-Son los viejos años de andar ligero. Prendidos en árboles verdes,
escalar parvas de maíz, años de infancia y campo.
-No los toques. Son los guardianes de los recuerdos. Allí pastan
libres, crecen.
Lejos.
-No puedo alcanzarlos. Santia, Mama, mis padres, yo, caminamos en
ellos.
-Aquí estoy sola. Fija y en movimiento, como la bailarina de la cajita
de música. No puedo volver, no me dejan. No puedo hablar, porque las palabras
de hoy, no sirven.
Sólo puedo enseñarte estas fotos. Blanco y negro de un crecer, nada
más.
-En ésta... estamos mi hermano y yo. Fue uno de aquellos domingos de
campo, aunque tuvo algo especial. Un buen aguacero y Coca caliente del
almacén. -Cuando nos levantamos de la siesta, oscuros nubarrones mojaban en
seco el cielo...
En enero, el verano ensayaba su fuerza y la
tierra mendigaba clemencia.
Abría
bocas, quebrada en la sequía. A la izquierda, el campo mostraba el corle a rape
de la trilla. La paja caída hormigueaba senderos a ninguna parte. A la derecha,
la tierra marrón en la falta de agua, deshacía terrones mordiendo las semillas.
-La puta, me apuré. Si no llueve, pierdo la cosecha.-
Santiago Urquiza había pasado noches en vela
sobre el tractor para arrancar dos cosechas al campo.
Los pagarés se
sumaban y el sueño, en zancos demasiado altos.
- Celia, dame el pajilla y un vaso de agua.
El ceño frunciendo las cejas espesas hundía los
ojos color miel en la puerta del rancho. Siesta y tormenta, silencio y calor.
Hasta el techo del galpón se apaga para hacerse un hueco en el gris del cielo.
«Capitán»
duerme bajo les transparentes. De tanto en tanto espanta las moscas con la
cola.
- Esto está caliente. ¿La sacaste del pozo?-
- Si Señor. Qué querés, acá no hay heladera. La saqué del pozo, sí.-
Celia, la
señora Urquiza, aborrece el campo; su soledad, sus incomodidades y todo lo que
alambra.
-Una se casa
enamorada, con los ojos cerrados, pero pronto te los abren. No quiero que a
Sarita le pase lo mismo.-
La hija, había
cumplido los seis años y acompañaba a su hermano en lo que la invitara: fútbol,
guerrillas, o expediciones a la cañada. El campo era su mundo y le corría por
la sangre
-Sarita. Vamos a bordar. ¡Sos una niña!-
-Voy. Ya
voy.-
Y tirada boca
arriba investigaba el vuelo de los panaderos. ¿A quién le llevarían su pan?
Tenía los ojos
felizmente cerrados de infancia y de verdad.
La siesta
encarcelaba a los niños, inmunes al calor, a los aires y los desaires del
campo; en constante cuchicheo.
-¿Papá se
levantó?-
-¿Será la
hora?
- No sé, pero creo que se levantó alunado.-
-Sh, Sh.
Hacete el dormido-
Capitán sorprendido por la flor blanca que le
cayó en el hocico, abre los ojos. El cuerpo estira la pereza. Se levanta
quedándose quieto, pero al fin deja el fresco de los transparentes y va rumbo
al jardín. La cola sigue lenta el impulso.
Las paredes huelen calor. El techo se
quema en la tormenta. El resplandor asolea el campo.
Desde afuera el rancho tiene su
señorío. Sus paredes son de ladrillo, revocadas y pintadas, el techo de chapas
de zinc rojo.
Los ranchos linderos son de adobe y
paja brava. Pero ésta es la casona de los Urquiza.
Celia pese a que agradecía la
diferencia igual anotaba reproches.
-Lo
único que faltaba... que me trajeras a un ranchito de barro. Yo siempre viví en
casas como la gente, con luz y agua.-
-No te quejes, seguro que hoy
estarías más fresca en uno de esos ranchitos como decís vos que en casa.-
-Santiago! por favor, ya es
bastante!-
Celia cierra los ojos al campo, al
calor, a la vida,...
-¡Niños! Pueden levantarse.
-Dale, abombada, que zafamos.
¡Vamos!
Los ojos de Celia tardan en acostumbrarse
al resplandor. Al fin recoge el vaso que el marido dejó en el pozo y se mete
dentro.
Vuelve con la cara mojada y las
zapatillas en chancletas.
Santia y Sarita salen como un
torbellino sin sentir el calor ni el resplandor.
Capitán los recibe con un revoleo de
cola un poco más animado.
- Niños. ¡Qué épocas! Después todo se pudre. Tengo que entrar la ropa, no
sea que al fin llueva y se moje.
La ropa, quieta, atada a la cuerda, es
gente incompleta, hombres sin piernas, mujeres sin torso.
-Más o menos como yo... Me falta
algo...-
Va descolgando de una en una, tironea
la mascarada dejándola en trapos dentro del cesto.
-Mami! Si llueve nos dejás bañarnos
en la lluvia?
-No sé...-
-Bueno...sí, ¡qué pesados están!
-Eh, doña! ¿Necesita algo del
almacén?
Juan arrastra la costumbre. El domingo
al boliche, llueva o truene, como el caballo arrastra el carro, cada uno por su
senda.
-No, gracias.
-Eh!...Juan! la voz de Santiago sorprendió a peón
y mujer.
-Tráete unas Cocas, querés. Llevá la
libreta, que lo apunten.
-¡Hurra! ¡Viva!
-Coca ¡qué rico!
-Sí, patrón ¿Tormentita de verano?
De fija en una hora el sol afuera.
-No seas pájaro de mal agüero que
falta el agua.
-A quien le cuenta.
-Adiós. -
-»Que
llueva, que llueva...
La
vieja está en la cueva...»
Santia aprovecha un descuido de su hermana, le
roba la zapatilla y la tira lejos.
Sarita queda en un solo pie como una cigüeña,
sobre la piedra caliente.
I .os rostros se asfixian de calor,
enrojecen... No llueve.
La lluvia amarrada al gris detiene el tiempo.
Santia se sube al tilo para buscar un aguacero.
El árbol retuerce sus ramas en escasas flores
azules pero no consigue el milagro.
-Sarita, no subas a los árboles. Sabés que
papá no quiere.
-Sí, mamá. Estoy aquí. ¿Me ves?-
-¿Se viene el agua?-
-»Qué llueva, qué llueva...»_
Lentamente, aún con pereza y poco entusiasmo,
la madre prende el motor. Acerca el latón de lavar la ropa a la única canilla
de la casa y deja que se llene.
El agua surge prepotente, cristalina y fresca.
Agua de pozo.
Se descalza y mete primero los pies.
-¡Qué agradable!-
Luego refresca la nuca, los brazos y la cara.
Unas gotas caen sobre la solera. No importa.
-Para lo que van a demorar en secarse.-
-Mami, ¿qué hacés?-
-Me refresco un poco, hijo, el calor me
mata. ¡Vení! ¡Vengan!-
Santia y Sara corren presurosos, no habrá
lluvia pero guerrilla de agua, seguro.
Capitán se escurre despacito, esas aventuras no
son suyas.
Celia se descuelga un balde de agua sobre la
cabeza. La canilla sigue su carga generosa. Los niños van a cada instante a
recargar baterías.
-Mamá! Santia tira muy fuerte! Es un bruto.-
-Santia! ¡Cuidado con tu hermana!-
Sarita se escuda en dalias, claveles pero el
agua siempre pasa, la empapa y hace un barro resbaloso y finito de poquita
vida.
-¿Qué hacen? -
Debajo del bigote se pinta una sonrisa mientras
se acerca a la mujer.
-¿Te refrescaste? Está bravo y no llueve.
¡Carajo! La tierra está que se parte de seca.-
- Viste cómo juegan... Niños! ... Ojalá nunca crecieran!
De pronto algo eriza el paisaje, el monte
sacude su modorra, los transparentes se inquietan y el tilo infla sus hojitas.
La tierra copia al cielo, jugando ser mar y vomita con trabajo una nube. El
cielo contesta con luces de bengala. Un olorcito a tierra mojada que viene del
Sur, refresca el campo.
-Se
viene.-
-¡Qué llueva, qué llueva…
-Sí, aún puede salvarse, ¡qué llueva. 'Vamos
agüita!
La vanguardia dibuja círculos cada vez más grandes y más juntos en la
tierra.
-¡Viva!
El aguacero los sorprende a los cuatro riendo
y victoreando.
-Patrón, el encargue.-
-Gracias, Juan. ¿Te mojaste?-
-Viene bien.-
-Ya lo creo. -
Agarra las Cocas, las destapa con el lomo de la cuchilla que siempre
está en el brocal del pozo.
-Servite, Juan, Celia, Santia...
De uno en uno reciben el refresco.
El calor lo
endulza y la efervescencia cosquillea en la nariz. Pero no importa es coca y no
hay cumpleaños-
E1 padre va
dentro y regresa con la cámara de fotos enfoca y un instante recuadra unos
niños dichosos en una eternidad de papel blanco y negro; con los calzones
pegados y la Coca a medio tomar.
CAPITULO
II
Esta debe ser del
mismo verano. Sí, soy yo también pero disfrazada
Era inventora de historias, de aquellas lindas, con príncipes y con
seguro de un final feliz.
Me iba bajo el ombú, junto a los transparentes
y pasaba tardes enteras.
Era un mundo
bajito como vuelo de gorrión. Y yo volaba... ¡Vaya si volaba! Tres o cuatro
polleras, una sobre la otra eran mis alas, el collar con piedras de un día, los
tacos de mamá, y...
La tierra
planchada con tanto cepilleo de la escoba de chilcas aguarda la historia.
Capitán duerme
su segunda siesta en la normalidad de una tarde más. Los transparentes cierran
el círculo dejando solo un trocito de cielo. Sara trepada en su árbol hilvana
un collar de flores. Está abstraída y cuando se abstrae silba. La chicharra
saluda a su nueva compañera.
El bolsito
cuelga de una de las ramas y a los pies, los zapatos invitan al paso...
La niña sigue
la tarea, humedece la punta del hilo para acertar mejor el centro. Una tras
otra, las flores van cayendo. Falta poco.
-Oh, mi
señora ¿quién la retiene hoy en la torre?-
-Llegás temprano. Aún no he terminado el
collar.-
-Para mi dama, las mil piedras de Oriente.-
-A veces hablás tan raro que no te entiendo. –
-Digo, mi niña, que le traeré todos los
collares que quiera.-
-Oh, no! Con éste está bien. Ya terminé.-
-De camino
me he cruzado con un carruaje.-
-¿Qué es
eso?-
-Un coche,
mi señora, con dos jóvenes y una dama.-
-¿Eran
gordas, tuertas y feas?-
-Sí, si
usted lo desea.-
-Eran mi
madrastra y las otras. Iban a palacio y me encerraron porque no quieren que el
príncipe me conozca.-
-Oh, mi
niña, yo la soltaré...-
La tierra
gozosa de las historia recibió a Sara. Capitán abrió un ojo y lo cerró
enseguida.
-Otra vez
empezamos con rarezas, voces extrañas, mejor sigo durmiendo.-
-Cómo voy
a ir al baile tan fea, con estos jardineros no me dejarán entrar -
-Mi
señora, pronto tendremos un lindo vestido. Sus hermanastras arderán de
envidia.-
La niña da
un giro, caen las polleras de Celia sobre los pantalones y la transforman en
una princesa. El collar resbala la planicie del pecho y los pies ocupan la
mitad de los zapatos.
Un nuevo
giro y una luz especial en los ojos de miel iluminan los transparentes.
-Hermosa!,
mi niña está realmente hermosa! El príncipe caerá rendido.-
-No tengo
coche. -
-¿Cómo
no? Aquí...-
La rueda del
tractor se infla, distiende, pinta maderas, cortinas color rosa, Sara está
feliz.
-¿Y el
cochero? -
-El
perro. Recuerde solo hasta las doce...-
-Capitán!
¡A palacio!-
E1 perro
salta con la cola entre las patas y la tierra se relame de gusto.
La rueda se
sacude ante los saltos de la niña. Llegamos tarde a palacio.
-Bella
dama ¿me concede este baile?-
Los ojos de
la niña sonríen, los labios rojo sangre callan.
Baila y
baila en un mundo redondito y feliz como vuelo de gorrión.
-Sarita! ¡El baño! Vení!-
Capitán
asustado con tanta vuelta, aletear de polleras, agradece el llamado de Celia.
Por un
instante todo se suspende y luego se rompe la pompa.
-Voy, mami, ya voy!-
Mira en
derredor buscando el bolso.
