro hermano. Si querés te acompaño.
No, mejor mamá, a ése la que lo maneja es mamá. Ándate con ella a Montevideo. El te la saca en un momento. Ah y mordete el maldito orgullo, que es tu hija, eh. ¡Ojo con lo que decís!
 ¿Querés que te prepare un tilo?-
-No, gracias Estela. Me baño y me voy. ¿Me haces un favor, te quedás con Celia?-
-Si por supuesto, no te preocupes.-
Salió del baño, las gotas de sudor prendidas en la frente y en la mano el pañuelo con colonia.
-Bueno, me voy.-
-Santiago...-
-No te preocupés, Celia, todo se va a arreglar. Gracias Estela.-
-Que te vaya bien.-
-Gracias-
La voz se perdió en el corredor y se encerró tras el zaguán. Ellas quedaron en silencio y él sintió que el niño le brotaba del alma. De su mano llegó al cuarto de la madre, la encontró sentada en el sillón rezando el rosario.
 -¿Vos por aquí? ¿Qué pasó?-
Santiago sabia que su madre era fuerte no era mujer de vueltas. La había visto enterrar al padre,
al hermano. Cuando éste murió, fue ella la que acomodó mordiendo un Ave María aquella cosa exprimida que un día fue su orgullo. No, no era mujer de vueltas.
-A Sarita la llevaron los milicos. Si vos podes acompañarme voy a hablar con Héctor a ver si
 puede hacer algo.-
-Ay, mi Dios y la Virgen Santísima. Sarita... Esto ya no tiene nombre. Pero por qué...-
-Llamé a jefatura.  Primero no sabían nada Cuando di mi nombre me dijeron que está incomunicada en un cuartel, no sé más. Mamá... tengo miedo.-
-Vamos, m'hijo, todo se va a arreglar. Esperá, me cambio y te acompaño.
-SL Mientras, voy a echar nafta. Enseguida vuelvo.
-Bueno. Ay, Dios!-
Se levanto con esfuerzo. Cambió el batón por el traje de chaqueta, acomodó el pañuelo de seda
al cuello sujetándolo con la plaqueta de diamantes.
Sarita me regaló este pañuelo  cuando yo me quejaba de estos colgajos.
"-Mira, Mama, que te lo compré gris-perla, como a vos te gusta".
-Pobrecita, quién sabe lo que estará pasando. Revisó las cosas de la cartera, pañuelo, abanico,
 documentos, monedero. El ruido de la puerta la llamó.
-Ya estoy pronta, vamos.-
Santiago la ayudó a bajar los escalones, a subir al auto y allí quedaron dos silencios fijos
marchando tras una misma imagen.
                                                          CAPÍTULO XXI
El ascensor los dejó en el pasillo.
-Aquí, mamá, la puerta de la derecha.-
Sonó el timbre, se escuchó un taconeo, un "Ya va", mientras atisbaba por la mirilla.
-Doña Ángela, usted por aquí, ¡qué sorpresa! Santiago, ¿Cómo estás? Qué alegría se va a
 llevar Héctor. Ni se lo sueña. Pasen, pasen.-
La puerta se abrió por completo.
-¿Qué tal, Adela?-
-¿Cómo estás, cuñada?-
-Pasen, tomen asiento. ¡Héctor, Héctor! a qué no adivinas quienes están aquí... No me siente.
Debe andar por el escritorio. ¡Tiene tanto trabajo! Lo llamo y les preparo un tecito.-
-No te molestes, Adela. Es solo un momento.-
-Pero no, esperen, ya vengo.-
-Adela... se llevaron a Sara.-
-Ah.....-la sonrisa se congeló- Héctor vení, por favor.-
Los tacos se alejaron por el pasillo, madre e hijo quedaron sentados con su preocupación. El
living rebosaba pulcritud y buen gusto. Cada cuadro, cada adorno ocupaba el lugar  adecuado pero
olía a casa muerta.
Los tacos volvieron trayendo a una Adela que no estaba preparada para esta situación.
-Pero qué cosa... qué cosa.- repetía y se le acababan las palabras.
La cara de la abuela se encendió. Olía que algo no funcionaba en la tardanza del primogénito.
Sacó el abanico.
-Ah, estos calores, cuando se me irán.-
Los ojos celestes recorrían inquietos las cosas. Santiago callaba.
-Adela, ¿la nena?-
-En la Academia. La pobre no se lleva bien con las matemáticas, necesita clases particulares.
Sarita, en cambio, es una lumbrera... qué cosa…, pero qué cosa...
No sé qué hace aquel, que demora tanto, después hablan de las mujeres.-
La puerta se abrió.