-Mi
señora, aún no son las doce.-
-Pero mi
mamá me llama. ¿Mañana vuelves?-
-Por
supuesto._
-Chau!-
-Sara! el
agua se enfría!-
Una a una
bajan las polleras, se aparean los tacos, se oscurece la tierra. Un brazo
borronea los labios y el otro junta los trapos en el bolsito de hule.
»Pensar que
le regaló un bolso para los mandados y vivimos en la mitad del campo. ¡Qué
ridículo!»-
Celia nunca
aguantó a Adela, su cuñada, Sara tampoco.
»Mami
¿puedo usarlo para jugar?-»
»Por
supuesto, para lo que quieras.»
El conejo del
centro ya había engordado de nuevo. Los trapos y los zapatos porfían por salir
y seguir de nuevo el baile.
¡Sara! ¡Por
favor!-
-Voy! ¡Ya
voy!-
Asustada se
inclina a controlar la humedad de la entrepierna.
« Mami se
enoja, no entiende que las princesas no van nunca a hacer pichí.»
Enla casa la
esperan: un baño en el latón esmaltado, el terrible jabón de coco, talco,
perfume, solera, sandalias y medias blancas.
La huella del
campo se disuelve en un nuevo disfraz. Es que por la tarde Celia quiere a su
hija como una niña de pueblo.
CAPITULO
III
-Esta, es la casa grande. La
primera que hubo en el campo de los Urquiza. Mamá la llamaba «montón de piedras
viejas, un tapera vulgar», pero Santia la adoraba. En ella pasaba las tardes de
vacaciones. Fue él quien quiso guardarla en la memoria de la familia. Tenía
cada cosa, con sus recuerdos
Ahí está solitaria y misteriosa... en un cuadrado de papel.
* * *
A unas siete
cuadras de la casa, el rancho grande de los Urquiza se moría de viejo. Primero
desfondó techos, templó Pamperos y desfloró vientos del Sur. La lucha le costó
bastantes galanuras y hoy solo quedan pocas paredes en pie, camino del montón.
Los árboles acostumbrados más al tiempo, con pocas ansias de eternidad,
perduran.
La higuera
endulza, cada otoño, higos. La acacia amarillea la primavera y la parra libre
al fin de tutelaje se derrama gustosa sobre el piso de ladrillo.
-Santia. Lo que
tu madre llama «piedras de porquería» fue la primera casa de los Urquiza.-
-Así se quedó, como su bendito campo, seco, sin dar para nada.
Ruinas nomás...-
-Celia, no empieces.-
Los ojos del niño se agrandaban bajo la luz del farol a mantilla, él
era un Urquiza, él era ese campo y esa casa.
-Sigue papá. Llegaron a Uruguay dos...-
-Sí. ¿Lo sabes, verdad?-
-Un poco, pero quiero saberlo todo.-
-Dos primos. Venían de los Países Vascos. Compraron el campo y con la
terquedad que los define empezaron la batalla. Primero fue el casco grande.
Luego de cada cosecha agregaban un trozo.- -Si tenían tanto, cómo quedó tan
poco.-
-Porque se casaron. Tuvieron hijos que se pelearon por la herencia y
dividieron el patrimonio.-
-Al Tata le tocó este campo, no?-
-Sí, él
quería el casco grande y como era el mayor...-
-Como uno
que yo sé. Que invirtió todo lo ahorrado en comprar a sus hermanos la tierra.
Para qué... me pregunto. Así estamos.-
Celia no
comprendía a su esposo, pero Santia, a pesar de su corta edad, sí lo entendía.
Ahora venía la
parte de la historia que más le gustaba.
-Estos son
otros tiempos, m 'hijo, pero la tierra es la misma. Hizo un pacto de por vida
con los Urquiza, mañana será tuya. Tendrás que quererla mucho para llevarla. -
-Sí, papá,
lo haré.-
Cada vez que
escuchaba la historia, seguía de memoria punto por punto y ratificaba la
promesa.
La primera vez
era pequeño pero igual la entendió y entendió también por qué quería tanto la
tapera.
Cada tarde sin
escuela se va con el arco cruzado a la espalda, sus revistas y su incansable
necesidad de aventuras.
En la mitad
del camino se le suman, el Llanero, Morgan, Tarzán y le cuentan hazañas. Son
sus amigos y le ayudan a llevar la infancia que a veces pesa y más ahora que
acaba.
-»Porque
esta tierra será tuya...».-
-A ver, Juan
llame a la peonada que hoy viene la trilladora. -
Pisando fuerte
en los ladrillos, cansados del paso fuerte de los Urquiza, ensayaba posturas.
Va y viene de un ángulo a otro. Falta algo, falta algo pero qué. .
Ha estudiado a
fondo el ir y venir del padre. El tono de la voz, la forma de mirar directa.
-Ya sé, el
cigarro.-
Siempre en la
mano que señala o en la boca que ordena, el cigarrillo, está presente.
-Por qué
no? Sí, ¿por qué? Si es un Urquiza...-
Fue fácil
agenciarse un par de hojillas Job.
-Santia,
hijo, traeme la tabaquera que dejé en el escritorio, querés?-
En el camino,
el libro perdió unas cuantas hojas, que quedaron quietecitas, , en el bolsillo
del niño.
Unos fósforos
de la cocina... un poco de barba de choclo del maizal.
-La punta
que esté sequita- Aconsejó el flaco Ramírez.
-¿Sabés
cómo armarlo?_
-Por
supuesto.
Claro. No le
dijo, las jornadas del mate de la tarde, en que los ojos se pegaban a las manos
del padre y las de Juan.-
Es que son
distintas formas. Será porque las del viejo son de dedos finos y las de Juan
curtidas y gruesas.-
-No sé.-
- Claro,
abombada, vos nunca Sabés nada. No sé por qué me molesto en
hablarte. -
Hoy en la tapera todo estaba listo y el
muchacho ponía en práctica lo aprendido.
Aquí y allá, la hojilla acuna la barba de
choclo, en lento pero seguro vaivén.
Cuando la ve mansita termina de enrollar. Moja
con la punta de la lengua el borde, pega.
-Listo, me quedó igualito que los de papá.-
Lo pone en la boca da unas pitadas sin humo, lo
pasea de un lado a otro. Prueba a hablar pero el cigarrillo va en picada al
suelo.
Vuelve a su mano lo coloca entre el índice y el mayor
refuerza la orden, impostando la voz.
-A ver esas vacas, Juan. -
Está feliz. Vaya si es un Urquiza auténtico.
Entrecierra los ojos, acerca el fósforo, aspira con la impaciencia de los doce
años. El humo lo asfixia. Tose, escupe.
Se fueron con la cola entre las patas las
órdenes, los golpecitos con el meñique, quedó solo un enorme silencio y asco,
mucho asco.
Un telón de plomo cerró su hombría. Empezó a
patear cuanto cascote había. Se le acabaron los espacios conocidos. Algo hizo
un huequito en su alma y ahí anidó.
Las cosas no son tan fáciles.
-“ ¿Será
que soy menos Urquiza que papá? A él no lo he visto toser. Debe ser esa podrida
barba de choclo. Eso, el Flaco me engañó, no es lo mismo.”-
Las revistas pasaron las hojas para el viento
del atardecer. Un remolino levantó tierra y se perfiló la sombra de José Urquiza.
El niño cabizbajo la intuyó. La tapera, su tapera lo rechazó como a un extraño
y una humedad de hielo recorrió los árboles.
Había algo distinto, todo estaba cambiado
estando igual. El miedo se destapó y salió corriendo, sin darse vuelta y sin
ninguno de sus compañeros, Tarzán, Morgan y los demás se quedaron en lo oscuro
de lo nuevo.
CAPITULO
IV
-Mirá quien apareció. Te presento al abuelito de la tapera.
-No, no era mi abuelo, pero
Santia lo llamaba así. Creo que en realidad era nuestro bisa o tatarabuelo. De
mi abuelo, Héctor, solo me queda hielo en los labios. Me quedaron fríos por
días enteros, aún hoy se congelan al recordarlo. Fue la primera muerte que
tuve. La vi en su frente fría y dura, en la sábana blanca que lo cubría. Entró
en mi infancia y borró todo, Pobre abuelo, se quedó en la nada.
-José, «el abuelito de la
tapera», era distinto. En las noches de verano sus historias se paseaban por
los sillones. Su porte dominaba la sala de la casa de Mama.
Alto, fuerte, la mano apoya el
bastón.
-Yo lo veía calentito en su casa. Sentado en su sillón, Santia porfiaba
que vivía en la antigua casa de los Urquiza, o sea en la Tapera. Por eso lo llamaba así.
-Ya me
llenó la casa de porquerías el mocoso-.
Mirá esos dibujos espantosos, puro tetas,
puro músculos, con leyendas.
¿A quién se le ocurre?
El viento desafiaba al viejo hojeando las
revistas que Santia abandonó.
Sus historias infladas de piratas, princesas,
plagadas de aventuras.
Las espía por el rabillo algo picado,
mientras sigue su responso.
-Compadre
el mocito. Bueno, con lo que lee...
Qué
tiempos son estos?Uno no entiende nada. Ni merece la pena tampoco.
Fumarse un cigarro de barba de choclo, toda una aventura.
Atorarse y encima alunarse. No te digo!, en fija que cuando me vio, corrió con
mamita. ¡Qué tiempos!
El bastón
hunde en el pasto el puchito de Santia, aquieta las revistas. Las historias
repetidas del viejo ahuyentan al viento. Lleva años en la misma. La Tapera se
amansa. La noche la hace casa de nuevo.
El bastón
dibuja a cada recuerdo su sitio.
El bastón...un
adorno para el porte de Don José, derechito en sus 76 fijos e interminables
años.
-Juana, ¿vendrás? ¿Me acompañas? Hay una
hermosa noche, tu sillón se hamaca junto al mío, como siempre.
Se sienta,
apoya las manos en el pomo del bastón, mira hacia arriba. Suspira. Solo.
-Tiempos eran los míos...Cuando yo era gurí, nos íbamos
haciendo solitos a fuerza de golpes.
Al Tata, de usted y cabeza
abajo. No se tomara como una falta de respeto. Yo le tenía miedo, era bravo don
Héctor Urquiza.
Tengo patente el día del rosillo. Clarito como si fuera
ayer.
Yo andaba embromando por los potreros con los baldes de
la ración. -El rosillo no se monta. Me lo deja quieto. Aún tiene sus mañas,
anda rebelde.
-Sí, tata.
Quedó solo en el potrero. La verdad, nos quedamos. Él no
se movió, yo no me moví. Frente a frente. Dejé caer los baldes y los brazos se
me estaquearon inútiles al costado del cuerpo.
No comió, me miraba. Juro que me miraba desafiante.
Era precioso, el lomo y la boca vírgenes de silla y freno.
Tanto orgullo en un animal.
¡La puta!
El campo se abre. Me invita a galopar. Sé que hay otros
pero aquel...
-Así que somos retobados. Le hablé, pero no quería
palabrerío. Debí haberme dado cuenta. Era una puja. ¡Qué pingo! Fue en el
potrero sur.
Por respeto, no le puse el cojinillo,...le acaricié el
cuello. Estaba solo. Estábamos frente a frente. El diablo me ganó el cuerpo. Lo
monté a pelo, limpito, prendido de las crines. ¡Qué sensación! Pero duró poco
el contento, yo era un crío, él era un hombre.
Relinchó, me dio el gusto de un galopito, se paró de
manos y yo a tierra.
¡Qué golpazo! La puta! todavía me duele.
Era un riesgo y la jodí, qué
vas a hacer. La cosa fue cuando quise levantarme.
La pierna
temblaba hueso y yo andaba sangre.
Hay que
joderse, me quebré!
Y en el
suelo, quieto para que no me doliera, pensaba en el Tata. Le había
desobedecido. Me esperaba una brava. Me demoré un rato tratando de esquivarla,
pero no había otra. Grité con rabia, con miedo y de dolor.
»Mamá, mamá!»-
En el fondo tenía la esperanza que viniera ella. Siempre un poquito lo
calmaba. Pero no había nada que hacer, aquel día no era el mío y ahí estaba él
volviendo al tambo. Recto, duro... Una mirada le bastó. No abrió la boca.
Tanteó el rebenque y...
Tuve un
momento de debilidad, lo confieso, probé:
-Tata,...
yo...
-¡Cállese!
Y
ahí nomás levantó el rebenque y sobre la quebradura castigó la
desobediencia.
El
rosillo quedó al costado, acompañando. Al fin y al cabo, era cosa de hombres...
Y
ahora este mocito me viene a desordenar el mundo con cigarrito de barba
de choclo, ¿no te digo?
El sillón hamacaba impertérrito la sombra del
abuelo que decidió no irse si Juana no lo acompañaba.