-Héctor, al fin, cómo te hiciste rogar, querido.-
Alto, engominado en cuerpo y alma, el militar entró oliendo feo. Aquí se cocía un caldo gordo y
 no era de su agrado.
-Buenas, mamá.-
Besó a la madre y extendió la mano al hermano.
-Santiago. Bien, ¿qué pasa? Me dijo Adela que Sara está presa.-
-Si, se la llevaron del apartamento. Vengo a ver si podes sacarla.-
-¡Yo! ¿Cómo? Ahora te volvieron los cariños... Podías haber vigilado mejor a tus nenes, sus
compañías.  Pero no, vos el arribista, el de la educación, ¿cómo fue que dijiste? educación de
personas.  Mira lo que sacaste con tus inclinaciones a la izquierda. Claro, ahora es muy fácil
que el tío dé la cara...-
Santiago le miró desde el fondo de su pena como a un extraño, un extraño, milico, hijo de puta.
-No hay caso, sos más milico que todos. No te importa nada.
Pensás que Sara... mira yo conozco a mi hija... No me explico cómo podes dormir cargando con
lo que le están haciendo a la juventud, a este país: cárcel, muerte. ¡Dios! Vamos mamá, nos


equivocamos, tu hijito no puede hacer nada... intentaremos por otro lado. Mientras aquí pierdo el tiempo quién sabe cómo está Sara!-
Una corriente helada de rabia y dolor veló los ojos celestes.
-¡A callar! ¡No quiero discusiones, quiero a mi nieta!-
La fuerza de la voz venía de tiempos viejos, de penitencias y zapatilla en mano. Quedaron
quietos esperando la nueva orden.
-Santiago, al auto, ni una palabra más, despedite de Adela y me esperás allá.-
- Héctor, me sacás a Sara. ¿Me escuchaste? Yo sé que podés, no soy boba. La muchacha no ha hecho nada. Si no vas vos, voy yo, me planto en la puerta y que me saquen. Ah, pero antes voy a gritar a los cuatro vientos que soy tu madre, ¿me entendiste?-
Cuando llegó Adela con su té en el servicio de porcelana inglesa, Santiago se iba al auto y detrás
de la puerta se escuchaba sólo la voz de la abuela.
-Santiago... ¿y el té? ¿te vas?-
-Sí, chau, Adela, gracias y perdóname, ¿eh?-
-¿Y Héctor?-
 Se fue y la mujer cruzó la puerta con la sonrisa compuesta.
-Bueno, doña Angela, aquí tiene su tecito.-
Puso la bandeja de plata sobre la mesita. La abuela tomó la taza ausente por completo. No
 parecía la misma persona que un momento atrás se había impuesto a dos hombres.
-Héctor fue a hablar por teléfono al escritorio.-
-¿Solucionaron?
-Si, creo que si. Vamos a ver qué dicen.
Los pasos fuertes revelaron que el hombre había perdido al niño en el trayecto.
-Bien, mamá, ya arreglé. La sacan pero con la condición de que se vaya del país. Yo me
 comprometí. Vos elegís.-
-Está bien. Héctor te has puesto a pensar...-
-Mamá. Se acabó. Sé lo que hago, ya soy bastante grandecito.-
-Bueno, entonces podemos sacarla.-
-Con esa condición. En diez días fuera.-
-Adiós, dejale un beso a Susana. Chau, Adela, gracias por el té.-
-Adiós mamá.-
-Adiós, hijo.-
El hombre cerró la puerta. Derecha, la mujer quedó sola en el pasillo.
¡-Oh, Dios mío!, ¿no son ya bastante las pruebas que me pones?
Detrás otro era el eco.
-La puta que la parió, gurisa de mierda, mancharme así el apellido.


CAPITULO XXI
Del cansancio pasó a la angustia y de la angustia otra vez al cansancio, siempre asfixiándose
dentro de los dos, en la capucha.
El estómago sonaba hueco y ya había perdido la cuenta de las veces que humedeció la
bombacha.
De esta no salgo. Este encierro es eterno. ¿Puede haber algo peor?
-¿Sara Urquíza?-
Sí, hay algo peor y ahora empieza.
-¿Sara Urquiza?-
Quiso responder pero no pudo, asintió con la cabeza.
-Preparate.-
Dos manos impersonales tiraron la capucha y mientras aspiraba todo el aire que pudo encontró
la cara de un miliquito bueno.
-Sígame, por favor.-
Quiso caminar pero la combinación de miedo y calambre es obstinada y la dejó en el plantón. Se
esforzó, todavía sentía el culatazo de la noche anterior, no había por que renovarlo.