Se quedó en la casona pensando que un día su
alma atracaría en él, cansada de tanto santerío.
Juana no era de esas «comehostias», beatas de
cartón. No señor, era buena de verdad y un día lo perdonaría.
Y
ese día de su mano se iría al
silencio, la nada o lo que hubiera detrás.
Bajo el mismo cielo sin luna que trae al
abuelito sus esperas, Sara, sentada en el banquito, descifra las estrellas.
El perro lo acompaña, con imperceptibles
golpecitos del rabo, al fin de cuentas el tema no es suyo. El, lo único que
hace es llorar un poquito hacia arriba y no siempre.
Santia, tirando aún de la tarde, escarba la
tierra. Hubiera jurado, que en la tapera, había alguien, una sombra,... algo.
Todo se puso distinto era como si no fuera mío y el frío....
Los padres otra vez metidos en sus silencios
alejaban la noche.
Trifulca de nuevo, lo que faltaba.
-Santia, allí están los Reyes Magos, ¿no?
¿Las tres juntitas?-
-Son las
Tres Marías.-
-Pero si ayer me dijiste que eran las de los
Reyes...
- Uf! qué pesada, nena, los Reyes viven en las Tres Marías. -
-Todas aquellas estrellas forman la
constelación de Orión. Santia, explícale bien a tu hermana, que es chica pero
no boba.-
-¿Eso qué es?-
-Un grupo de estrellas.-
-Ahí-
-Los antiguos decían que Orión era un
gigante que se paseaba por el cielo.-
-¿Y no se cae?-
-No. No ves que son estrellas. Aquellas
forman el puñal. Allí y más arriba están las del
hombro.-
-¿Pero... que son las estrellas?
-Soles, son soles que brillan distinto al
nuestro, porque están más lejos. -
-No entiendo nada, porque Mama me dijo que
Tata se murió y se fue a vivir a una estrella.-
-Si lo dijo Mama...-
-Entonces son casas del cielo. -
-Allí están el niñito Jesús, la Virgen María, San José...-
-Así dice el catecismo._
-Ah, y nos iremos todos un día, como Tata.-
-SÍ-.
Santia empieza a molestarse. Demasiadas dudas
Ya tiene bastante con las propias.
-¿Qué?-
-Y no volvemos nunca, nunca...-
-No.-
-
Entonces no me muero. La muerte
no me gusta.-
-Callate, no hablés de esas cosas, querés. Sos muy chica.-
-
Capitán y yo nos quedamos ¿vos?-
-Sara no seas boba. Callate.-
-¿Por qué? Las estrellas son altas, frías y no valen nada.-
Lo que pasa es que sos muy chica y no entendéis,
ya entenderás.-
-Te
digo que no quiero.-
-¿Qué andan murmurando ustedes?-
-
Hablamos de las estrellas,
mamá. -
Es hora de dormir. A la cama._
Un poquito más, dale...-
Ya escucharon a mamá. A dormir. Venga, dele
un beso a su padre.- Sara se levanta despacio, guarda
el banco, va junto a su padre con un abrazo y un beso.
Hasta mañana, m’hija.-
Papi, vos también te quedás, porque yo te quiero mucho.-
Esa noche lloró sueños de casas blancas,
donde su abuelo se moría de frío.
CAPITULO
V
Cuatro
palabras limitaron siempre sus espacios: silencio, campo, palabra, ciudad.
-Mira, acá estoy bordando. Esta foto, debe haber sido
antes de irnos al pueblo. Claro, todavía no iba a la escuela. Bien de mamá...
medias blancas en el medio del campo... Sabes, nunca se acostumbró a vivir
allí.
* * *
Sara sonríe su
vacío de dientes a la cámara. La sentaron en el banco relampagueando blancos:
medias, solera, cintas.
Impecable
parece una niña en su fiesta de cumpleaños.
-Vamos
Sarita, incliná un poquito la cabeza. Sonreí. Las piernas, cruzá las piernas
como una señorita ¿A ver? ¡Estás preciosa! Uno, dos, tres...A ver el
pajarito... Ya está.-
-Esto me
pica, ¿me puedo cambiar?-
-No. Ya
estás bañada. Tenés que acostumbrarte a vestir como una
niña.-
-Tengo
calor y me pica.-
-Sara, ¡qué
impertinente estás! ¿Yo ando de jardineros? No! Bueno, yo también tengo calor y
me aguanto. Además es un vestido precioso. Tu prima casi no lo usó.-
- Porque
pica.-
-Qué manía
le has tomado, eh? Estás monísima.-
-Pero...-
-¡Basta!-
-Mamá
¿puedo jugar con Santia?-
-No, es la
hora de la labor.-
Celia levantó
la cámara, con cuidado la dejó en la caja y entró con su paciencia en la casa.
-¡Qué
cosita! Esta no puede negar que es una Urquiza.-
Volvió con el
costurero, la carpeta, Sara ya se había ido.
-Pero...¡no
te digo! ¡Sarita!-
-¡Voy!-
La voz llegaba
de fuera de su espacio.
-¿No
estarás en el monte?-
-No... Ya
voy!-
Llegó sofocada en medio de su propio
torbellino, ancló en el banco junto a su madre.
-Vamos a bordar. ¿A ver tus hilos, tu
carpeta? -
Una cajita de zapatos enseña un lienzo
estrujado y en una madeja de todos colores se entreveran los hilos.
-¿Mamá no te enseñó a colocarlos así en un cartón?-
-Sí-
-¿Y entonces?-
-Me olvidé. -
La madre empieza a ordenar de uno en uno, los
hilos, las agujas, estira el lienzo.
-Ahora sí. Enhebra la aguja con azul.-
-Sí, mamá. -
Sara humedece la punta del hilo y a la cuarta intentona, lo logra.
-Mamá...-
-¿Qué?-
-¿Me contás un cuento?_
-No sé. Mi princesita estuvo muy «picona» y desobediente hoy.
-Dale... por favorcito...
A Celia le encanta soñar historias junto a su
hija, así que como con hilos va bordando con palabras.
-Bueno... En un lejano, pero muy lejano país...-.
Las manos de la hija se aquietan en la falda,
la aguja cae al suelo sin haber llegado a destino. Ni una sola puntada.
Sara no se inmuta, anda muy lejos, viajando por
el país de los cuentos.
CAPITULO VI
-Sabes, Papá no hablaba y parecía que no sentía nuestra infancia, como
otros padres, pero la comunicaba de otra forma. -Estas, las tomó él sin que
nos diéramos cuenta. Guardó nuestros juegos para siempre. Santia va corriendo
rumbo a su tapera y yo estoy junto al ombú jugando a las panaderías. De
jardinero, llenita de barro.
* * *
Ese día hubo
dos amaneceres para los niños
Santia se
levantó temprano. Su madre lo encontró en la cocina, con el jopo hecho, vestido
y una rara decisión en los ojos.
-Buenos
días. -
-Buen día,
m’hijo. ¿Madrugamos? En un momento te preparo la leche.-
Sopló con
cuidado la nata de la leche recién hervida.
-¡Qué asco!-
Colocó el
colador sobre el tazón. Leche café y azúcar.
-Pronto. -
El muchacho
acercó el tazón, bebió de un sorbo y sacó una galleta de la bolsa del pan.
-Chau, mami.
Estoy en la tapera.-
-Pero
terminá la leche, comé un poco de galleta. ¿Ya está? Por Dios ¡Qué apuro!-
-Chau, un
beso._
Agarró el palo.
Tenía que hacerlo. Era un Urquiza, ¿no?
En la cocina la madre aprontaba despacio
el mate dulce.
-¿Qué le pasará a Santia? Está raro-
E1 problema era lo que vio en la tapera,
sumado al fracaso del cigarro.
-¿Era una sombra o un hombre?
¿Seguiría siendo su refugio o el lugar extraño que se pintó ayer?- Sentía frío en los huesos, pero no más preguntas.
Los teros le volaban raspando casi la
cabeza de ideas locas como su vuelo.
-Aquí estamos. -
Respiró
hondo y le entró todo el aire de la mañana. Aseguró el palo y cruzó el
alambrado. Ahí estaban las revistas humedecidas de rocío, el arco, las
flechas…Pero no se veía
nada más.
-Ya sé. La caja con mis cosas.-
Enderezó al escondite. Intacto. Nada
había cambiado desde ayer, sin embargo, todo era distinto. Buscó sin encontrarlo
el puchito, solo tierra removida. Subió al árbol y se quedó pensando un rato.
-Que lo vi, lo vi. Estoy seguro y no
era un caminante.
Parecía un viejo de bastón.
Imposible, pero juraría que es lo que vi.
¿No sería la sombra de un Urquiza?
Tengo que
preguntarle al Flaco si sabe alguna historia de aparecidos por aquí.
Sara, en cambio, se había levantado a
las diez. Humedecida aún de sueño, fue al encuentro de su madre.
-Hola, mami.-
-Buenas. A lavarse la cara. Y traeme
la peinilla para sujetar esos rulos.
La madre secó las manos en el delantal y
volvió a la olla de leche. Sirvió la tacita, untó una galleta con manteca, la
espolvoreó con azúcar y colocó todo sobre un mantelito de hule.
La niña llegó, se
sentó frente al desayuno. Comió el pan. El café con leche empezó a languidecer.
-Sarita, no empecemos. Vamos, de un
buche._
-No me gusta._
-No me hagas enojar-
-Está frío.-
-De un buche._
-Ya va.-
- ¡Vamos! -
Dejó el boniato a medio pelar y enjuagó las manos en la palangana.
Cuando las estaba secando en el delantal, Sara cerró los ojos y tragó la leche.
-¡Qué asco!-
-Que nunca te falte. Siempre la misma
historia. Vení que te peino.
-Mirá cómo tengo las manos. A la
miseria. -
La niña recién peinada contemplaba las
manos de la madre que se afanaban con una mitad de limón.
-Mami, ¿eso para qué es?-
-Para sacarme las manchas. ¡Qué vida
Dios mío!... Si yo hubiera sabido... No soy yo...la que...-
-Chau, me voy a jugar.-
Tomó el balde con la mitad del agua y se
fue rumbo al ombú.
-Hoy tenemos que hacer panes,
bizcochos y una torta de cumpleaños. -
Las manos completaban el contenido del
balde con tierra y pronto hubo un barro generoso al juego.
Sobre las raíces del ombú se depositaban
flautitas de pan negro, galletas...
-Un momento señora, ya la atiendo.
¿Qué desea?-
-Un kilo de pan.-
-Bien... ¿algo más?-
-Una torta de cumpleaños.-
-Ya la hago.-
Las manos diestras formaron los círculos
adornados con sombreritos de eucaliptos y espuma de jabón.
¿Cuánto es?
-Todo son cinco
reales.-
De un lado a otro completaba el diálogo.
-¡Sarita! Llámame a Santia. Tengo que
probarle la túnica.
-Voy, ya voy..._
Secó las
manos en los jardineros y corrió rumbo a la tapera.
A medio camino
entre la casa y la tapera, Santia vio que venía Sara comiendo
¿Y ésa que
quiere ahora?
-Dice mamá que
vayas a probarte la túnica-
- Santia, por qué no vamos un ratito a la cañada a jugar. -
_ No andate, ya
voy-
Con cuidado de
no dejar un poquito de valor, bajó del árbol, recogió el palo y echó la última
ojeada.
—Nos vemos esta tarde-
A la salida era
más fácil el desafío
- Tal vez es un asunto de horas-
Se encaminó a
la túnica de 6o como el delincuente frente al juez
-Mucho, y más en la medida que crecíamos y él
dejaba de tratarme como a una enana molesta.
-Santia, ¿otra vez a la tapera? Te vas a volver ermitaño. Solo, en ese
montón de piedras de porquería.
-Me voy.-
-Esperá,
quiero hablar contigo...de tu hermana... de la escuela.-
-Luego, ahora no puedo. Tengo que ir a buscar
las revistas antes que se haga de noche.-
-Pero... no te digo. Se fue y me dejó con la
palabra en la boca.
Anda más raro... Este es Urquiza, no hay duda, igualito
al padre.
¡Qué cruz llevo!-
Rumbo a la
tapera el muchacho marcaba estrategias.
-Antes de que
llegue la noche. Lo prometí. Volver y esperar a la hora de ayer.-
E1 atardecer
palidecía la decisión y echó mano de la honda.
-Por si acaso... Bueno. Aquí estamos.-
La orejeó en
el contorno; nada, la sombra de los paraísos tragaba el campo.
-Vamos.-
Cruzó el
alambrado y cada montón de cascotes guardaba su ruidito particular; la piel se
erizaba al escucharlo. Era demasiado. Derrumbaba la mayor fortaleza.
-Cumplí.-
Se agachó,
juntó las revistas, la honda y justito cuando tomaba el impulso... Ahí estaba.
Alto, orgulloso, un bigote blanco, apuntándolo con su bastón. ¡El viejito de
ayer!
Se quedó, no
por determinación sino porque no lograba mover un músculo.
-¿Usted quién es? Pero... si es el mocito del cigarro. ¿Qué hace en la
casa de los Urquiza?-
-Yo, yo...
-¿Le comieron la lengua los ratones o no
sabe hablar? Tanto alboroto y es una caquita parada. No te digo...-
E1 abuelo empezó a reírse y la fuerza se le iba
en la carcajada, quedó en voz; luego en nada.
El muchacho quieto no logró moverse ni hablar
durante eternos segundos. Cuando se dio cuenta estaba en casa frente a Celia.
-Se puede saber qué te pasa.-
-Nada mamá. Voy al
baño.-
-Santia Vení enseguida.-
-Esperá.-
-Tendré que hablar con el padre, está
creciendo muy rápido.
En la tapera el abuelito se arrepentía...
-Era sólo un crío.
¿Qué hubiera hecho yo en su lugar? Soy incorregible, por eso Juana no me
perdona.-
-Por favor. No me preguntes por Santiago. Para ti es una historia,
para mí es vida pasada, vivida y esperada. No quiero hablar de eso...
-Aquí está la foto de Mama con los nietos. En verano íbamos siempre....
Nosotros. . . . Mis primos,. . . ¡Qué tiempos aquellos!
Cae la tarde en verano y las casas se abren despacio del sopor al fresco:
las ventanas, las celosías y el zaguán. Un aire de todos los tiempos pasea sus
momentos y sus recuerdos por el pueblo.
Los Urquiza todas las noches cumplen el
mismo ritual. Sacan las sillas y sillones acordonando la vereda. El de hamaca
de mama, a la derecha.
-AY, qué día! Menos mal que ahora corre un
airecito. Mirá cómo tengo las piernas!_
El resto, frente al zaguán. Los nietos en los escalones de mármol o
Desparramados
en la calle entre la rayuela, la escondida o la mancha. Celia se llevaba muy
bien con su suegra y disfrutaba como nadie esos momentos de tregua. Sentada en
la silla contemplaba la gente que pasaba rumbo a la plaza.
-Aquí se
vive...-
-Claro,
como a vos no te gusta el campo.-
-Mamá, Mirá
Esteban, no nos deja jugar. -
-
¡Esteban!-
La voz de Mama
adelantó la de Estela. Debajo de su dulzura, de su eterno medio luto se
escondía una mujer fuerte.
Enviudó joven
y sacó adelante, tres varones y una mujer de todos los naufragios posibles de
infancia y adolescencia. Después ya eran grandecitos.
-Mirá la
muchacha de Sánchez. Le va calentando la espalda. No se va a escapar, no, la
lleva bien amarradita.-
-La pobre
es medio livianita. Cambia de novio como de camisón.-
-¡Qué lengua!-
-Es que
ahora no hay decencia. Yo me quedé sola con tu padre, que en paz descanse, la
noche que nos casamos. En cambio ahora, querida....-
De pronto el abanico
se agita con prisa para calmar la sangre que arrebata el cuello y el rostro.
-A mis años
sigo con esto, ¿hasta cuándo ?_
Los ojos se
encienden de vergüenza y recuerdos.
Dentro algo le sopla: « ¡Pero qué noche!» y el
abanico se acelera.
Sus nietos
organizan el asalto de mañana.
-Hay que
esperarlos en la esquina.-
-Santia, Mirá
que son muchos.-
-No seas
maricón, nos la deben, ¿no? Llamó a los López y nos organizamos. -
Las niñas
sentadas en los escalones hablan bajito frente a los mayores, de cosas que los
mayores no les cuentan.
-Te digo
que vi a mamá enjuagar las toallitas. El agua estaba roja.-
-¡Uf, qué asco!_
-Me dijo
Susana que todos los meses te enfermás.-
-¿Dolerá
mucho?-
-Seguro.-
-El otro
día escuché a Juan hablar a Santia de aparecidos... Me dio un miedo...-
-Sí, el de
casa...Que decía cosas de la tapera y cosas raras.-
-¿Sabés la
historia de la bruja embotellada?-
-No.-
-Es alta,
huesuda, tiene un solo diente, las greñas le caen hasta los pies..._
-¿Tiene
sombrero picudo como los cuentos?-
-No, es una
bruja de campo. -
-Ah, en
casa no andará...-
-No sé,
lleva un botellón para encerrar a los niños. Se mueve con el viento.-
Ester siempre
dominaba a Sara con esas historias. La fascinaban tanto como atemorizaban.
-A casa no
irá, estoy segura. -
-No sé...
como es invisible... Yo por las dudas llevo siempre la cruz. Si se la ponés
delante y te hacés el nombre del padre se va. Si no, la quedaste.-
-Sabés, no
te creo. ¿Te pensás que soy boba? Ni un poquito así, te creo.-
Las manos de
Sara buscan en el pecho la medalla que Celia guardó en el cofre para que no se
perdiera.
-Te
asustaste, te asustaste.-
-Ya te dije
que no.-
En lugar de la
medalla otra cosa salta, el corazón.
La calle, de a
poco, empieza a vaciar sillas y conversaciones. La niña espera lo peor: la hora
de acostarse. Sola. Sin cruz ni nada que se le parezca...
-Mama tiene
colgados cuadros de vírgenes en el dormitorio, ¿valdrán lo mismo? ¿Quién le
pregunta a la agrandada ésta?
-Celia,
Estela, ¿No es hora de acostar a los chicos?
-Sí, Mama.
Vamos niños ya escucharon...
-A la cama.
Un beso a la abuela.
De uno en uno
van desfilando sus buenas noches. Sara ruega despacio.
Que Santia
se acueste, que Santia se acueste...
Sarita, te
acompaño a desvestirte.
El camino se
hace eterno...»que se acueste»...
Santia,
hijo, ¿te acuestas?
El corazón se
para...
Termino
primero el ludo. Después voy. Todavía es temprano, que se acueste la chica.
Los escalones
se hacen eternos y la puerta del dormitorio, un puente desconocido. Al fin
llegan. El sopor del día se guarda en el cuarto.
¡Qué calor
hace aquí! Qué boba. Me olvidé de abrir las ventanas.
Las cortinas se corren y dan paso a una noche
estrellada. Celia abre las camas, dobla la colcha y cuando se vuelve, Sara ya
está acostada.
¡Qué rapidez!
Bueno un beso a mamá. Hasta mañana que sueñe con los angelitos de alas doradas
y velos de tul.
Hasta
mañana, mami.
-¿Hiciste pichi?
Sí, ¿te
quedás un ratito?
-No, la abuela me espera. Ya somos
grandes. Eh...Hasta mañana…
La voz se pierde en la escalera dejando a Sara sola frente a un cuarto
caliente, un cielo con mil estrellas en las dos ventanas y un airecito que
empieza a mover las cortinas.
-Ester dijo un viento frío... que se hacía invisible...
Primero se tapa con la sábana hasta la cabeza, después se sienta en la
cama. La cortina ya anda sola por el cuarto volando en escoba.
-En el nombre del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santito.
Se estira para prenderse del cuadro. Muy alto.
-Esos son pasos. Ya viene... ¡Mamááá!
Salta corriendo desesperada y tropieza con Santia.
-¿Qué bicho te picó? Vení, no seas abombada. ¿Qué pasa?
Sara quiere hablar pero no puede, se abraza al hermano.
-Bueno, no pasa nada, no seas chiquita, no pasa nada...
-La bruja... Ester... el botellón...
-Esa mongólica de nuevo con sus historias. Mañana me va a oir. Son
todas pavadas. Se aviva porque es más grande. Ya escuchaste a papá, no hay
brujas ni luces malas ni aparecidos.
La voz se apaga ¿No hay aparecidos? ¿Y en la tapera? ¿Qué pasa con la
sombra del viejito?
Más fuerte...
-Dormite. Ya estoy con vos.
-Mañana me contás la historia del viejito.
-Mañana, dormite. Eran inventos míos.
-Te
equivocas. Yo no hablé de «aquello». Esos tiempos me quitaron todo... Me
fijaron.
-Aquí
están las fotos, en este álbum. ¿Quieres que siga? No avanzaré un paso más de
su final. Entiéndeme. No puedo jugar con el vacío y la esperanza.
La casa de Mama....
A las ocho de
la mañana el patio huele a limpio; a la tierra húmeda de las macetas.
El toldo se
corre a la mitad, el balde descansa sobre el aljibe y las baldosas relucen.
Bueños
días. Permiso ¿Cómo anda doña Ángela?
Elcanasto
repleto de pan y bizcochos se abre paso del zaguán a la cocina.
-Buenas...
¿Calor, no?
Estamos en
época. ¿Cuánto dejo?-
-Lo de
siempre, tres de pan y dos docenas de bizcochos-.
-Comen los
nietos...-
-La prole es grande.
Hasta
mañana.-
-Hasta
mañana, doña. ¿Muñeca, me dejás pasar? Permisito...-
Con los ojos
pegaditos de sueño, llega Sara a la cocina.
-Buenas.-
-Que sueño
tiene esa niña. El viejito de los sueños puso mucha arenita -anoche.
Celia va rumbo
al primus a preparar la leche.
-Mama, ¿me
das un mate?-
-Está frío,
hace rato que terminé.-
-No
importa, uno solito.-
-Sara, deja
tranquila a tu abuela. Primero la leche.-
-Ya
escuchaste a mamá. Después te doy-.
Los ojos celestes relampaguean un guiño de complicidad mientras tantea
el termo y mueve la bombilla.
-Lista, riquísima.-
El estómago de Sara odia la leche y Sara odia
que la obliguen a tomarla, pero frente a MAMA NO HAY REMILGOS.
Cierra los ojos y la bebe de un sorbo. Cuando
los abre el mate espumea un agüita verde.
-Servite un bizcocho.-
Mama acerca la panera y Sara elige la
mantequilla con crema.
-Esto sí que es rico.-
-Ah, picarona.-
Pronto la cocina se transformó en un ir y venir
de tazas, de manitas a la bandeja con los bizcochos. Planes, recetas y
conciliábulos alternaban pacíficamente.
Luego los planes se fueron a la calle, las
recetas a limpiar las habitaciones y los conciliábulos a jugar al fondo.
-Parecen pirañitas. Los ponés y zas! en un
instante vacían todo.
Dios los conserve-.
Las manos grandes de uñas rentes y acanaladas
van en busca de la normalidad. Juntan tazas, quitan migas, doblan servilletas.
-Hoy va a hacer más calor que ayer. Ya estoy
sudando. Voy a abrir la puerta para que corra aire.-
Prolijamente acomoda los aros de la cortina
para cubrir la abertura del sol.
Santiago cabizbajo, sentado en el piso del
patio sostiene una revista sin abrir.
De refilón la abuela lo ve.
-Humm... Deben de ser cosas mías, pero huelo
que algo no marcha...
Lo pasa bien en la casa de Mama. Manda en la
pandilla, saborea los bizcochos y el pan fresco... Le encantan los pamentos de
la abuela cuando se lastima, pero hoy la cosa no marcha. Extraña la tapera,
quiere estar solo. Hoy papá se fue tempranito.
-Che, Santia, te juego a la Troya. Mamá me
compró bolitas nuevas.
-No tengo ganas. Después
Las manos quedan a mitad de camino entre el
fogón y la olla. Las seca con el delantal.
-Sabía, lo
sabía. Algo anda mal.-
-¡Santia, m’hijo!-
De pasada
toma la pantalla de la repisa.
-¿Qué Mama?-
-Esperá, ya voy.-
Han corrido el toldo. Se está más fresco que en
la cocina.
-Ay, Virgen Santísima, estas piernas!
¿Santiaguito?-
-Aquí estoy, Mama.-
-Venga, m’hijo.-
El trenzado de mimbre del sillón se corva
frente al peso y la pantalla oscila en la mano juntando aire.
El muchacho se acerca receloso, va repasando
qué pudo hacer. La Mama no llama por pavadas. Justo hoy. ¿Me habrá escuchado
con Esteban?
-Ayer hablé
con tu padre...
-Zafé, la cosa viene por otro lado.-
... del problema de Sara.
-¿Qué pasa
con Sara?
-Que
cumplió los seis y debe empezar el colegio.
-Ah... (Por
ahí van los tiros...)
-No puede
ir a tu escuela.-
-¿Por qué?
Yo puedo.
De eso se
trata, tú eres un hombre, vas a caballo, ella es una niña.