El soldado liberó las manos.
-Tal vez si prueba con un masaje.-
-Si.-
Primero trató de activar las manos friccionando una con otra, pero tampoco respondían .
Luego las piernas. El músculo estaba resentido. Si hubiera estado en casa no camina. Pero aquí
la situación la obligaba.
-¿Y? ¿Mejor?-
-Algo.-
-Puede caminar.-
-Creo que si.-
-Bueno entonces acompáñeme, por favor.-
Lo siguió, sintiendo los tirones en las piernas, la bombacha mojada, el estómago vacío y mucho
frío.-
Los corredores limpios y helados-se abrían a sus pasos. Por fin entraron en una puerta y dio de
narices con su tío.
Serio, hermético, fumando sentado. Al verla se levantó.
-Tío Héctor, por fin, ¿qué pasa? ¿es por la foto? yo...-
La agarró del brazo y se la llevó por los mismos corredores más helados que antes. Las
preguntas que Sara soltaba entre dientes, morían en los zócalos. Pasada la puerta, la muchacha se
detuvo a respirar libertad.
-Vamos.- el tío seguía duro como la vereda. Por fin vio el auto del padre. De la ventanilla
asomaba el rostro de Mama, su moño, sus ojos.
Sara se largó a correr a abrazarlos, a llenarse de familia.
Héctor Urquiza llegó unos segundos después del abrazo.
-Aquí la tienen, cumplan su parte. Di mi palabra. Adiós, mamá.-
-Adiós, hijo. Gracias.-
Héctor Urquiza subía a su coche en el momento en que Sara pedía.
-Llévenme a casa, por favor.-


CAPITULO XXII
En el centro de la ciudad, donde había más gente, estaba el apartamento. El mejor escondite, uno
vive a dos pasos del otro sin conocerse. Muchos pisos, cuatro paredes y esa asfixia de cárcel
cerrando el cuello.
-Che, quédate un poco quieto. Estás de aquí para allá. La cosa no está tan mal Aviva esa cara.-
-Perdóname, estoy preocupado, hay una pieza que no encaja.-
-¿Querés un amargo?-
-Bueno.-
-¿Esa "pieza" tiene relación con nosotros o es asunto personal?-
-Personal-
-Ah.-
Era Sara, cuando regresó, lo primero que hizo fue llamarla. Por suerte no habían terminado las
clases. Nada. Era extraño. ¿Habría salido? Intentó de nuevo tres o cuatro veces. Nada. Probaré
en casa. Nada. Esto me huele mal, muy mal.
Empezó a caminar rumbo a ninguna parte, aquí no hay espacio, te das con la nariz en la pared
de la primera.
-¿Estás calentando el mate a mano?-
-No, ando distraído, nomas. Tomá.-
-Che vos seguís preocupado. Ahora no hay nada previsto ¿por qué no te das una vuelta, a ver si
 arreglás el asunto?-
-Tenés razón. Gracias viejo-
-Seguí las normas.-
-Por supuesto. Llevo tu pantalón.-
-Está bien. Cuídate-
-Sí.-
Sobre la cama quedó el "insacable" vaquero y el espejo reflejó un joven pulcro de pantalón con
rayas bien planchadas.
-Bueno, me voy.-
-Suerte, ojo, que andan bravos.-
-Sí, tranquilo.-                                  
Ya en la calle, rumbo a la parada corrió para alcanzar el ómnibus. Estaba casi vacío. Cómo se
nota que recién sale. Se sentó en la ventanilla y se puso a repasar todo buscando un error.
Cuando quiso acordar...
Mirá si todavía me paso de mi propia casa.
-Permiso.-
En el pasillo, esperando detrás de otros, que se detuviera el coche, los vio. Eran inconfundibles. Sí, algo pasó y feo. Conozco esas guardias.
-Perdón, ¿Baja?.- lo empujaron.
-No me equivoqué, bajo en la siguiente. Pase usted. El gusano empezó a morder.-
No, Sara, no, por favor. Tengo que calmarme, tengo que pensar.
Descendió y esperó otro ómnibus para regresar. Llamó, dos timbre largos, uno corto.
-¿Quién es?-
-Eusebio.
Le abrieron. Subió al ascensor. Encontró la puerta abierta y al flaco esperándolo.
-¿Y la "pieza"?-
-Te dije que algo no andaba. Montaron guardia en casa.-
-Esto se pone feo. Mejor nos mudamos. ¿La cosa vendrá por vos o hay otro metido que pueda
saltar?-
-No sé. Todavía tenés el contacto en jefatura. Me podrás averiguar...-
-Si, pero como están las cosas mejor no des nombres. Vamos a escurrirnos ya, por las dudas.