- ¿Y qué?-
-Santia, no pretenderás que vaya a caballo...-
(Los ojos
celestes se endurecen)
Bueno,
yo... No. Tenés razón... Querés decirme que hay que dejar el campo... pero yo
quiero el campo, quiero mi escuela, ahí tengo todos mis compañeros... yo...-
-Hijo. Si
la vida fuera todo lo que queremos sería muy fácil. Pero no es así y debes
prepararte. Además, un Urquiza siempre está en el campo, lo lleva dentro. Ese
es el secreto.-
-Sí, Mama.-
De nuevo esa sensación de vacío anidando
dentro. Tendría que sentirlo verde... si es un Urquiza...
-Ya te has hecho un hombrecito. Creo que ha
llegado la hora que te muestre algo. Ayúdame a levantar.-
El hombro del nieto bastonea las piernas de la
abuela. Son las diez de la mañana y ya tienen la misma anchura desde el tobillo
a la rodilla.
A paso lento
van al dormitorio.
EI cuarto de Mama era un santuario, solo los
iniciados entraban. Podía guardar desde un caramelo o si estábamos cerca de
cumpleaños un bombón, hasta el sermón que duraría una vida.
Las paredes
alternaban fotos de viejos, de niños, con
Crucifijos y
cuadros del Sagrado Corazón.
-Míralo. Si
es la pinta del tío Fermín.-
Los nietos hurgaban en los rostros descoloridos
manchados de humedad, buscaban parecidos. Nada, sólo estar cerca en la pared.
(-Creo
que la caja la puse en el estante de arriba-)
(Bien que podría ir en el petizo, bien
peinado, Graciela va muy contenta en el suyo)
El espejo de las puertas del ropero abre una imagen a dos tiempos: la
abuela con su batón de medio luto, el delantal prendido con una alfiler de la
pechera, los brazos de pulpas flojas caídas hacia abajo y el nieto, con su jopo
de gomina, la camisa de manga corta, el pantalón a la mitad de las piernas
musculosas. Las imágenes que duran un segundo y se van a otro rincón del
cuarto. La abuela saca con dificultad una caja de zapatos que mantiene en lo
alto como el cura el cáliz.
-Aquí ésta. Vení, sentate.-
-Sí.-
Envuelta en papel aparece una gorra de vasco.
Las manos gordas se vuelven palomas sobre la prenda, son niñas, sobre el paño
azul. Vuelan libres de tiempos y de muerte, como los recuerdos.
-Mama ¿esto qué es?-
- Una gorra. Era de tu abuelo.-
-Del Tata.-
-Sí, hijo. La guardé todo este tiempo para
ti, el mayor de los nietos.
-¿Él te pidió?-
-No, pero yo sé que la quería para ti.-
-¿Estás segura?-
-Es cosa de hombres, ¿no?-
-Gracias, La cuidaré, lo prometo.-
La calza en la cabeza, le queda grande, aún le
falta tiempo. Con la lengua cerrada al tropel de sentimientos mira a su abuela
y se empapa en su ternura, celeste cielo.
-Aún queda algo.-
Levanta un envoltorio oculto en un pañuelo de
seda blanco amarilleando edades.
-Esto también es tuyo.-
Un viejo revólver testigo de otras luchas se
desviste ante el asombro de Santia.
Va mucho allí y el niño lo sabe. Lo toma, lo pesa, lo mira, siente
presencias de un ayer y un mañana. Lo deja un instante más sobre el pañuelo.
Abraza a su abuela un rato largo. Los lentes se empañan y los ojos del muchacho
se aclaran.
-Gracias, Mama.-
-Cuídelo y cuídese es la lucha de su abuelo.
Años más tarde Santia reviviría este momento mágico y terminaría de
entender aquella luz que encendió el comienzo de su adolescencia.
-Mi
teniente, encontré un arma! Aquí tiene un arma!
El miliquito chorreaba adulonería frente al superior.
Eso no es
nada, imbécil. Es una porquería.
Lo tiró sobre
la mesa junto a los libros, apuntes y todo lo que se amontonaba sin sentido.
Ahí se quedó
quieto, mientras poco a poco se esfumaba para rehacerse en el corazón del
muchacho, de donde nadie podría sacarlo jamás.
¿-Quién te habló
del revólver del Tata? -Es cierto,
Mama se lo dio aquel verano. -Pero no dispares más hacia allá. Ya te dije, eso
no vive para mí, está demasiado quieto para despertarlo
-Aquí está. . . la foto del cumpleaños. Aquel día sí que
se la hicimos a la primita de la Capi.
En el año hay dos fechas que reúnen a
los Urquiza, el primero de año y el cumpleaños de Mama. La casona se llena de
olor a torta, a comida, las mujeres comulgan harina, pollo, lechón, limpieza y
ajetreo de la mañana a la noche.
Todos están deseando que llegue y a la
mitad del día todos desean que termine. Unos por solitarios y silenciosos,
otros por hastío de las distancias reales que los separan. Entre todos,
Mama...
-Mamá, ¿es cierto que mañana viene
el tío Héctor?-
-Sí.-
-Ufa.-
-¿Susana?-
-Sara ¿cómo no van a venir al cumpleaños de la abuela? Vamos, a
levantarse que hay muchas cosa que hacer.
La cocina recibe el desayuno con más alboroto que el habitual. Las
ollas chillan vapor sobre la Volcán, el fogón se eriza de montoncitos de harina
y el pañuelo de Mama va y viene al delantal desde temprano.
-¡Qué día, Virgen Santísima! Estela, hacé la lista del almacén, no te
olvides del queso y los huevos. No creo que alcancen los del campo. A propósito.
¿Dónde está la acelga que Santiago trajo ayer?-
- Ya la lavé, se está cocinando.-
Celia contesta mientras se asoma un instante al patio.
Ahí, sentadas en el suelo, con el
aljibe como respaldo, comen sus bizcochos las primas.
-Niñas, no dejen migas que está
limpio ¿No tienen sillas? Sarita, ¿qué hablamos?!
Y se vuelve al
mate que aprontaron con Estela.
-Ya salgo,
mami.-
-Quédate
que ya se metió de nuevo en la cocina.-
-¿Qué me
decías?-
-Que mañana
viene la estúpida de Susana.-
-No me la
nombres, cada día más boba.-
-¿Te
acordás el año pasado con el monopatín?-
-Pobrecita
la nena... como ella allá no puede... que disfrute, y dale y dale...
Ni una vez
lo prestó.-
-Pero este año la paga por tarada.-
-Sí.-
Vamos a
preparar las cosas.-
- Vamos.-
Decididas
atraviesan la cocina hacia el fondo.
-¿Sarita, dónde
vas?-
-A jugar al
galpón. ¿Puedo?-
Sí, pero no
te ensucies.-
-Vos pedís
peras al olmo, Celia. Dame el último.-
-Todavía
está rico.-
-Sí. Pero
tengo mucho que hacer y es una perdedera de tiempo
Santiaguito,
¿querés un mate antes que lo deje?-
-No, ¿Por
qué papá no me llevó?-
-Estabas
durmiendo.-
-No, estaba
despierto, se fue a las siete.-
-Hoy viene
temprano con el lechón, no valía la pena.-
-Pero, yo
quería ir y cortarle unas flores a Mama de las de casa.-
-Bueno,
hijo... no te preocupes, ya le compré un regalito.-
-No es lo
mismo.-
-Ay, Santiaguito
cómo estás, eh, ya sos grande para caprichos, llevá el pedido al almacén y que
lo traigan rápido que se precisa.-
La cocina
empieza sus parloteos habituales.
-¿Estela?-
-Aquí.-
-No te
había visto. ¿Cómo vendrá la que te dije, mañana?-
-Con su modelito del
London París y sus manitas de manteca.-
-Sos
incorregible, hasta ahora sé, que le vio Héctor.-
-Lo
enganchó con sus pituquerías, porque le lavas la cara y es una gallina
desplumada.-
-No me
hagas reír, loca.-
I a cara
encendida, la mano dale y dale a la pantalla, viene la abuela del cuarto.
-¿Qué hablan?-
-Nada,
pavadas.-
-¿Estela,
están prontos los sesos?-
-Sí, mamá.-
-Bueno, entonces voy haciendo el
relleno.-
-Yo te hago la masa. En el fogón,
ahí, en la tabla está la acelga machacada y acá tenés el queso.
-Me voy a hacer los cuartos y vengo
a ayudar.-
Pronto las mesas se cubren de montones
de masa.
-A ver, probá.
-Está riquísimo. No hay quién le de
ese gustito, no sé qué le echás.
Una capa de relleno y la otra masa.
-Cuidado que se rompe, así.
Alcánzame el palote de marcar.
-Toma, y también la rueda.
-Gracias, ¡qué calor!
-Y con el horno prendido...
-Celia está haciendo los
bizcochados.
Fuera del ajetreo, en el ambiente de
cada día, los nietos se entretienen en la vereda.
-Santia, te juego a las figuritas.
-¿Cambiaste?
-Sí, le cambié al gordo Álvarez.
Tiene un montón.
-Pero es un pesado. Bueno, vamos al
patio, si nos quedamos de fija se nos pega. ¿Daniel, venís?
El día se fue corriendo despacito entre
afanes y preparativos sin hacer el menor caso al reloj.
Se comió la tarde y luego la siesta
paralizó la casa. Las madres cansadas no toleraban cuchicheos y los niños terminaron
por cansarse y dormir. Santia, boca arriba pensaba en la Mama, en el viejito de
la tapera, el Tata y mil cosas más. Todo cambiaba muy aprisa. Otra casa, otra
escuela, tanto por resolver.
-Ay, mi Dios.
Cosa extraña, fue la Mama, quién rompió
el silencio. Los recuerdos alborotaban el sueño. Santia, al sentirla, saltó de
la cama.
Celia intentó un chistido, media
dormida, pero el muchacho ya bajaba los escalones. Siguió Sarita y la casa se
puso en movimiento.
La pantalla de Mama dialogaba en
armonía con la hamaca del sillón, iban y venían contando sus cosas. La abuela
hablaba sola hasta que llegó Santia. -Ya no estoy para estos trotes.
-Estás preciosa. No hay otra abuela
como vos.
Los ojos celestes chispotearon picardía
debajo del carey de los lentes.
-Preciosa, seguro, con estos
colgajos...
-La abuela más linda del mundo.
-Adulón!
-Completa el cumplido con un beso
dentro del apretado brazo que gana la sonrisa de la abuela.
-Ay, qué calor! Y
si nos comemos un heladito...
No te dije, no hay otra como vos. ¿Voy
a buscar?
Sí. Llevó la jarra de vidrio, la
grande. Decile a Panero que ponga crema, chocolate y tutti-frutti.
Esperó que te doy la plata.
Las manos gordas se esfuerzan por
entrar en el monedero y sacar el dinero.
Una, dos tres, ya está.
Ya vengo.
Cuidad, no corras.
Ester, Mama mandó a buscar helado.
¡Qué rico!
Hoy adiós a la leche, ¡Viva!
Sarita sentadita al fresco de la
baldosa saluda feliz el indulto inesperado. Estela y Celia van a preparar las
bandejas.
Mamá, ¿ponemos masitas para
acompañar?
Sí, las dulces.
Bueno, por suerte no hay que
preparar la leche, una cosa menos.
. Te falta mucho con la torta?
No,
cuando terminen de merendar la armo. Sola, estoy más tranquila.
Ya viene
Santiaguito, ¡Cuidado que se derrite!
Esperen, niños.
Miren, el que no esté en fila no toma.
Pronto reina
una disciplina digna del tío Héctor. Todos en fila reciben la ración; pero
pronto también las cucharitas se insubordinan en el vidrio, tintineando
suavecito en el vacío.
Está
riquísimo ¿nadie quiere más? ¿Seguros?
Todos los
vasos van a la jarra.
Ah. Estos
niños. ¿Ustedes? ¿Celia? ¿Estela?
No,
gracias.
Bueno,
tendré que comerme el resto antes que se derrita.
I a pantalla
renueva el diálogo interrumpido, las piernas estiran su hinchazón.
Me tiene
loca. Mirá cómo están. ¡Dios bendito!
Mamá,
quédate, ya queda poco. Celia y yo terminamos.
Si, doña, tome
el banquito.
Estela acomoda
las piernas en el banco sobre un almohadón.
Baslanle
hiciste, ahora quédate quietita. Mirá, llegó Santiago. Buenas. A ver muchachos
a descargar la camioneta; está el cajón de la verdura, el tarro de la leche,
¡ojo con los huevos!
Mama conseguí
un mamón, una manteca, ¡qué lechoncito! Voy a adobarlo no sea cosa que me
cierren la panadería.
Parece muy bueno. Cuidado el adobe; no te pases con el ají, el año
-Sí, mamá.
-Bueno, entonces voy haciendo el
relleno.
- Yo te hago la masa. En el fogón,
ahí, en la tabla está la acelga machacada y acá tenes el queso.
-Me voy a hacer los cuartos y vengo
a ayudar.
Pronto las mesas se cubren de montones
de masa.
-A ver, probá.
-Está riquísimo. No hay quién le de
ese gustito, no sé qué le echas.
Una capa de relleno y la otra masa.
-Cuidado que se rompe, así.
Alcánzame el palote de marcar.
-Toma, y también la rueda.
-Gracias, ¡qué calor!
-Y con el horno prendido...
-Celia está haciendo los bizcochuelos.
Fuera del ajetreo, en el ambiente de
cada día, los nietos se entretienen en la vereda.
-Santia, te juego a las figuritas.
-¿Cambiaste?
-Sí, le cambié al gordo Álvarez.
Tiene un montón.
-Pero es un pesado. Bueno, vamos al
patio, si nos quedamos de fija se nos pega. ¿Daniel, venís?
El día se fue corriendo despacito entre
afanes y preparativos sin hacer el menor caso al reloj.
Se comió la tarde y luego la siesta
paralizó la casa. Las madres cansadas no toleraban cuchicheos y los niños
terminaron por cansarse y dormir. Santia, boca arriba pensaba en la Mama, en el
viejito de la tapera, el Tata y mil cosas más. Todo cambiaba muy aprisa. Otra
casa, otra escuela, tanto por resolver.
-Ay,
mi Dios.-
Cosa extraña, fue la Mama, quién rompió
el silencio. Los recuerdos alborotaban el sueño. Santia, al sentirla, saltó de
la cama.
Celia intentó un chistido, media
dormida, pero el muchacho ya bajaba los escalones. Siguió Sarita y la casa se
puso en movimiento.
La pantalla de Mama dialogaba en
armonía con la hamaca del sillón, iban y venían contando sus cosas. La abuela
hablaba sola hasta que llegó Santia. ---
-Ya no estoy para estos trotes.-
-Estás preciosa. No hay otra abuela
como vos.
Los ojos celestes chispotearon picardía
debajo del carey de los lentes.
-Preciosa, seguro, con estos
colgajos...
-La abuela más linda del mundo.-
-¡Adulón!
-Completa el cumplido con un beso dentro del
apretado brazo que gana la sonrisa de la abuela.
-Ay, qué calor! Y si nos comemos un
heladito...-
-No te
dije, no hay otra como vos. ¿Voy a buscar?-
-Sí, llevá
la jarra de vidrio, la grande. Decile a Panero que ponga crema, chocolate y
tutti-frutti.
Esperá que
te doy la plata.-
Las manos
gordas se esfuerzan por entrar en el monedero y sacar el dinero.
-Una, dos,
tres, ya está.-
-Ya vengo.-
\
-Cuidado,
no corras-.
-Ester,
Mama maridó a buscar helado.-
¡Qué rico!
-Hoy adiós
a la leche, ¡Viva!-
Sara sentadita
al fresco de la baldosa saluda feliz el indulto inesperado.
-Mamá,
¿ponemos masitas para acompañar?-
-Sí, las
dulces.-
-Bueno, por
suerte no hay que preparar la leche, una cosa menos.-
-Te, falta
mucho con la torta?-
-No, cuando terminen de merendar la armo. Sola, estoy más tranquila.-
-Ya viene
Santiaguito, ¡Cuidado que se derrite!-
-Esperen,
niños. Miren, el que no esté enfila no toma.-
Pronto reina
una disciplina digna del tío Héctor. Todos en fila reciben la ración; pero
pronto también las cucharitas se insubordinan en el vidrio, tintineando suavecito
en el vacío.
-Esta
riquísimo ¿nadie quiere más? ¿Seguros?-
Todos los
vasos van a la jarra.
-Ah, estos
niños. ¿Ustedes? ¿Celia? ¿Estela-?
-No,
gracias.-
-Bueno,
tendré que comerme el resto antes que se derrita.-
La pantalla
renueva el diálogo interrumpido, las piernas estiran su hinchazón.
-Me tienen
loca. Mirá cómo están. ¡Dios bendito!-
-Mamá,
quédate, ya queda poco. Celia y yo terminamos.-
-Sí, doña,
tome el banquito.-
Estela acomoda
las piernas en el banco sobre un almohadón.
-Bastante
hiciste, ahora quédate quietita. Mirá, llegó Santiago.-
-Buenas. A
ver muchachos a descargar la camioneta; está el cajón de la verdura, el tarro
de la leche, ¡ojo con los huevos!-
Mamá conseguí un mamón, una manteca, ¡qué lechoncito! Voy
a adobarlo no sea cosa que me cierren la panadería.-
-Parece muy bueno. Cuidado el adobe; no te pases con el ají, el año
pasado...-
Las recomendaciones se pierden en la
cocina entreveradas con las palabras de Celia.
-Fui a ver una casa.-
-Sí-.
-Está relativamente cerca del
colegio y de la casa de tu madre.-
-Ah.-
-Es vieja, pero con unos arreglitos... además el alquiler es accesible.-
-Hum.-
-¡Por Dios! ¡No Sabés hablar! ¿Nos venimos o no? Porque si yo no me
muevo, vos no hacés nada y cuando queramos acordar empiezan las clases.-
-Celia, no empieces. Ahora no es el
momento. Dejame que estoy apurado. Ya hablaremos.
-“Ya hablaremos”. Siempre lo mismo.
Cómo si se pudiera hablar contigo.-
-Dejate de joder, querés.-
Sarita llega corriendo aún con la sonrisa del helado.
-Mami, dice Santia que si puede ir a dar una vuelta en bici.-
-No, ¿quién se la presta?-
-Es la de Ernesto-.
-No me gusta que jueguen con cosas prestadas-.
-Tenés cada pavadas. Decile que sí .Cortó Santiago
-Mami, ¿qué le digo?-
-Que no.-
-Que sí, que vaya, caramba, su padre le da permiso.-
El
lechón lustroso de aceite y pecoso de los condimentos espera en la bandeja.
-Voy a la panadería. Chau-.
-Chau.
-Es imposible.-
Por fin llegó el cumpleaños; cuando vino el
panadero, se encontró un improvisado coro homenajeando a la abuela
-Felí, felí.- repetía la pequeña Eugenia con su ombligo al
aire y su carga repleta debajo de la bombacha de goma.
-¿Estamos de cumpleaños?-
-La abuela-.
-Felicitaciones, doña Ángela.-
-Bah, otro año más vieja.-
-Si usted está cada día más joven.-
-Seguro... cumplidos a mi edad...-
En la cocina Santiago ensilla el amargo. Hoy no
fue a trabajar.
Los niños despachan
rápido el desayuno, ni siquiera Sarita protesta, y se dispersan en sus juegos.
Las mujeres a limpiar y preparar la casa. Madre e hijo en la cocina repiten
temas viejos.
-Es que me cuesta.-
-A quién no,
pero tienes que pensar en ellos.-
-Sí, ellos
son todo-.
-Por eso,
vamos hijo, que no es el fin del mundo-.
-¿Por qué
crecerán?-
-Porque
creciste tú, es la vida, pero no tu vida Santiago, no lo olvides, es suya.-
La mañana se
amansa y la abuela se esconde un ratito para sus recuerdos Habla y sonríe como
si tuviera veinte años y no setenta.
Santiago se
pierde en el altillo en busca de cosas pasadas cuando Estela alcanza a ver el
perfil de Héctor. Siempre pared entre los dos hermanos. Se apresura a saludar
desde el aljibe.
-Mamá, creo
que llegaron.-
-Cómo están
¿Auto nuevo? A vos no se te ven las pérdidas, hermanito.-
Secándose las
manos en el delantal saluda a los recién llegados.
La siguen
Santiago y la madre que suspirando vuelve a los setenta y cierra la puerta de
la habitación.
-Feliz cumpleaños, mamá.-
- ¿Cómo
andás, Santiago?-
-Gracias,
dichosos los ojos, Adela, querida, ¿cómo estás?-
Las
conversaciones cruzan trivialidades mientras cada uno levanta sus reservas.
-Bien, ¿y
vos? Coche nuevo... te felicito.-
-Es un 0 km lo traigo en ablande. Una oferta que salió para «nosotros».-
-Ustedes no
se pierden, ¿eh?-
-Santiago,
mirá tu sobrina... ¡cómo ha crecido!-
Un codazo de
Estela movió hasta las convicciones del hermano. Todos los ojos buscaron salida
en Susana que había quedado en el auto.
-Abrime,
mami.-
-Susanita
querida, ¡qué distraída!-
- Baje y
salude a su abuelita y tíos.-
Susana era la
única nieta que llamaba abuelita a Mama y esto siempre recorría la espina
vertebral de la anciana.
-Feliz cumpleaños,
abuelita.-
Estampó el
beso reglamentario, entregó el regalo, saludó a los tíos...
-¡Que monadita!.
Gracias, m’hijita. Una caja de jabones y
perfume «Avant la féte». !'Pero Adela, ¿por qué te molestaste?- Muchas gracias.
Pero no vamos a hacer tertulia en la vereda, ¿verdad? Pasen, pasen...
Los hijos y nueras se sientan en los sillones del patio a hablar sus cosas,
los niños se escondían detrás del aljibe y ella vuelve por un instante al
cuarto.
-La cuarta
caja, viejo. Estaré perfumadita hasta en el cajón. Esperame tranquilo. Iré
limpita.
Le hizo un
guiño al retrato que le sonrió sólo un instante. De vuelta en el patio recuperó
los cumplidos.
-¿Qué
cuentan, ché? Adela, ¿cómo anda tu gente?-
-Bien,
gracias, doña Ángela.-
Dejó caer con
dificultad el corpachón sobre su sillón y comenzó a abanicarse.
-Más vale
así.
Bajo la
vigilancia estricta de Estela, las conversaciones languidecían, sin tocar ni un
solo escollo.
-Es que
estos juntos, no respetan nada, ni siquiera el cumpleaños de la madre. Y ahora
que José María no está para qué sumar más dolores.... --- Tenés razón y perdóname en lo que te toca,
pero Urquiza tenían que ser.-
Las niñas con
más espontaneidad y menos diplomacia veían sus diferencias protegidas por el
aljibe.
Ester guiña el
ojo a Sara.
-Ché,
Susana, parecés una mosca dentro de la leche, entre tanta puntilla-.
-Sí, una
mosca preciosa nadando en la leche.-
-Boba,
estoy negra porque fuimos a la playa y no pelees porque cuento.-
-Porque
cuento... ay, la nenita, JA, JA.
-Sí pero
vos no tenés «reló» y eso que sos más grande.-
-¡¡Reloj!!
-Mirá.
-¡Un reloj!
Te compraron un reloj...
-¡Qué lujo!
-¿Vieron?
Las compinches
mudas dejaron disolver sus planes en la sorpresa.
-Mostrá-
-Prestármelo.-
Pero Susana
era una niña mal enseñada y bien aprendida, recordó la amenaza de mamá:
-Cuidadito
con prestárselo a tus primas. Son muy brutas, pobrecitas, ellas no tienen la
culpa.-
-No, mamá no
me deja.-y frunció
la boquita de colegio de monjas.
-Vamos al
fondo, no nos verá. Dale, un poquito aunque sea.-
-Es que me
mata.-
-No seas
mala.-
Ester insistía
y Sara chispeaba los ojos de miel.
-Dejala, no
ves que es una egoísta.-
Hubo un momento de duda, por un instante asomó una niña entre tanto
Embrollo, pero estaba muy sola y desapareció bajo el halo de las
monjas.
-No.-
-Pero...-
-Basta.
Ester vamos a jugar.-
-¿Puedo ir?-
-No.-
-Sí, Dejame-.
-No quiero
jugar con ella, es una mala-
Ester había
resucitado los planes, los sentía crecer segundo a segundo con urgencia
demoledora.
-Me la vas
a pagar todas juntas.-
-Vamos,
Sara, jugamos las tres. Dale.-
No, no
quiero.
-Vos elegís:
a las casitas, a los almacenes o a los desfiles.-
-No.-
-Mami voy a jugar con las chiquilínas. Jugamos a los
almacenes que me gusta.-
-Susanita,
ven. Dame el reloj que lo puedes romper.
´-Voy.-
La niña cumple
feliz el encargo, al final sólo sirvió para que Sara se enojara. todo lo
planeado al revés.