Me llevo el material Vos espera a Claudia y se esfuman de acuerdo a lo planeado. Nos
encontramos allá y te averiguo lo que quieras.-
-Si-
El gusano se hartaba de él, pero cumplía las órdenes.
A la media hora llegó Claudia, pintada, con lentes y peluca.
-Hola, ¿hoy no hay mate? Vengo con un hambre...-
-Nos tenemos que ir. Cambíate.-
-Voy a sacarme estas porquerías. ¿Vos estás pronto? Después me contás qué pasó. En un
minuto estoy pronta.-
Santia sacó el revólver del abuelo, los apuntes de Facultad, algo de ropa, lo demás quedaba.
Echó un vistazo final. Normalmente le dolía dejar sus cosas pero hoy no le importaba, el gusano
lo estaba vaciando.
-Estoy lista. Bajo a dejar la llave en el 303 y nos vamos.-
-Yo, qué hago con la mía.-
-No te preocupes, dejando una y una excusa ya está bien.-
En eso sonó el timbre.
-Quién.-
-¡Abran!-
-Ya están, esfúmate. Yo los entretengo.-
-Pero no.-
-Dale que no hay tiempo.-
Claudia descendía por un ascensor y el teniente y Suárez subían por el otro.
Era una simple investigación de rutina, un hilo suelto para templar al nuevo. Era un
recomendado, había que despabilarlo pero con cortesía. Fueron sólo cuatro. Dos quedaron en la
entrada vigilando por si acaso.
El timbre azuzó al gusano a dar otra mordida.
-Ya va. ¿Quién es?-
-Abrí. Investigación.-
-¿Qué pasa, capitán?-
-Teniente, y la boquita cerrada, eh. Documentos. Suárez, revisa a ver si encentras algo.-
-Sí, mi teniente.-
Suárez se perdió en el cuarto de Claudia, revolvió el del flaco y cuando llegó al de Santia.
-¡Aquí hay algo, un arma!-
Santia tembló, pero si había revisado...
En eso apareció con el revólver de Tata.
Santia sonrió y el teniente desahogó su frustración.
-Eso no es nada, solo una porquería. ¡Despabilate!-
-Entonces, no sé, no veo nada...-
-Me da la espina de que éste anda “perdidito”, mejor lo llevamos a interrogar... a mí no me
engañan-.


-Bueno, aquí hay unos papeles.-
-Esos son apuntes.¿ Es que ya no se puede estudiar?
-Callate te dije. Llévalo. Yo echo la última ojeadita y bajo.-
Suárez agarró al muchacho por el brazo y se perdió en el pasillo.
Una vez solo, el teniente sacó al cuervo y sobrevoló el apartamento buscando algo valioso.
-Mierda, estos estudiantes pobretones.-
Suárez a solas con el muchacho sacó al hombre.
"La verdad que esto no me gusta nada, si no fuera por el sueldo. Hay que tener alma de milico pero yo soy carpintero... Sí, tengo que pensar en aquella, dentro de dos meses, el bebé. Pobre muchacho, por qué no lo dejarán tranquilo si no había nada..."
Santia pensaba planes imposibles, peligrosos, en segundos. Una salida por la puerta de atrás. La
Ley  fuga, mejor me quedo en el molde. La llegada al ascensor los sacó de sus pensamientos.
-Ya viene. Vamos. No te preocupes todo saldrá bien si no estás metido.- aseguró el carpintero.
La puerta se abrió ante Suárez dejándolo indefenso. Claudia con una mini diminuta lo miraba
con aire inocente.
-¡Ay! ¡Qué susto.! Me aterrorizan las armas. ¡Ay, que me desmayo.!
La muchacha empezó a resbalarse y Suárez que hacía dos meses guardaba abstinencia.
"-Quién se anima con esa panza, el médico dijo hasta los seis meses."-
Se afanó en sostenerla. Dejó el arma en el piso.
-Yo la ayudo, espere señorita.-
En ese instante Santiago se largó por la escalera. Cuando el milico gritó:
 -¡Alto! -ya no estaba ni su sombra.
-La muchacha que se caía, el ascensor abierto... el otro corriendo, se me escapó.-
-¡Imbécil! Vaya a buscarlo. Yo tenía una corazonada...-
La puerta, la calle, oscuridad. Las piernas como locas, el gusano mordiendo el estómago, la
muerte atrás.
Unos tiros, pasos, corridas.
Claudia temblando, se esfumó en un taxi.
Después silencio.