-Tomá.-
-Tomá no!,
se dice Toma, hable bien.-
-Pero Adela
es una niña.-
-Por eso,
doña Ángela. Siempre debe comportarse como una señorita.-
-Ay mi Dios. - la pantalla se apura y desahoga en aire las palabras mudas de la
abuela.
Estela la fiel
guardiana del orden familiar sale al paso.
-Un vinito blanco
casero.... Está riquísimo.-
Celia se
levanta como un resorte.
-Te ayudo.-
Y desparecen
tras la cortina de la cocina, que acalla los comentarios.
En el galpón
todo está pronto. Las muñecas esperan en los cochecitos con su eterna sonrisa de porcelana. Un balde dado
vuelta, es la graciosa mesa de un
jueguito de té. El botellón ofrece agua generoso y el bolsito de hule guarda
los tesoros de Sara.
-Yo hago de mamá.-suplica
Susana.-
-Yo no juego.- Sara entrompada abraza a Daniel, su muñeco.
-No seas
boba.-
Ester deshace
la cara en gestos pero la prima está demasiado
Enojada para
entender.
-Bueno, si no quiere. Dejala,
jugamos nosotras.-
-A los almacenes. Vos atendés, ahí
hay fideos, ladrillo rallado y aquellos yuyos hacen de verdura.-
-¡Qué lindo! ¿Y esta balanza?
-Para pesar.-
-¿Puedo?-
-Sí. Vos sos la almacenera, tarada,
es tuya.-
Uno, dos cascotes van a los platos de
la balanza vieja que se levanta y cae sin mirar como los ojos de las muñecas.
-Buenos días.-
-Buenas, señora, ¿qué desea?-
-Un kilo de azúcar y dos lechugas.-
Las manos de la futura señorita se
hunden con placer en la arena mugrienta, para llegar al kilo de azúcar. Pesa,
envuelve, se le cae la mitad, intenta imitar al almacenero, las dos orejitas de
papel, pero es peor.
-Así, inútil. -
Enseña impaciente Ester.
-Bueno, no sabía.
-Ahora
la lechuga.-
Las manos inocentes de campo y yugo,
criadas entre muros, no saben de ortigas. Con fuerza se prenden de esto, que es
fácil de envolver; queda envuelta y bien envuelta
-Ay,
me arde, me pica.
Buscando alivio la pasa por el vestido,
que queda listado de tierra, por la cara que se enrojece por el efecto
urticante.
-Mami, mamita, me arde. ¡Mamita!. -
Corre a la protección de Adela que al
primer grito saltó del sillón.
-Jódete por egoísta.-
En ese momento Sara sale de su enojo y
mira incrédula a la prima.
-Lo hiciste, nomás.-
-Lo tenía merecido, ¿no creés?-
Celia y Estela cruzan presurosas el
fondo. Ya están frente a las niñas.
-Ester, no te hagas la boba,
demasiado sé que se ortigó pero cómo, dice que fueron ustedes.
-Yo no sé pregúntale a Sara.-
Los ojos de miel se abren por un instante
a ese mundo contagiado de vicios de grandes.
-Pero Ester, vos...
Celia no deja terminar.
-Siempre la misma. Ves estas cosas
son lo que me hacen querer venirme. No parece una niña, se comporta como un
muchacho. Pero vas a escarmentar.-
La puerta de la cocina
enmarca dos figuras, una niña llorosa, cubierta de pomada con un bonito vestido
embarrado y una mujer expectante del cas- ligo que recibirán las insolentes.
-Con
lagrimitas no hacemos nada, una buena le daría yo.-
Ester plantea
su defensa hábilmente y Adela se muestra disconforme.
-Bueno, ya
pasó, después hablamos.-
Mama reordena
el mundo al fin de cuentas es suyo.
-Estela
vamos a servir la comida. ¡Niños a lavarse las manos!.-
Héctor aparece con un riñoncito del lechón
en la punta del tenedor para Adela.
-No te
digo. Si tiene coronita, no hace nada y la tratan como reina.-
-Callate
que te va a oir-
-Vamos,
escucharon a la abuela, a lavarse, niños.-
Pero en Sara
quedó resonando el «ya hablaremos».
-¿ Me creerá mamá? ¿Por qué hizo esto Ester?
¿Qué dijo mamá...?
Se le hizo un
nudito en el alma.
Si estuviera
el amigo de los transparentes, mágico y bueno. Pero aquí no quiere venir
-Bueno. Esta es la última.
Nuestra primera casa en el pueblo. Ella guarda mis años de escuela, las
travesuras, el liceo de Santia. Los miedos y los despertares. Nunca la quisimos
del todo. Era distinta, pero mucho nuestro quedó allí.
* * *
Entró por fin marzo. Trajo tardes cortas.
Veredas y patios repletos de hojas. Aroma de dulce de la cocina, tardes de
escuela y deberes.
Cuando
llegaron Celia cumplió su sueño, Santiago su silencio más solitario.
Enormemente alta, de frente descascarado,
ventanas con celosías y un zaguán verde, la casa se abrió a la familia.
-Uf qué vieja.-
-Mirá tiene
una tranca inmensa.-
-No toquen
que está todo sucio.-
-¿Esto qué
es?-
Las voces empiezan
a resonar de cuarto en cuarto. Se abren y se esconden del corredor.
-Sé, que
parece fea, pero con unos arreglitos, un poco de pintura...
Será otra.
Vas a ver.-
-¿Cuánto?-
-No, por eso te traje, es un alquiler
accesible...-
-Santia, Mirá tiene fondo con árboles y
¡uvas!-
-Sara no comas que están calientes y sin
lavar.-
-El fondo es grande, para que jueguen los
niños... aquí unos canteritos
Con flores... Sarita! ¡No comas uvas!-
-No, mamá.-
Las manitos están estrujando el esqueleto de un
racimo.
-Está cerca de la escuela, como te dije.-
-Nos faltan muebles.-
-Eso es lo de menos. Ya conseguiré. Tu
hermano me ofreció.-
-De ese no quiero nada.-
-Siempre el mismo,
así estamos por tu maldito orgullo.
-Celia.-
Bien, no
discutamos, Graciela también tiene unos que no usa. Me los prestaría.-
-Mamá, ¿por
qué el agua es tan fea?-
-Porque es
agua corriente, viene del río y hay que desinfectarla.-
-La del
campo es riquísima.-
Esa es de
pozo, y sale de una sola canilla, aquí tienes canillas en la cocina, en el
baño, en todos los lados. Es un sueño.-
-No me
gusta.-
-Santia, no seas impertinente. Andá a ver qué hace tu hermana y no interrumpas a las
conversaciones de mayores.-
-¿Puedo irme a lo de Mama?-
-Si, pero
llévate a Sara.
-¡ Sara!...
Chau, salgo por el garaje.-
-Bueno ¿y...?
¿...alquilamos?-
-No sé.-
-Esta es la
única de acuerdo a nuestras posibilidades. Sarita tiene que empezar la escuela
y yo a caballo no la mando.-
-Bueno, está
bien.-
Esta tarde me doy una vuelta por la Escribanía-
La venida al
pueblo cambió el carácter de la madre. El desgano se transformó en actividad.
Se la oía cantar, sonreía más a menudo y la casa iba acompañando la
metamorfosis.
Un poco aquí,
un mucho allá, fue cobrando el aire familiar.
Cuando Celia dio
el último pedaleo, la SINGER respiró aliviada.
-Terminé. Por
fin terminé. Estiró las colchas sobre las camas.
-Cambian o no? Claro que cambian, la casa está más vestida.-
Abrió el
ropero, eligió la solera rosa, las sandalias de taco...
-Ah, ahora un buen baño. Sin baldes, con ducha, parece un sueño.-
Antes de
encerrarse llamó a los niños.
-Santia sácame
el sillón a la vereda.-
- ¿Como, no
vamos a lo de Mama?-
-Hoy, no.
querido, estoy muerta.-
-Pero, aquí
me aburro.-
-Anda a buscar a tu hermana mientras me baño, querés.-
Vertió el
alcohol, abrió la canilla, encendió y al instante una lluvia tibia la acariciaba.
Pensó en Santiago.
-Tengo que reconocer que pese a todo lo
extraño, pero bueno, todo un se puede.-
Dejó caminar un poquito su fantasía pero la trajeron de vuelta las
voces de los
niños.
-Una niña
no juega a la bolita.-
-¿Por qué?-
-Porque no.-
-¡Niños! No peleen. Ya salgo. ¿Me sacaste el sillón?-
En la vereda señoreaba el aire y las
vecinas.
-Calor, ¿no?-
-Buenas. Ahora está más fresco.-
Las tres figuritas se perdían en el
frente descascarado. Demasiado alto.
-Bueno, ¿les gustaron las colchas?-
-Sí. Pero la casa es fría. No me
gusta.-
-¿Cómo fría? Estás loco. Todavía
hace calor. Querrás decir fresca. Mejor, las casa frescas en verano, son
calientes en invierno, ¿sabías?-
-No, mamá, la siento extraña, fría. La casa de
Mama por ejemplo, es alta pero es calentita.-
-No empieces con tus pavadas que
asustás a tu hermana.-
-Es una casa usada. Los rincones
guardan cosas extrañas.-
Los ojos de Sara empezaron a
desmesurarse en la caza de fantasmas que no había visto.
-Santia...-
-Es cierto, mami, yo también escuché
que los muebles y los pisos chillan.-
-Lo conseguiste. Estás contento
ahora. No, Sara, esos ruidos son normales en la madera.-
-Bueno, mami, es que me da un
poquito de miedo. Si tuviéramos a Capitán, el fondo es grande.-
-Ni soñar, no quiero perros en casa.
Los perros al campo.-
-Los cuartos son tan altos...-
- Yo extraño a papá.
-Basta, todos lo extrañamos pero no
había otra solución, quejarse no soluciona nada.-
¿Qué le vamos a hacer?
-Tenés razón, mamá, perdóname.-
-¿Qué estará haciendo papi?-
-A esta hora tomando mate con Juan.
Mañana ya viene.-
-En el patio bajo las estrellas, con
Capitán al lado...-
-Acá hay menos estrellas.-
-No,
tarada, vemos menos cielo nada más.-
-No
le hables así a tu hermana-
-¡Mirá
una estrella fugaz!-
-¡Rápido,
los deseos!-
Volaron rápido hacia el cielo pero no
encontraron su estrella viajera y se perdieron en el vacío, tiritando entre
tanto misterio.
En el campo las cosas iban distintas,
ni deseos, ni estrellas, ni urgencia, todo igual al pulso de la naturaleza.
Sentados uno frente al otro, patrón y
peón compartían soledades.
-Se extrañan los gurises, eh, patrón.-
Y la
bombilla suena en el mate acompañando la palabra.
-Ya lo creo. Pero
la niña tenía que estudiar. ¿Otro?-
-El último.-
-Sí, ya se
acaba el agua.-
-Quién la ve
a la Sarita en la escuela. Dispierta sí que eh’
Una luh,
pero medio orejana pa’ que le pongan freno.-
-Ya se
acostumbrará. Bueno, vamos a comer que después tengo que hacer unos numeritos.-
-¿Cómo fue
el rinde?-
-Normal,
podía haber ido mejor.-
-Cosas del
campo...-
-Y si...-
En la cocina,
la luz blanca del farol a mantilla alumbra una mesa demasiado grande sin los
niños. Sobre el primus, la cazuela entibia el guiso del mediodía. A falta de
mujer...
Capitán se
acerca moviéndola cola.
-Juera
perro! ¡raje de acá!-
EI animal
achata el lomo, esconde la cola y se va a los transparentes buscando al amigo
mágico de Sara.
Parece que con
él se fueron las palabras porque ninguna
Se cruzó por
la cocina.
-¿ Un poco
más?-
-No. Patrón,
graciah’.-
-¿Otro
vasito de vino?-
-Eso no se
disprecia, graciah’.-
Y se acabó.
Saborearon el vino y sus penas solos, uno frente al otro.
-Ta mañana,
patrón.-
-Buenas
noches, Juan.-
Levantó los
platos, los dejó en el latón para mañana.
Levantó el farol.
En el patio, la noche golpeó oscuridades y estrellas.
Enojado orinó
sobre las dalias de Celia.
Dejó el farol
en el escritorio. Frente a la pila de boletas.
-La putísima
madre que lo parió al hijo de puta del tiempo.-
Por qué crecieron tan rápido?
-Espera queda otra, me equivoqué.
-La del primer día de escuela.
-Nunca olvidaré aquel día. Santia tampoco. La túnica por
los talones y con un dobladillo inmenso. Mamá pensaba que llegaría hasta
tercero pero la pobre se agotó en segundo entre lavados, agua Jane y almidón.
Santia estrenaba el portafolio. Mira como lo pone para que se vea; siempre fue igual. Y el
jopo, no te pierdas
* * *
-Vamos, arriba. Hoy empiezas la
escuela.-
La niña abrió los ojos para
acostumbrarse.
Sobre la silla, la túnica almidonada,
sobre la túnica la moña azul y todo eso sobre la niña anudándole el estómago
con nuevos amaneceres.
-Apúrate.
Vamos.-
La madre era un remolino. De aquí para
allá, en mil cosas distintas.
Compre esto, repase lo otro, prepare
meriendas, limpie la casa.
-No se termina. Santia los mandados.-
El reloj a cada hora movía su estacada
de torero, encerrándola.
-No llego.-
-Santia, la leche.-
Los aires removían la casona por una
causa u otra.
La leche supo peor que de costumbre. Lo
que no podía suceder, sucedió, y vomitó todo el desayuno hasta la última
gotita.
-Justo lo que faltaba. Mirá cómo te
has hecho. ¡Qué manía tenés con la leche! Ya no sos una nenita. Tendrías que
ayudar a tu madre.-
-Fue sin querer, perdóname. ¿Puedo
ir a lo de mama?-
-Sí, mejor, andate, que no te vea.
Más ropa que lavar, así no hay quién pueda. Santia, ¿trajiste las cosas?-
Lo que en la madre era agitación en los
niños era silencio, pero andaban igual de revueltos.
Santia pensaba en su escuela, en sus
compañeros y Sara tenía francamente miedo ante tanta cosa nueva.
Santia se fue al
último árbol del fondo, lejos de los nervios, se subió como en la tapera y se
quedó pensando. Tenía puesta la gorra del Tata que le seguía quedando grande.
Sarita buscó el abrigo de Mama, que sola en el
patio hamacaba sus recuerdos.
-Pero miren quién anda por
aquí.-
-Buenos
días. Mama.-
-¿Y cómo
vamos en nuestro primer día de escuela?-
-Bien.-
Hacía mucho
que la abuela deletreaba los «bien» de sus nietos
Descifrando
mensajes ocultos.
-Me alegro.
A ver ayúdame. Vamos a mi cuarto.-
-Sí, Mama.-
Pensó qué le hablaría, qué le explicaría. Esta
idea la desorientó.
¿Le daría algo del Tata como a Santia?
La cajita de
música puso en marcha su bailarina monótona.
La niña quedó suspendida entre la música y la danza. Mientras las
manos de la
abuela llenaban una bolsita de celofán con caramelos.
La música se
detuvo.
-Tomá, querida, siempre hay que tener algo
dulce cuando empiezas algo
Ofreció uno a
la niña y se puso dos en la boca.
-Es muy
linda.-
-Sí, pero
siempre hace lo mismo. Por eso tenemos que crecer, que
cambiar, como tú hoy cambias de melodía,
empiezas la escuela.-
-Si Mama, tenés
razón.-
De reojo
contaba la cantidad de caramelos de miel que iban en la bolsa, es que no le
gustaban pero nunca se lo diría, prefería tirarlos luego detrás de la esquina.
-Vení
quiero enseñarte algo.
Se apoyó en el hombro de la nieta
y se encaminaron a la pieza de
arriba.
La casa no parecía la misma del verano, oscura, callada, sin olor a comida.
Paso a paso estuvieron al pie de la escalera. En desigual imagen fueron
subiendo de uno en uno los peldaños.
-Las piernas ya no me responden.- y el pañuelo absorbía el sudor de la frente
Sarita abrió la bolsa mientras tanto y engulló
de apuro un casquito de naranja, pensando en las carreras con Ester y las
tiradas por el pasamano
Por fin
llegaron. La habitación de arriba guardaba lo que en la casa sobraba: dos
roperos, un escritorio, cuatro camas..., las ventanas estaban cerradas y el
piso de portland lustrado hacía tiempo que no charlaba con la escoba.
La abuela se
sentó en una de las camas abanicándose con el delantal.
-Este verano trajo calorcito hasta marzo.-
Sara quedó callada. ¿Quién habla
con un caramelo en la boca, frente a Mama y el primer día de escuela?
-Querida, ves aquel armario,
haceme el favor de abrirlo. ¿Ves el primer estante? Bien, dame las carpetas
atadas con cinta azul.-
Frente a Sara se abrieron cinco filas de carpetas y cuadernos atados
con cintas de distintos colores. Obedecía a la abuela, aún sin entender. Ya se
había tragado el caramelo por si acaso.
La abuela recibió el paquete como una madre su primer bebé; con cuidado
de cirujano desató nudos, apartó cuadernos y eligió una carpeta. El papel
amarilleaba sus tiempos pero los dibujos ganaron la pieza: ranchitos con su
infaltable humo, flores como guindas sembradas por el campo, de igual tamaño a
infinitas distancias, señoras de cintura estrecha entre inmensas polleras. Las
hojas iban pasando de una a una, a veces las acompañaba un comentario, otras
un suspiro o una sonrisa.
La niña aburrida, cambiaba de pie, miraba la bolsa de caramelos o los
cuadros, todo menos los dibujos. Eran todos iguales.
-A ver, nena, si lees que dice aquí.-
Eso sí le gustaba aunque la madre se enojara. Decía que sólo debía enseñarle
la maestra. Y a su hora.
Sarita pasaba con Santia, las tardes de lluvia del campo, practicando
las letras que recogían las palabras. Disfrutaba uniéndolas de la mano y
sembrando sentidos.
-A ver qué dice....-
Ahora frente a la abuela se esforzó
inclinándose a la carpeta.
Pero el ejercicio resultó más fácil de
lo deseado.
-Santiago
Urquiza Lecchio. Mama ese es el nombre de papá.-
-Claro,
porque esta carpeta era de tu padre-.
La idea anduvo revoloteando entre los rulos pero no entró. Su padre no
podía ser el niño de los ranchitos. Era papá...
Por otro lado la abuela no mentía. Volvió a revolotear y se mezclaban
la barba con las florcitas en pareja. No podía ser.
Los ojos miel se iban agrandando y
ganaron la carcajada de la abuela.
-Sí, m’hijita, tu papá fue un niño y bastante revoltoso, por cierto.
Bueno, vamos que se hace tarde. Guárdame las carpetas y ayúdame a bajar.
-Sarita, te dejas los caramelos, querida.-
Las dos volvieron despacio al mundo, una al «del primer día» y la otra
a sus recuerdos
-Ah, sí-
-Un beso y feliz comienzo, ¿te gustó
la carpeta?-
-Sí, Mama, gracias.-
La nieta regresó con un niño de pelo
ensortijado que se soplaba letras y ranchitos con rulitos de humo. La acompañó
el resto de la mañana.
-Mamá,
son las doce y media. Yo a menos cuarto me voy.-
-Santia, no me pongas nerviosa. Peinó a
Sarita, saco la foto y nos vamos. No ves que tengo
que hacerlo todo yo.-
Sobre la mesa quedaban los platos con las
cáscaras de zapallo, los marlos de choclo y los huesitos del infaltable puchero
del lunes.
-A ver. correte un poquito, hijo. Ahí,
justito, así está bien, '.sonrían. Perfecto, -Bueno, vamos. ¿Tienen todo?-
-Sí. vamos.-
Vamos.
De pasada cazó
la cartera de la cama; los tacones despedían en los
en los escalones dela cancel una etapa de los niños.
Primero
dejaron a Santia que se opuso terminantemente a que la madre
lo acompañara
a la puerta del colegio.
Por favor,
mamá. Ya tengo doce años. No me pongas en ridículo.
Suerte, un
beso, hijo.
Gracias,
chau.
Dos cuadras más
adelante la escuela de niñas, que aún conservaba el nombre anterior a la enseñanza mixta. Allí esperaba a
Sara un mundo nuevo.
El primer día lo pasó mal y se sintió extraña
entre niñas que no eran sus primas, Hubiera dado un mundo porque la maestra la
llamara por su nombre y le sonriera. Era aburrido bailar siempre lo mismo como
la cajita de música de Mama, pero tranquilizador.
Celia bajó los escalones del edificio y ya en
la vereda sintió algo
extraño
Había luchado tanto por esto. por qué ahora ese sabor amargo.
La pequeña salía de su lado, no
le gustó llegar sola a casa.’
Santiago se encontró con un patio cubierto de blanco, con moñas azules
Moñas cerradas, perfectas con el estire de
mamá, abiertas al juego colgando algún reto de maestra. Nuevitas, desteñidas,
pero moñas, más arriba, nada, extraños.
Los ojos grises buscaban al flaco Ramírez con
su barriga abierta a sus desprecios. de comedor y su eterno olor a tambo. Nada,
túnicas, moñas, nada más,
La pecocita del pericón, la del versito
remolón, el petizo Hernández, Pedrin y
sus batallas de figuritas...
-A formar. Por favor guarden el orden
de altura.-
La
campanilla carcajea clases y él solo con su portafolios
nuevo con
ganas de irse, buscaba lugar. Uno de los
últimos, para variar:
-¿Vos, ¿sos nuevo?-
(Ay, Pedrín, si me vieras como sapo de otro
pozo)
-Eh, a vos te hablo, ¿de dónde venís?-
-Dejalo.-
-¿Estás en babia?
Ahí lo sintió, los ojos grises se tornaron
fríos, apretó los labios, largó el portafolio.
-¿A mí me hablás?-
-Sí, ¿pensabas en mamita?-
EL piñazo cayó directo al mentón con toda la
carga del insulto y de las frustraciones del día.
-Metete las palabras en el culo, querés.
El otro estaba acostumbrado a ser el guapetón
de sexto y por ende de la escuela. Santia lo descolocó, siempre las cuentas se
arreglaban a la salida, no en el patio, delante de la maestra.
Al fin reaccionó. Iba a responder...
-¡Niños! ¿Esto qué es? A dirección los dos,
enseguida.
Los pararon frente a frente en silencio.
Santiago escuchó cómo los tacos de la directora recuperaban territorio.
Miró el machucón de Guillermo, se sintió
aburrido y luego solo, muy solo.
-A ver... ¿Qué
sucedió? ¿Quién empezó todo?-
-No, ahora no me salgan con esto. Sus
nombres.-
-Guillermo López, señorita.-
-Santiago Urquiza, señorita.-
-Bien, van a
hablar ¿sí o no?
Un silencio de hombres atravesó la dirección y
huyó asustado a la plaza.
Los muchachos lo sintieron y cambiaron miradas.
- Vamos. No tengo tiempo para adivinanzas. ¿Y
bien?-
Tomó dos hojas y repitió el mismo texto.
-Lleven a sus padres. No quiero que esto se
repita. Ustedes los de sexto deben ser un buen ejemplo para los más chicos. ¿Me
entendieron?-
-Sí, señorita.-
-Sí, señorita.-
Campaneando las baldosas, con la nota quemando los
bolsillos atravesaron el patio.
-La cagamos, y en el primer día, mi viejo me
hace pedacitos.-
-Ya mí, ni te cuento, cuando mamá la lea...-
-Loco, no quise joderte, perdóname.-
Ni yo pegarte ,es que venía caliente-
-¿Chocamos?
-Chocamos
En el mismo
del piñazo, un apretón de manos y algo zumbando
dentro que los
dos respetaron mucho. Y para siempre.
Santia ya no
se sentía solo, la cosa no iba tan mal.
La campana de
las cinco produjo la desbandada, una fila más desordenada y parlotera los devolvió a la vereda.
Santia se
disparó a buscar a Sara.
Encontró la
puerta de la escuela abarrotada de madres, «mi nena esto»
“Pobrecita” Colorado
transpirando se fue colando hasta el primer lugar
Es que tienen
unos modales estos gurises.
La nota le
quemaba los bolsillos y temía por Sara.
Las trenzas
flojas, la moña a un costado, sonrosada, más grande que sus compañeras, la
hermana le sonrió del portal.
No. no
puede ser. El bulto del bolsillo ¿bolitas?. No, no, estoy loco.
Sara se
despide de un compañero al ver a su hermano.
-Mañana jugamos-
-A la hora
del recreo.-
-Adiós.-
- Hola,
Santia. Miró qué gané.-
-Ese quién es?-
-Es Daniel, un compañero. Le gané
estas bolitas a la Troya.-
-No te creo-
-Verdad, mirá
´-Sos
imposible. Nos venimos para que juegues con niñas y vos jugás con un varón a la
bolita. Mamá te mata.-
La tomó de la
mano y aceleró el paso, no sea que el gurí se le pegara. Iba serio, entrompado.
-Santia, no
le enojes.-
Joder con los pueblos y las hermanas.
* * *
Esto
es todo, aquí está la última página. Lo demás es un carretear de vida, ya no
hay vuelo. Se quebraron las alas…
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